EL FRANCOTIRADOR
– EL FRANCOTIRADOR [Cuaderno Crítico Sofilm #20] –
Cuaderno crítico
El francotirador
de Clint Eastwood, con Bradley Cooper, Sienna Miller, Kyle Gallner, Jake McDorman, Luke Grimes. Ya en salas
Tras Jersey Boys, injustamente ignorada, Clint Eastwood hace ruido esta vez con la historia (lógicamente) real del mejor francotirador del ejército americano en la última guerra de Irak. ¿Film de propaganda? ¿Patriotismo de baja estofa? La polémica dura y dura y, al otro lado del atlético, las entradas siguen vendiéndose a mansalva. ¿Es Clint Eastwood un monstruo reaccionario? Esta y otras cuestiones pueden ser solventadas rápidamente.
Lo primero que llama la atención en esta película, que Eastwood ha heredado de David O. Russell, pasando por Steven Spielberg, no es tanto su contenido ideológico como su velocidad narrativa. La vida del tejano Chris Kyle (es decir: infancia, reclutamiento, entrenamiento, boda, cinco estancias en Irak y cinco regresos al hogar), desfila ante nuestros ojos al compás de unas elipsis imparables que va más allá de una mera inquietud por la economía narrativa. El recorrido del personaje puede ser visto como una peregrinación hacia una especie de purificación: la película se abre sobre un fondo negro con el canto del almuecín en Irak («allahu akbar»), para cerrarse con unas ceremonias militares atiborradas de trompetas y banderas americanas. Podría deducirse, demasiado pronto, que ese recorrido nos lleva del oscurantismo islamista hasta las luces democráticas americanas. Pero, como siempre en el cine de Eastwood, las cosas son un pelín más complicadas.
Chris Kyle es, por encima de todo, un buen zagal de Texas que busca su lugar en este mundo. Siendo niño, su padre le transmite su filosofía. En la vida, hay que escoger bando: oveja, lobo o perro pastor. Una vez adulto, Kyle lleva una vida de rodeo, peleas y cervezas, hasta que decide ofrecer su planta imponente a los SEALs (donde sólo le harán una pregunta para aceptarle: «¿Te gusta pelear?») y terminar en Irak como una leyenda viva del ejército americano, convirtiéndose en ese perro pastor que su padre siempre quiso que fuera. Para proteger a los «muchachos», todo está permitido, incluso eliminar a distancia a mujeres y niños. Kyle no se formula ninguna duda moral, no hay interrogación existencial. Su guerra es limpia, ni de izquierdas ni de derechas. Sus oídos se bloquean ante toda pregunta íntima, ante todo malestar, provenga éste de su familia o de otros soldados. Nunca duda porque su papel, como soldado, es ser sólido y, como «leyenda», es proporcionar sosiego a sus compañeros. Su única debilidad, a sus ojos, no es matar demasiados iraquíes, ni ser incapaz de encontrar la guerra absurda, sino no haber salvado a suficientes americanos. No haberlos salvados a todos, de hecho. Poco a poco, el personaje se encierra en su propio mito de salvador. Es entonces cuando enloquece ese perro pastor adiestrado para misiones sin fin que no puede completar a la perfección.
Y es ahí que la película confirma no ser esa obra «asquerosa» ideológicamente que algunos han querido ver. En la historia narrada por Eastwood, no encontramos una gran ficción de izquierdas (aunque casi), ni un giro moral antibelicista en la consciencia del personaje, pero hay algo mucho más fuerte, mucho más problemático y profundo que todo eso; ese pequeño desajuste que hace que, en un momento dado, un cowboy texano incapaz de entender gran cosa sobre el mundo, llegue a comprender lo esencial: que su misión es simple y llanamente imposible y que allí donde es más útil no es sino en su hogar, con los suyos, ayudando a los veteranos, porque es allí donde la guerra ha terminado desplazándose. Y allí llegará su fracaso más estrepitoso, y un cambio de perspectiva total en la película. Es necesario intentar imaginar y comprender la sacudida que supone para un SEAL que tiene el símbolo de las cruzadas tatuado en el brazo y el bien metido en la sangre comprender confusamente que algo de presuntuoso tiene que haber en todo eso. El francotirador es una película que comprende a su protagonista mejor que él mismo, pero que asume que no necesitamos que nos lo explique. Hay quien ha dicho que este retrato de Chris Kyle la convierte en la primera verdadera película de superhéroes de la historia, y no es una afirmación del todo equivocada. Pero Eastwood sabe que un héroe es siempre también una víctima. Y eso es algo profundamente subversivo. Fernando Ganzo