La isla de Bergman

(Bergman Island)

  • Dirección: Mia Hansen-Løve
  • Guion: Mia Hansen-Løve
  • Intérpretes: Vicky Krieps, Tim Roth, Mia Wasikowska, Anders Danielsen Lie
  • Género: Drama
  • País: Francia
  • 112 minutos
  • Ya en salas

«Una pareja de cineastas estadounidenses se retira a la isla de Fårö, donde vivió el cineasta sueco Ingmar Bergman, en busca de inspiración para escribir sus próximas películas. Según avanza el verano y aumenta su fascinación por los misteriosos paisajes de la isla, la frontera entre realidad y ficción no tardará en desdibujarse…»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Hay que reconocer de entrada a la directora francesa Mia Hansen-Løve valor a la hora de plantear su séptimo largometraje. Sería torpe o hipócrita reducir La isla de Bergman a la condición de mirada socarrona sobre el estatus de uno de los mejores directores de la historia del cine, Ingmar Bergman (1918-2007), y de drama sobre la vida y la creación en un presente (no solo) cinematográfico marcado por la ausencia del pathos, el ethos y el logos que respira por los cuatro costados la monumental filmografía del autor sueco.

Resulta evidente que la intención de Mia Hansen-Løve a través de los tres actos metaficcionales que integran La isla de Bergman —el pensamiento en torno a una película, su concreción en imágenes, los vínculos morales y emocionales entre las mismas y quienes las producen— pasa por revisar un concepto ¿trasnochado? del auteur que tiene expresión inmejorable en el culto a Ingmar Bergman que se vive en la isla de Fårö, donde residió y trabajó el realizador durante la segunda mitad de su vida.

Mediante el personaje de Chris (Vicky Krieps), que pone en solfa el compromiso afectivo de Bergman con sus esposas y sus hijos, critica la dureza emocional que impregnaba sus películas, y huye tanto de la sofisticación y el mercantilismo imperantes en Fårö como de su propia pareja, Tony (Tim Roth), que ha recogido el testigo de una autoría paternalista, nada dialéctica, Hansen-Løve aboga por otro modelo de relación creativa con el cine: líneas de fuga discursivas, comunión con la naturaleza, respeto y madurez al tratar con quienes nos rodean, y optimismo existencial.

Como decíamos, Mia Hansen-Løve es valiente al poner en tela de juicio desde la autoridad relativa que le confiere su prestigio actual el modelo añejo representado por todo un Ingmar Bergman. Además, Hansen-Løve es coherente desde el punto de vista formal: la falta de cualquier énfasis en los planos de La isla de Bergman atiende a lo que muchos aficionados y críticos de hoy entienden por cine comprometido con el medio y la realidad. Sin embargo, esa anemia audiovisual acaba por jugarle una mala pasada a Hansen-Løve: aunque en algunos momentos se perciba un distanciamiento crítico de la realizadora también respecto de los personajes de Chris y su alter ego de metaficción, Amy (Mia Wasikowska), durante la mayor parte del metraje son las miradas de una y otra las que se encargan de dar legitimidad, sin filtros ni aristas, a los argumentos de la directora.

Esto desemboca, se haya querido o no, en un panorama nada optimista de las inquietudes y los recursos artísticos de los autores y las autoras de hoy. Todo en Amy y, especialmente, Chris, responde —incluso cuando creen ir a la contra— a un modelo de la práctica cinematográfica aburguesado, acomodaticio, falto de curiosidad intelectual, voluntad de superación y talante (auto)crítico. Para Hansen-Løve, Fårö ha transformado el angst expresivo de Bergman en consumible económico y emocional, pero parece no ser consciente de que los anhelos artísticos de Chris apenas representan a su vez ética y estéticamente un style of life en el que ni el cine, ni la ficción, ni la relación con los demás tienen la oportunidad de generar una mínima herida, una mínima trascendencia.

Esta gentrificación de lo autoral tiene un eco inevitable en la propia La isla de Bergman, producto en definitiva de formas sospechosamente metaturísticas (¡sí!), deudor de innumerables ayudas y subvenciones, abocado sin rubor a los festivales de prestigio, los circuitos de cine en versión original y las plataformas online de pago por visión más minoritarias. Bergman pudo contar a su favor con ciertos privilegios. Chris y, por extensión, Hansen-Løve son depositarias de otros nuevos.

Nos hallamos ante una película decidida por propia elección a no hacer daño a nada ni a nadie, a no suscitar debates de alcance en torno al creador y la creadora de hoy y sus muchas contradicciones y limitaciones. Con todo ello, lo único que logra Mia Hansen-Løve es hacerse daño a sí misma. Cualquier melodrama temprano de Ingmar Bergman —Prisión (1949), La alegría (1950)— tiene más que decir sobre la naturaleza humana y sus nexos con la expresión cultural que La isla de Bergman. Cuando las realizó, Bergman desconocía que era un auteur. Hoy por hoy, Hansen-Løve representa hasta qué punto ese concepto ha devenido un lugar común cuqui y estéril.

  • Fotografía: Denis Lenoir
  • Montaje: Marion Monnier
  • Música: Raphael Hamburger
  • Distribuidora: Avalon & Elástica Films