La mujer rey

  • Dirección: Gina Prince-Bythewood
  • Guion: Dana Stevens
  • Interpretaciones: Viola Davis, John Boyega, Lashana Lynch, Hero Fiennes-Tiffin, Thuso Mbedu
  • Género: Acción
  • País: EEUU
  • 135 minutos
  • Ya en salas

«Una epopeya histórica inspirada en los hechos reales que sucedieron en el Reino de Dahomey, uno de los estados más poderosos de África en los siglos XVIII y XIX. La historia sigue a Nanisca (Davis), general de la unidad militar exclusivamente femenina y a Nawi (Mbedu), una recluta ambiciosa. Juntas lucharon contra enemigos que violaron su honor, esclavizaron a su gente y amenazaron con destruir todo por lo que habían vivido.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

La mujer rey se basa en hechos reales: la existencia entre los siglos XVII y XIX de un batallón de guerreras, las Agojie, que protegieron el reino de Dahomey de sus vecinos africanos y el colonialismo europeo. Sin embargo dicho argumento, que la guionista Dana Stevens ha distorsionado hasta lo irreconocible a fin de que la realidad no menoscabe la ficción, es mucho menos interesante que la comprensión de La mujer rey como forma renovada del pastiche hollywoodense.

Y pastiche por partida doble, de manera tanto deliberada como inconsciente. En primera instancia la película aspiraba, en palabras de la propia Dana Stevens, a emular la épica de Gladiator (2000) y Juego de Tronos (2011-19), si bien adaptada al protagonismo absoluto de mujeres afroamericanas. Así, la arriesgada composición física e interpretativa de Viola Davis como Nanisca, líder de las Agojie; las estrategias y técnicas de lucha que las guerreras emplean contra tribus beligerantes y tratantes de esclavos; y el rescate y entrenamiento de adolescentes liberadas de la esclavitud como nueva generación de combatientes, contribuyen de modo decisivo a articular una epopeya bigger than life, cargada de connotaciones míticas.

En este aspecto, los modelos de La mujer rey no son en puridad Gladiator ni Juego de Tronos sino espectáculos de sensibilidad más contemporánea: el díptico sobre Wonder Woman (2017-20) en lo que respecta al feminismo amazónico puesto en práctica por el colectivo Agojie, y Black Panther (2018) y su reciente secuela por lo que toca a la creación de un imaginario fabuloso capaz de inspirar a la comunidad afroamericana un pensamiento más asertivo sobre sus orígenes y horizontes de futuro.

La mujer rey es por tanto un ejemplo fascinante de cómo las películas de superhéroes no solo han interactuado en los últimos años con manifestaciones tradicionales del cine fantástico, de acción o aventuras antes de devorarlas; además, han adquirido ya la legitimidad suficiente como para influir en la configuración de ejercicios de épica histórica como el que nos ocupa.

Pero el alcance de los postulados raciales y feministas de La mujer rey es relativo. La narración peca de flácida y dispersa. La importancia concedida a una subtrama personalista de dolor y reparación materno-filial entre Nanisca y Nawi (Thuso Mbedu) da en buena medida al traste con el planteamiento de una sororidad feminista más allá de los vínculos de sangre. La ambientación escenográfica y musical linda —como sucede también en la saga Black Panther—con el kitschploitation. Y, sobre todo, la realización de Gina Prince-Bythewood, firmante previa de la desastrosa La vieja guardia (2020), es tremendamente vulgar.

Volvemos a toparnos con una película que apuesta por la inversión de valores en el cine de gran espectáculo sin confiar en los potenciales subversivos del gran espectáculo. La omnipresencia del plano/contraplano en los diálogos, de la multicámara perezosa en las escenas de batalla, del encuadre impreciso y el montaje prosaico en escenas que están pidiendo a gritos una retórica más expresiva, conspiran contra las intenciones políticas y legendarias de La mujer rey. Hasta el punto de poder hablar, y ya van demasiadas veces, de una propuesta tan bienintencionada como fallida.

Y es en este punto donde salta la sorpresa. La falta de énfasis en las imágenes tiene el efecto paradójico de vincular La mujer rey como pastiche a un registro muy distinto al del empoderante cine superheroico de hoy y, desde luego, la sensualidad audiovisual que presidía Gladiator y Juego de Tronos. A lo que se asemeja en el fondo la película, a su pesar y merced a una sobriedad formal mal concebida y peor ejecutada, es al cine de aventuras de los años sesenta y setenta, cuando el género atravesó por una fase más o menos naturalista y respetuosa con la diversidad cultural, asfixiada a la larga entre la representación estilizada del cine clásico precedente y la artificiosidad posmoderna que seguiría.

Si tenemos en cuenta además que La mujer rey es, bajo su relato aparente de una victoria, la crónica de una concepción heroica de la existencia abocada al ocaso debido a intereses geoestratégicos y una nueva era de supuesto progreso, no cuesta demasiado asimilar la película a Zulú (1964) o El viento y el león (1975), por horrorizados que puedan sentirse con la comparación los fans de unos y otros títulos, antagónicos ideológicamente. Lo cierto es que cuando el director de El viento y el león y Adiós al rey (1989), John Milius, afirmaba que “el verdadero cine de aventuras es aquel en el que los personajes acaban por comprender que llegar a la meta supondrá inmolarse a sí mismos”, bien podía estarse refiriendo a Nanisca, la mujer que logra ser reina a costa de sacrificar su naturaleza guerrera.

  • Fotografía: Polly Morgan
  • Montaje: Terilyn A. Shropshire
  • Música: Terence Blanchard, Lebo M.
  • Distribuidora: Sony