Pedro Almodóvar, presidente del jurado del Festival de Cannes

– [Entrevista] Almodóvar, presidente del jurado del Festival de Cannes –

La noticia saltó esta mañana: Pedro Almodóvar será el primer español en ejercer de presidente del jurado del Festival de Cannes. Un reconocimiento que viene a ahondar en la relación de amor entre el cineasta manchego y el más prestigioso festival de cine del mundo. El pasado abril, en su despacho de El Deseo, nos contaba su visión acerca del certamen, su experiencia previa como miembro del jurado y ¡hasta su miedo a volver a tener que juzgar películas en Cannes!

Ahora que se acerca el Festival de Cannes, cabe recordar que usted estuvo en el jurado en 1992.
Sí, era el año de El sol del membrillo. El presidente del jurado era Gérard Depardieu. Fue un muy buen presidente. Es decir, que dejaba decidir a los otros. Fue de todo menos autoritario. De hecho, no me costó imponer mi opinión sobre la película de Erice y convencer al jurado, porque a la mitad de los miembros les había encantado y Depardieu, aunque tenía la impresión de que era una película demasiado documental, aceptó. He de decir que mi maestro en el arte, si se puede decir así, es Antonio López, es el artista vivo que más admiro. Durante el Festival, fui a ver El sol del membrillo dos veces porque me había emocionado muchísimo. Cuando Antonio se queda dormido y empieza a hablar de su sueño, es extraordinario, y no es en absoluto documental. Y el resto de la película tampoco. La lucha entre el artista y su materia es un tema eterno. Soy un gran admirador de Erice, pero esta película me emociona de forma particular. ¡Y cuando Antonio canta! Viví esa proyección de forma muy personal, fue un verdadero fenómeno cinematográfico.
 
¿Y qué película defendió para la Palma de Oro?
La película que más me impresionó ese año fue Reservoir Dogs, pero estaba fuera de competición. No fue un año excelente, 1992. No todos los años te encuentras con obras maestras incontestables como Apocalypse Now o Pulp Fiction. Y yo me opuse a la película que obtuvo la Palma de Oro, Las mejores intenciones, de Billie August, porque no es una gran película, pero se podía reconocer el guión de Ingmar Bergman. August supo respetar ese toque de Bergman, conservar su huella y eso es algo que me conmocionó. Como jurado, yo me limité a defender las películas que me llegaban o que tenían valores suficientes para mí. ¡Pero con un miedo! Pensar que de tu voto depende la carrera de una película… No querría vivir eso de nuevo.
 
Todo sobre mi madre obtuvo el premio a la mejor dirección en 1999, pero para buena parte de la prensa era la favorita para la Palma de Oro…
He leído en algún lugar que estoy obsesionado con la Palma de Oro. El que haya escrito eso no sabe lo que es hacer cine. En la cabeza de un cineasta no cabe esa preocupación. Y además, ¡yo siempre he salido bien parado del Festival de Cannes! La primera vez que fui, con Todo sobre mi madre, ¡premio al mejor director! Mirad las fotos de ese año y veréis que estaba contento como unas castañuelas. Además, hay muchas películas que terminan siendo la película del año y que en Cannes no obtienen nada, películas como No Country for Old Men o L.A. Confidential, películas a menudo mayoritarias. Pero vamos, Francia y Cannes me han entregado premios como para poder inflar el ego más descomunal.
 
Hablaba usted del poder de ser presidente de jurado en Cannes. ¿Es similar al poder de ser cineasta?
Ser director es el poder máximo. Y el más peligroso. Porque un director tiene incontables excusas para que se ejecuten todos sus caprichos sin que sean cuestionados porque, al menos en mi caso, puesto que soy guionista de mis películas, vienen del inventor del juego y de sus reglas. Con ese poder, no es difícil llegar a la crueldad; conocemos ejemplos recientes y otros ya míticos, como el de Alfred Hitchcock. Visto con la psicología de 2016, puede verse que Hitchcock tenía una vena psicópata. En aquella época habría sido absurdo señalar algo así, y sobre todo formaba parte de su creación. Hay muchos cineastas que no habrían podido crear libremente si se les hubiera juzgado con una moral actual. ¡No hablemos ya de Sam Peckinpah! Pero para una actriz no debe de ser fácil aceptar que le prohíban quedarse embarazada de su marido, como hizo Hitchcock con Vera Miles. Pero lo maravilloso de Hitchcock, y para mí esto fue una gran lección vital, es que ciertas conductas degeneradas, si van unidas a un hombre que es un genio, se convierten en muestras de genialidad. Las diversas psicosis de Hitchcock respecto a sus heroínas rubias eran sin duda una pesadilla para la heroína en cuestión, e incluso para sus hijas, como cuando Melanie Griffith recibe un sarcófago con una muñeca que se parece a tu madre. Pero eso se convierte en algo impresionante para un espectador. Hoy, ese tipo de métodos puede chocarnos. ¡Pero ved Los pájaros! Es una película que se basta a sí misma. Lo que pasa es que hoy ya no existen genios como Hitchcock. Ni yo ni nadie tenemos ese calibre.  [Por Alberto Lechuga, para Sofilm]