Quién lo impide

  • Dirección: Jonás Trueba
  • Guion: Jonás Trueba
  • Intérpretes: Candela Recio, Pablo Hoyos, Silvio Aguilar, Pablo Gavira, Claudia Navarro, Marta Casado, Rony-Michelle Pinzaru, Javier Sánchez
  • Género: Documental
  • País: España
  • 220 minutos
  • Desde el 22 de octubre en salas

Quién lo impide es una llamada a transformar la percepción que tenemos sobre la adolescencia y la juventud; la de aquellos que nacieron a principios del siglo XXI y acaban de hacerse mayores de edad; los que ahora parecen culpables de todo a la vez que ven mermadas sus esperanzas. Entre el documental, la ficción y el puro registro testimonial, los jóvenes adolescentes se muestran tal y como son pero como pocas veces los vemos o nos dejan verlos: aprovechando la cámara de cine para mostrar lo mejor de sí mismos y devolvernos la confianza en el futuro; desde la fragilidad y la emoción, con humor, inteligencia, convicciones e ideas. Porque la juventud que nos habla de amor, amistad, política o educación no está hablando solo de lo suyo, sino de lo que nos importa siempre, a cualquier edad. Quién lo impide es una película sobre nosotros: sobre lo que fuimos, lo que somos y lo que seguiremos siendo.

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

El largometraje de tres horas y media que llega estos días a los cines de nuestro país tras obtener en el Festival de San Sebastián un premio coral a la mejor interpretación de reparto, constituye en realidad la ¿última? fase de un experimento que Jonás Trueba rodó, montó y ha exhibido fragmentariamente en espacios diversos a lo largo de los últimos años, a modo de proyecto audiovisual en perpetua construcción.

Algo habitual por otra parte en el cine de Trueba. Ahí está La reconquista (2016) —germen en varios aspectos de Quién lo impide—, cuyas imágenes exigían del espectador reconsiderar a cada tanto la naturaleza de lo que veía. Sin embargo, el formato convencional de largometraje y la afectación cinéfila que han caracterizado en buena medida las realizaciones anteriores de Trueba han dado paso en esta ocasión a una indagación tan ambiciosa como generosa: el autor se ha olvidado de sí mismo a fin de recuperar el pulso a la hora de plasmar sus argumentos de siempre en torno a las relaciones entre cotidianidad, imagen en movimiento, cultura y relatos.

En ese sentido, Quién lo impide constituye una declaración de principios desde su mismo título, inspirado por un tema musical de Rafael Berrio. Recordándonos que vivimos en una época que ha puesto al alcance de cualquiera los medios técnicos para filmar, Trueba se atreve a hacerlo como experiencia vital, sin tener en cuenta los condicionantes comerciales del medio cinematográfico: ni a la hora de escoger el género a que se adscriben sus imágenes —¿ficción? ¿documental? ¿ensayo?—, ni a la de calcular cómo y dónde se podrán exhibir.

Su estrategia creativa, que le lleva a preguntarse a cada paso por el sentido del cine y su cine guiado por intuiciones propias de un director amateur o un simple flâneur, guarda una coherencia admirable con los protagonistas de Quién lo impide: adolescentes de una gran ciudad cualquiera, con los que Trueba entabla una amistad de largo recorrido que le permite observarlos con su cámara durante sus clases, sus viajes, sus escarceos amorosos y sus momentos de exaltación e incertidumbre, típicos de su edad y muy propios de los tiempos que atravesamos.

Pero lejos de quedarse en ejercicio testimonial sobre la juventud contemporánea y sus circunstancias, Quién lo impide transforma lo filmado en una reflexión incansable sobre el mundo y su representación, sobre la adolescencia como periodo para inventarnos y rebelarnos contra los personajes que se nos asignan, cuya división en tres grandes partes discursivas no deja de ser un trampantojo, pues cada una de ellas abunda en juegos, digresiones y aristas que también nos retrotraen como público a una desestructuración de la mirada, a una cierta inocencia.

A tenor de estas palabras el lector puede pensar que Quién lo impide es una película densa, complicada. Nada más lejos de la realidad. Se trata de un artefacto lúdico, tan disfrutable cuando nos dejamos arrastrar por las vivencias y ensoñaciones de sus protagonistas como cuando se nos incita a analizar con qué intención las orquesta Trueba. Y cuenta con un atractivo añadido del que se ha hablado poco: la inmensa belleza de esos rostros juveniles en que nos abismamos durante horas; una belleza que irradia futuro, que interpela sin importar nuestra edad a quienes fuimos y a quienes podríamos ser aún.

Quién lo impide no es perfecta. Quizá le sobren minutos. En ocasiones su montaje de imágenes, diálogos y voces en off no es tan revelador ni tan profundo como ambiciona. Se reitera y suscita incógnitas acerca de la domesticidad de los chicos y las chicas de hoy, su espíritu crítico programado por el propio sistema. Pero también eso es interesante, contribuye aún más al debate en torno a una propuesta difícil de digerir y expulsar de nuestra mente sin más. Y eso ya es más que de sobra en un presente marcado por el consumo indiscriminado de audiovisual.

  • Fotografía: Jonás Trueba
  • Montaje: Jonás Trueba
  • Música: Rafael Berrio, Alberto González, Andrei Mazga, Pablo Gavira
  • Distribuidora: Atalante