ZINEBI 67: Pulsiones de otoño


Archivo y rodaje, memoria y rescate han dialogado en la 67ª edición del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao (ZINEBI), que se ha celebrado a medio camino entre el talento emergente y los nuevos trabajos de Werner Herzog o Rita Azevedo Gomes
. Por Carles Martínez Agenjo

En los primeros minutos de Sirat, Oliver Laxe filma unos grandes altavoces en el desierto como si fueran esculturas de mirada ciclópea. Su cubierta circular, de la que emana música para mantener en trance a los bailarines de una rave, parece un ojo en perpetua vigilia, siempre atento a los abismos de la existencia. En otra escena que pertenece al metraje de Habana industrial, la directora Ainhoa Ordoñez, que ha ganado el Gran Premio al Cortometraje Vasco en ZINEBI, emplea un recurso parecido en plano detalle.
Esta vez, no se trata de una rave, ni de conjurar otra tragedia existencial, pero lo cierto es que la música electrónica continúa nutriendo la mística de cuerpos danzando en bucle. Ordoñez nos sitúa en el interior de una discoteca de oscuridad intermitente y filma la tapa esférica de un altavoz como si fuera el testigo ocular de unos jóvenes en movimiento perpetuo que parecen quitarse la frustración agitando los brazos enérgicamente como las salpicaduras de un cuadro de Jackson Pollock. En la calle, un grupo de operarios trabaja a la luz de una farola, pero la imagen continúa parpadeando como si el trance discotequero permaneciera en el encuadre. La noche sigue por los rincones de La Habana y asistimos a una conversación entre bromas y cigarros con citas inconexas a Elon Musk, la Guerra Fría o el Área 51 que reflejan el desencanto político de una parte de la Cuba contemporánea. Quizá el baile desinhibido a ritmo de techno es la mejor forma de lidiar con la tormenta. Quizá la danza es, en palabras del jurado de este año, la experiencia liberadora «de quienes ya no esperan nada».


Resulta irónico que, en uno de los momentos más recordados de la gala inaugural, Pablo Berger arrancara a bailar sobre el escenario del Teatro Arriaga. Así celebró, emocionado, su Mikeldi de Honor a ritmo de September, el popular leitmotiv de la fabulosa Robot Dreams (2023). Este cálido homenaje, que ha sido compartido con la mítica productora Esther García, reconoce el valor de su trayectoria como cineasta ambicioso e imprevisible, defensor de «un cine que salga de las entrañas» en un festival que, según el director bilbaíno, fue «su escuela». Por esto, no podía faltar la proyección de su primer corto, Mama (1988), estrenado en ZINEBI hace más de tres décadas. De repente, el público del Arriaga se sorprendió descubriendo a Torrebruno cantando en un tiovivo y un jovencísimo Ramon Barea en la piel de un padre de familia con bigote de herradura en un sótano convertido en refugio apocalíptico. No es casual que el responsable de arte de esta comedia gamberra fuera Álex de la Iglesia, otro icono made in Bilbao. Su decoración de interiores es tan delirante, tan sobrecargada, que bien podría anticipar la sensibilidad caótica de su ópera prima: Acción mutante (1993).

Algunas voces emergentes

En otro orden de imágenes, más allá de la danza frenética o eufórica, las máscaras de la memoria han dejado huella en la sección oficial. En primer lugar, el Gran Premio de este año, Correct Me If I’m Wrong, refuerza la mirada íntima y compasiva sobre la familia a pesar de la violencia de sus expectativas y, según el jurado, «el amor equivocado que hay detrás de ellas». Hao Zhou, director del corto, también es el joven protagonista de este relato de emancipación queer donde una madre y una abuela lo convencen para someterse a pseudoterapias locales y que el supuesto fantasma de una niña abandone su cuerpo. A través de una elegante puesta en escena, Zhou toma la temperatura de cierta parte de la sociedad china que todavía arrastra el ancla de las supersticiones.

Asimismo, ZINEBI ha sido la plataforma de presentación de tres talentos emergentes. Dos de ellas, Bea Lema y Mireia Vilapuig, han debutado este año con su primer cortometraje. La tercera, Irene Baqué, acaba de presentar su primera ficción de aroma documental a caballo entre los códigos de la comedia y el thriller. Filmada con una exquisita fotografía, Mal de Madre es una fábula de autodescubrimiento que, precisamente, nos sumerge en una atmosfera de supersticiones, no tanto para alimentarlas, sino para «romper con los tabúes de la regla», según ha revelado. Esto le sirve a Baqué para alcanzar la raíz de las tradiciones a través de una panorámica intergeneracional de mujeres toledanas en la villa de Lagartera –con el cameo de una misteriosa Almudena Amor– que visten a una adolescente de dieciséis años con la famosa indumentaria regional el mismo día en que una extraña sargantana conecta su mirada con un miedo ancestral.


En cuanto al Premio al Mejor Cortometraje Español, Aitor Gametxo ha firmado con Geratzen den hori un autorretrato juguetón que se sirve de los objetos que le quedan de su madre para hablar del duelo. El director vizcaíno confesaba en una entrevista que, para él, «la escritura ha sido un proceso sanador» que le ha permitido «verbalizar emociones» atrapadas en la infancia y madurar su gestión de la ausencia tras la muerte de su madre en 2011. En este sentido, hay un gesto profundamente honesto en su nueva película que tiene que ver con la forma de abordar el duelo mediante el monólogo. Esto genera que los objetos rescatados del pasado materno –anillos, colonias, un reloj de sobremesa o una peluca caoba– cobren otro significado. De repente, forman parte de un bodegón o una imagen que se recorta o una escena dramatizada, como si Gametxo quisiera levantar una ficción fragmentaria a partir de sus propios recuerdos. Para ello, cuenta con la presencia huidiza de la actriz Agurtzane Intxaurraga. La filma de espaldas, buscando sus manos o bailando un bolero desde una intimidad cotidiana que se revela con distintos formatos y registros en sintonía –según ha confesado– con el cine de Maddi Barber y el diario íntimo de Carla Simón en Carta a mi madre para mi hijo (2022). El resultado es ejercicio de elegante puesta en escena –coescrito y montado con la directora María Elorza– que destila una sana inquietud por recrear la memoria como un juego con fines curativos.

En el fondo, no estamos tan lejos de El cuerpo de Cristo, el primer corto de la ilustradora Bea Lema que ha formado parte de la sección oficial. Por distintas que sean las miradas de Gametxo y Lema, la ilustradora gallega también aborda las complejidades de la figura materna a partir de su propia memoria y una voluntad abiertamente sanadora. Lo más interesante de esta sucinta adaptación de su exitosa novela gráfica –que traslada la técnica original del bordado a la animación, lo que «implica adentrarse en un terreno inexplorado»– es que prioriza la mirada de Adela, una madre afectada por la psicosis. De este modo, habla de los afectos familiares y la necesidad de humanización psiquiátrica como refugio reparador ante las tormentas mentales que la protagonista sufre en un laberinto de pesadillas con minotauro incluido como metáfora de una herida que nace de la violencia machista.

Paralelamente, Mireia Vilapuig ha tratado la masculinidad tóxica desde otro prisma con La desesperació de la pell, su contundente primer corto como directora. Tras enfrentarse a los abismos de su propia representación mediática junto a su hermana Joana Vilapuig en la brillante Selftape (2023), la actriz catalana apuesta ahora por un impactante monólogo sobre la pérdida de la inocencia y las heridas olvidadas de la pubertad. Lo más curioso es que las imágenes elegidas para este ensayo no pertenecen a su propio archivo, con la excepción de una escena, sino que se trata de las grabaciones domésticas de una niña de trece años que se filma con una cámara digital durante un año. Esto genera una tensión entre la gravedad de los hechos narrados en off, que Vilapuig sufrió en el pasado, y la aparente intrascendencia de una preadolescente que explora su intimidad en plena mutación vital.

Un elefante en el espejo

Asimismo, ZINEBI ha seguido explorando el cuerpo como un mapa de gestos aprehendidos. Lejos nos lleva el documental Ghost Elephants dirigido por Werner Herzog, que contó con la presentación del siempre mordaz Albert Serra.

La mímica que practican unos rastreadores de Namibia emulando el caminar de un paquidermo o la muerte de un antílope envenenado dejan a su paso escenas de hipnótica belleza. Igualmente fascinante es la forma en que el veterano director alemán dosifica la intriga a través del fuera de campo como si de un relato clásico de aventuras se tratara. Una huella en la arena, una marca en el tronco de un árbol o un pelo en su corteza. Cada indicio nos acerca con sigilo a conseguir la captura digital de un enorme elefante camuflado entre la vegetación de las altas tierras de Angola. Es allí donde el ornitólogo sudafricano Steve Boyes emprende la misión de encontrar una nueva especie que, supuestamente, es descendente directa de Henry, el gigante de largos colmillos –réplica de un ejemplar africano cazado en 1955– que permanece expuesto en el vestíbulo del museo Smithsonian de Washington.

A diferencia de Aguirre o Fitzcarraldo, Boyes es un tipo de héroe herzogiano que poco (o nada) tiene que ver con aquellos conquistadores de lo inútil, cegados por la fiebre de su inagotable megalomanía. Su pasión por el entorno salvaje es inmensa, pero tampoco comparte el romanticismo inflamado y melancólico del malogrado Timothy Chatwell en Grizzly Man (2005). Más bien se acerca a la naturaleza y a sus tribus nativas desde la utopía del sueño y la inquietud de comprenderlos como si buscara un espejo donde encontrarse a sí mismo.

La memoria de Gaza

Lógicamente, durante las jornadas de festival, la solemnidad ha llegado a las salas con la proyección de dos documentales de pertinente visionado que arrojan luz sobre el genocidio de Gaza desde un punto de vista distinto al que ofrecen los medios. Lo que se narra no tiene tanto que ver con la frontalidad del genocidio, sino con el testimonio plural de una Palestina anterior y una memoria que se hace presente en forma de archivo, diálogo o simple quietud ante una tumba.

En primer lugar, el largometraje With Hasan in Gaza de Kamal Aljafari –ya reseñado por la compañera Amaia Zufiaur en su crónica de la Muestra de Cine de Lanzarote– recupera unas cintas de Mini DV grabadas en 2001 para escuchar los miedos del pueblo gazatí frente a la violencia israelí tras la Intifada de Al-Aqsa y la construcción de un muro entre las fronteras de Israel y Egipto. De algún modo, la ruta en coche de Aljafari –cruzando playas, ciudades y campamentos de refugiados– conecta con la mirada de otro viaje en coche a través de Palestina.

Por su parte, National Pride: From Jericho to Gaza destila un sólido compromiso político desde el momento en que seguimos los pasos del diplomático y periodista Hassan Al Balawi en una suerte de road movie desde Cisjordania hasta la frontera de Gaza. Tras perder su casa bajo los bombardeos de Israel, Al Balawi se lanza a la carretera para realizar una serie de entrevistas con la ayuda del director belga Sven Augustijnen, que registra cámara al hombro cada uno de sus movimientos. De este modo, asistimos a las charlas que mantiene con distintas voces que conforman un mosaico necesariamente complejo. Desde el fervor poético de una militar palestina y la emoción contenida del protagonista ante los familiares de Yasir Arafat hasta la discusión que mantiene con la exdiputada laborista en Israel, Yael Dayán, fallecida en mayo del año pasado. Asimismo, la propuesta revela instantes que calan tanto en lo histórico –cuando Al Balawi se acerca a un mitin del presidente Mahmud Abás, empequeñecido al fondo del plano, con motivo del aniversario de la muerte de Arafat– como en lo familiar. Así ocurre en la escena donde se queda inmóvil delante de la tumba de su padre y Augustijnen lo graba de espaldas en una imagen de poética fordiana.

Mitos y leyendas

Por último, probablemente sería pecado para más de uno no destacar los trabajos de dos directoras imprescindibles, Rita Azevedo y Candela Sotos. Tras proyectarse en la sección Beautiful Docs, han abierto algún que otro interrogante sobre los límites de la representación.

La primera, consagrada cineasta portuguesa con especial atención al diálogo entre cine y teatro en películas tan magistrales como La venganza de una mujer (2012) o El trío en mi bemol (2022), ha firmado Fuck the Polis, un ejercicio de no-ficción contagiado de aliento poético para forjar un estimulante retrato de la Grecia contemporánea como espacio de belleza milenaria. Azevedo regresa así a la cuna de la cultura Occidental, tierra de mitos por excelencia, pero también al país que visitó en 2007 tras un diagnóstico que parecía terminal. Esta vez, lo hace acompañada de un grupo de jóvenes narradores dispuestos a leer fragmentos literarios de Marguerite Duras o Albert Camus –o la lírica de João Miguel Fernandes Jorge– en un viaje de inagotable sabiduría estética que oscila entre la cotidianidad urbana y los ecos de épica que habitan en el Mediterráneo o –dicho de otro modo– entre una cita al melodrama conmovedor –como Lirios rotos (1919) de D. W. Griffith– y la vibrante voz de la cantante ateniense Maria Farantoúri desde el comedor de su casa. Al mismo tiempo, Azevedo se acerca a los márgenes de lo narrado aceptando los errores que pueda ofrecerle la imagen digital o incluso vaciando el encuadre de todo énfasis con planos que parecen sacados de un smartphone durante el circuito de un tour.

La segunda directora, en cambio, bien podría ser alumna de la anterior. Se trata de la joven creadora de arte interactivo Candela Sotos, que este año debuta con el espléndido documental Yrupẽ, presentado en L’Alternativa antes de llegar a Bilbao. Lo analógico y lo digital también dialogan mediante un itinerario hacia el corazón de la memoria, pero aquí nos acercamos a un ámbito más o menos biográfico para asistir a la recuperación de una película perdida –La flor de Irupé– que dirigió el pionero del cine científico español Guillermo Fernández-Zúñiga. Esto desencadena un viaje de mirada botánica a través de la historia familiar de la directora, una leyenda guaraní y una investigación histórica con algunos obstáculos legales que, en los últimos años, Sotos ha desarrollado de forma análoga al crecimiento paulatino de una planta tropical en Buenos Aires que sólo florece una vez al año. Esta planta –que da nombre al film– no sólo conecta con la extensa labor del mentado Fernández-Zúñiga, sino con las turbulencias de su vida en el exilio y la clandestinidad, estigmatizado por el franquismo. Sin duda, Yrupẽ ha sido otra de las sorpresas documentales del año en una edición cargada de pensamiento y discurso crítico.

La edición 67 de ZINEBI se celebró del 21 al 28 de noviembre.

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