Blancanieves
- V.O.: Snow White
- Dirección: Marc Webb
- Guion: Erin Cressida Wilson (Cuento: Wilhelm Grimm, Jacob Grimm)
- Intérpretes: Rachel Zegler, Gal Gadot, Andrew Burnap, Ansu Kabia…
- País: EEUU
- Género: Aventuras, musical
- 109 minutos
- Ya en cines
- «Una adaptación en vivo del clásico cuento de hadas sobre una hermosa joven princesa que, mientras es acosada por una reina celosa, busca refugio en la casa de siete enanos en la campiña alemana»
Por Elisa McCausland y Diego Salgado
Sin ser una gran película, esta enésima versión de uno de sus clásicos animados producida por Disney en clave fotorrealista se cuenta entre las más estimulantes del ciclo iniciado con Alicia en el país de las maravillas (2010). Blancanieves no es tan sombría como Maléfica (2014) ni tan experimental como El libro de la selva (2016), por citar dos de los remakes más ambiciosos realizados por el estudio a partir de sus películas añejas; al contrario, su mérito principal radica en su sencillez, en renunciar a todo exceso por lo que toca a duración —cien minutos si descontamos títulos de crédito—, meandros narrativos e hiperinflación audiovisual, lo que desemboca en la sorpresa del espectador y la neutralización de muchos de los prejuicios que pudiese llevar consigo a la sala.
Con esa estrategia de humildad, Blancanieves rinde para empezar un bonito homenaje a la película de 1937, rupturista a nivel estético y de animación pero interesada en preservar la atmósfera a la vez intimista, aterradora y maravillosa que invocaron durante la primera mitad del siglo XIX los hermanos Grimm en sus relecturas de narraciones ancestrales. Conviene recordar que, para Walt Disney, los cuentos de Andersen o los Grimm no constituían meros pretextos argumentales sino un código fuente para la fantasía infantil y juvenil moderna, que su propio estudio ayudó decisivamente a moldear.
Esta nueva Blancanieves puede presumir asimismo de ser ni más ni menos que un cuento de hadas, y, además, de seguir los pasos del filme original en elementos muy idiosincrásicos —desde el traje de Blancanieves a las escenas de la manzana y el beso, pasando por los animales conscientes y el retrato de los siete enanitos— sin que ello implique caer en la condición de simulacro que apuntábamos hace unas semanas a propósito de Vaiana 2. El empleo de las canciones creadas en su momento por Frank Churchill y Larry Morey y la incorporación de las compuestas hoy por Benj Pasek y Justin Paul —algunas tan brillantes como Waiting on a Wish y A Hand Meets a Hand— son rigurosos, y contribuyen al reconocimiento de la película previa a la vez que se impulsa la ficción en nuevas direcciones.



En ese sentido, la elaboración con CGI detallista de los siete enanitos vuelve a suscitar ¡en 2025! el debate en torno al uncanny valley, pero estos personajes desempeñan por fortuna —como el ladrón y rebelde Jonathan (Andrew Burnap)— un rol secundario frente al protagonismo de Blancanieves (Rachel Zegler) y su madrastra, la pérfida reina interpretada por Gal Gadot, encarnaciones de las políticas planteadas en el guion escrito principalmente por Erin Cressida Wilson. Como en sus trabajos para Secretary (2002) o La chica del tren (2016), Wilson no aboga en Blancanieves por una agenda feminista literal, reduccionista, sino por un cuestionamiento retorcido de lo asignado femenino que deriva en fábulas teñidas de aristas y ambigüedades.
De este modo, la Reina Malvada sigue ostentando un carácter estatuario fiel a la tradición, aunque trasciende su naturaleza de villana para hablarnos de la necesidad de revisar, tanto las ficciones talladas en piedra, impermeables a los cambios, como las concepciones trasnochadas del bien y el mal. Estos aspectos quedan subrayados con la elección afortunada para el papel de la icónica Gal Wonder Woman Gadot —que la crítica estadounidense ha masacrado o invisibilizado por razones extrafímicas pese a destilar carisma y hacer alarde de un amplio registro vocal— y con una atención del personaje a su cargo por la belleza que va más allá de su obsesión por el físico, tasada por el espejo mágico, para abarcar un entendimiento del poder que sustenta en el rigor diamantino, sin piedad por los defectos o la debilidad.



Blancanieves, retratada a menudo como emblema sin matices de la inocencia, como Jovencita sumisa a los dictados de otros, tanto da si despierta o dormida, es objeto de un proceso deconstructivo similar: la figurita de porcelana delata tantas insuficiencias como arquetipo que acaba por agrietarse, y ha de emprender un arduo viaje iniciático como heroína digna de regir los destinos de su pueblo que basa en los principios de la determinación, la justicia, la valentía y la verdad, heredados de su padre el Rey, primer objetivo de la Reina Malvada. Rachel Zegler —otra víctima de las innumerables polémicas que han rodeado Blancanieves— se revela idónea, en especial durante su interpretación entusiasta de las canciones, para dar vida a un personaje que se debate entre la mansedumbre y la emancipación, el recurso legítimo a la violencia y la apuesta por la paz, el trazo clásico y el contemporáneo.
Si con todo esto Blancanieves no pasa de ser una película correcta, un entretenimiento digno con lecturas apreciables, se debe a la sosa puesta en escena de Marc Webb, que regresa al cine tras un largo periodo de dedicación a la pequeña pantalla, y se nota. Hay una línea muy fina entre el cuento de hadas íntimo y personal y la tv movie de prestigio, y Webb la cruza en demasiadas ocasiones con una planificación y un montaje pragmáticos, sin brío ninguno, incluso en escenas tan críticas como los números musicales, carentes de ritmo y fluidez. Estamos asistiendo hoy por hoy, con sorpresa, a una resurrección del musical cinematográfico en la cual resulta difícil apreciar por lo general un esfuerzo mínimo por establecer diálogos fructíferos entre imágenes y música. Blancanieves no es una excepción.


- Montaje: Mark Sanger
- Fotografía: Mandy Walker
- Música: Benj Pasek, Justin Paul, Jeff Morrow
- Distribuidora: Disney