El cielo rojo

  • V.O.: Roter Himmel
  • Dirección: Christian Petzold
  • Guion: Christian Petzold
  • Intérpretes: Thomas Schubert, Paula Beer, Langston Uibel, Enno Trebs, Matthias Brandt…
  • País: Alemania
  • Género: Drama
  • 102 minutos
  • Ya en cines

  • «Un verano caluroso y seco, como tantos en los últimos años. Los incendios forestales son incontrolables. Cuatro jóvenes se reúnen en una casa de vacaciones junto al mar Báltico, no lejos de Ahrenshoop. Lenta e imperceptiblemente son cercados por las llamas. Un cielo rojo se cierne sobre ellos. Dudan, tienen miedo, pero no por los incendios; es el amor lo que les asusta.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

En 1837, Heinrich Heine escribe Espíritus elementales, repaso a las leyendas del acervo centroeuropeo marcado, como fue habitual en la obra del poeta y ensayista alemán, por la primacía de la retórica literaria sobre la etnografía y por un espíritu artístico cuyas deudas con el romanticismo de impronta cristiana habían dado paso al relativismo crítico y un gran interés por lo pagano. Como indica su título, Espíritus elementales se articula en torno a figuras imaginarias asociadas principalmente al aire —los elfos—, la tierra —los enanos—, el agua —las ondinas o ninfas— y el fuego —los demonios, el diablo—. Heine escribe sobre este último que “considera al ser humano la peor de las criaturas (…) El diablo es el espíritu del fuego por antonomasia, ¿de qué otro modo podría soportar el infierno? Su naturaleza intrínseca es tan fría que solo se siente cómodo en el fuego (…) El diablo es cínico y frío, incluso como amante”.

Quien esté al tanto del rumbo seguido por la filmografía de un compatriota y émulo de Heinrich Heine y su pensamiento inquisitivo y reformador, Christian Petzold, desde su primer largometraje comercial, The State I Am In (2000), hasta El cielo rojo, sabrá que, una vez terminada su trilogía acerca de las problemáticas intersecciones entre amor romántico, ideología y economía —compuesta por Bárbara (2012), Phoenix (2014) y En tránsito (2018)—, ha emprendido otro ciclo en el que ha puesto en primer plano su querencia por la deconstrucción y reconstrucción de los imaginarios románticos y feéricos de su país. Petzold ha apelado para ello a los espíritus elementales de Heinrich Heine, en diálogo con artefactos culturales contemporáneos y con su sempiterna lucidez en torno a las servidumbres de la creación —cinematográfica en particular— para con las hegemonías socioeconómicas y de pensamiento en que es producida.

Petzold empezó por repensar en Ondina (2020) los espíritus ancestrales del agua mediados por la literatura feminista de Ingeborg Bachmann y un tratamiento enigmático de lo urbano: “La supervivencia de Ondina (Paula Beer) como ninfa en la Berlín donde transcurre la película depende de un paisaje con fracturas, abismos, áreas que provoquen un sentimiento de extrañeza o miedo, algo con lo que está acabando la gentrificación” (Luise Mörke). En El cielo rojo, segunda entrega del ciclo, Petzold aplica esa pátina weird al espíritu del fuego y un entorno campestre que exacerba la capacidad de un referente obvio, Éric Rohmer, para transustanciar lo cotidiano en una suerte de ensoñación idealizada; Petzold, uno de los mejores directores europeos en activo —si no el mejor— funciona en base al guiño culto, la reinterpretación política y, last but not least, la reinvención de lo mítico. No filma para enmendar la plana a la tradición desde un punto de vista presentista. Filma para devolver a la tradición una vida que alumbre nuestro paso por unos tiempos sin dimensión trascendente, abocados a la irrelevancia histórica.

Para Petzold, “los cuentos de hadas tienen el poder de crear un mundo nuevo y significativo (…) Creo que el cine participa plenamente de esa cualidad”. Por todo lo expuesto, era de esperar que el relato en apariencia costumbrista planteado por El cielo rojo en torno a los encuentros y desencuentros de un grupo de jóvenes cuyas vacaciones en la costa del Mar Báltico se ven amenazadas por incendios forestales, se revele un trampantojo; la superficie de la ficción alberga un secreto, otro mundo de sentidos, que va mucho allá de los apuntes sobre el cambio climático o la descripción del protagonista, Leon (Thomas Schubert), un escritor insatisfecho con el borrador de su segunda novela, como un incel de manual, un “gilipollas integral” —en el cual Petzold ha volcado facetas autobiográficas— que se revela incapaz, no ya de disfrutar de la vida, sino de corresponder con dignidad a la atracción que siente por él, ¿incomprensiblemente?, Nadja (de nuevo Paula Beer).

Lo cierto es que si prestamos atención a la arquitectura visual de la película, al cielo-fundido en rojo inicial que da paso a los ojos cerrados al exterior de Leon, la reiteración del mismo color siempre desde su punto de vista, el contraste entre naturalidad y extrañamiento en diálogos y localizaciones, la íntima comunicación no verbal entre Nadja y León y su pasión compartida por la literatura frente a la verborrea pueril de Felix (Langston Uibel) y Devid (Enno Trebs), resulta fácil concluir que El cielo rojo está contada desde la psicología amargada y misántropa de Leon; más aún, que asistimos a una proyección alegórica de la realidad bajo el signo de la subjetividad romántica del joven, menos un personaje que un símbolo del artista, del demiurgo, desesperado por superar su disfuncionalidad imponiendo al mundo su mundo, mientras que Nadja, como indica su nombre —de origen ruso y traducible como Esperanza—, representa la inspiración y la esperanza, que Leon vampirizará al igual que vampiriza la naturaleza misma de la ficción.

Es concluyente al respecto la equiparación en las ropas oscuras, indistintas, que visten Leon y Nadja en la última escena, tras contarnos Petzold que la segunda novela de Leon es un triunfo literario y que incorporará las fotos que realizaba Felix. El joven ha hecho suya, ha significado a su conveniencia, una realidad anodina y vulgar, y Petzold ha hecho lo propio con el hecho fílmico al ejecutar de manera impecable y con cierta perversidad un triple salto mortal hacia atrás: Leon se nos presenta como un joven insufrible y neurótico, pasa a ser una encarnación contemporánea, todo lo ridícula que se quiera, del artista romántico, y se revela por último una sombra, un demonio que se cuida muy mucho de mostrar su tatuaje, la marca de la bestia. Leon es en definitiva el diablo sobre el que escribió Heinrich Heine: el espíritu mismo del fuego, una naturaleza tan gélida que solo puede sentirse cómoda viendo el mundo arder. Bajo su ligereza premeditada, El cielo rojo es una de las películas sobre los creadores en el mundo y el cine de hoy más profundas, elocuentes y sofisticadas que recordamos.

  • Montaje: Bettina Böhler
  • Fotografía: Hans Fromm
  • Distribuidora: Filmin