The Monkey

  • Dirección: Osgood Perkins
  • Guion: Osgood Perkins (Cuento: Stephen King)
  • Intérpretes: Theo James, Tatiana Maslany, Christian Convery, Colin O’Brien, Elijah Wood…
  • País: EEUU
  • Género: Terror
  • 95 minutos
  • Ya en cines

  • «Cuando los gemelos Hal y Bill descubren el antiguo mono de juguete de su padre en el ático, una serie de truculentas muertes comienzan a ocurrir a su alrededor. Los hermanos deciden tirar el mono y continuar con sus vidas, distanciándose con el paso de los años. Pero cuando las misteriosas muertes vuelven a sucederse, los hermanos deberán reunirse para destruir el mono antes de que acabe con las vidas de todos a su alrededor.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

El fuerte del guionista y director Osgood Perkins nunca ha sido la narrativa. En sus primeras películas —La enviada del mal (2015), Soy la bonita criatura que vive en esta casa (2016)— eso no supuso un problema; más aún, reforzaba el carácter weird de su cine, que difumina en sus mejores momentos los perfiles de la realidad solar a golpe de melancolía y desasosiego metafísicos. Shirley Jackson escribió que «ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo durante mucho tiempo en condiciones de realidad absoluta». Las películas de Perkins son un intento más o menos irónico, más o menos desesperado, de fabular la experiencia lúcida, con los ojos desorbitados, de esa realidad absoluta, del sinsentido de la existencia y la certeza del dolor y la muerte que nos aguarda, a través del género con más potencial para plasmarlo: el terror.

Sin embargo, a medida que Perkins se adentraba en terrenos más comerciales con Gretel & Hansel: Un oscuro cuento de hadas (2020) y Longlegs (2024), ha pasado a practicar la simulación meta de relatos que parece exigir hoy por hoy el gran público, así como una histeria visual que pega poco y mal con sus argumentos de fondo. En esa línea, The Monkey recupera con espíritu ingenioso y subversivo lo peor de dos mundos. Por un lado, la comedia de terror gamberra —no podía faltar en el reparto Elijah Wood—, que da juego entre la parroquia entregada de festivales especializados como Sitges y que tan mediocre y autocomplaciente suele resultar: la suma de humor y horror, dos de los géneros con más capacidad para intervenir constructos racionales de la representación, tiene efectos redundantes, cuando no sustractivos, porque toda risa esconde de por sí una cuota considerable de tensión liberada ante el recuento de una catástrofe, y todo alarido último de una víctima en el cine de terror es el broche de oro a un gag orquestado con brillantez por fuerzas cósmicas. «Psicosis fue una gran broma» (Alfred Hitchcock).

Por otro lado, The Monkey evoca a todos los efectos el aluvión de adaptaciones cinematográficas de novelas y relatos de Stephen King que tuvo lugar entre los años ochenta y noventa en base a directores con mayor o menor renombre y el predominio de una ironía posmoderna que sirvió para legitimar la escasa calidad de muchas de las propuestas. The Monkey baraja todo ello hasta someter el planteamiento de King —la odisea de un padre de familia obsesionado con un mono de juguete al que considera desencadenante maligno de desgracias varias— a una serie de variaciones y permutaciones ligadas menos a la relación de amor/odio entre dos hermanos gemelos mediada por el dichoso juguete que a las muertes extravagantes acaecidas cada vez que al mono se le da cuerda y toca el tambor instalado en su regazo. La película sigue así una trayectoria errática, puntuada por ocurrencias sangrientas de estructura cartoon que remiten a la saga Destino Final y por la socorrida voz en off de Hal (Theo James), que rememora su desdichada infancia junto a su cainita hermano Bill y se ve obligado a reeditarla como adulto. The Monkey no funciona orgánicamente ni en una ni en otra faceta, aunque su acumulación frenética de sucesos a lo largo de apenas noventa minutos hace que su visionado entretenga.
En cualquier caso, lo más interesante —lo único interesante en realidad— es cómo, bajo las cabezas rebanadas o quemadas, los personajes caricaturescos y el cinismo misántropo, ¿psicopático? que sobrevuela la ficción, antagónico al humanismo de M. Night Shyamalan, Perkins se muestra capaz de abordar temas que permiten reconocerle tras la cámara y honrar la historia de King: el mal y la arbitrariedad latentes en nuestro mundo bajo la apariencia de una lógica y un orden moral, los peligros de castigar a los demás por nuestras propias desdichas y frustraciones, la imposibilidad de controlar el rumbo de nuestras vidas y el sentido de nuestras muertes, el consuelo que procura la ficción frente a la brutal inexpresividad de la realidad absoluta… Los planos más inspirados de la película, que nos recuerdan el talento de Perkins a la hora de proyectar sus inquietudes en el tratamiento liminal de los espacios son, como cabía esperar, los menos estridentes: aquellos, previos a la degollación en el restaurante, en los que la cámara está atrapada en un vehículo con el mono de juguete, y su aproximación al mismo es medrosa, tangencial; o ese otro en el que un Hal adolescente (Christian Convery) es consolado por un familiar y la cámara ubica a ambos personajes entre dos alturas, entre la luz y la oscuridad, entre lo comprensible y lo pavoroso. Son encuadres que se bastan para rebajar el resto del metraje al rango de la nadería.

  • Montaje: Graham Fortin, Greg Ng
  • Fotografía: Nico Aguilar
  • Música: Edo Van Breemen
  • Distribuidora: Beta Fiction Spain