13 días, 13 noches / Expediente Warren: El último rito
- V.O.: 13 jours, 13 nuits
- Dirección: Martin Bourboulon
- Guion: Martin Bourboulon, Alexandre Smia
- Intérpretes: Roschdy Zem, Lyna Khoudri, Sidse Babett Knudsen, Christophe Montenez, Yan Tual…
- País: Francia
- Género: Thriller
- 111 minutos
- Ya en cines
- «Kabul, agosto de 2021. Mientras las tropas estadounidenses se preparan para abandonar el país, los talibanes asaltan la capital y toman el poder. En medio del caos, el comandante Bida intenta garantizar la seguridad de aquellos que se encuentran en el único refugio que queda en la ciudad, la embajada francesa. Con cientos de vidas en juego, Bida negocia con los talibanes con el fin de organizar un convoy hacia el aeropuerto. Comienza entonces una carrera contrarreloj para huir del infierno de Kabul antes de que sea demasiado tarde.»
- V.O.: The Conjuring: Last Rites
- Dirección: Michael Chaves
- Guion: Ian Goldberg, Richard Naing, David Johnson
- Intérpretes: Patrick Wilson, Vera Farmiga, Mia Tomlinson, Ben Hardy, Taissa Farmiga…
- País: EEUU
- Género: Terror
- 135 minutos
- Ya en cines
- «Los investigadores de lo paranormal Ed y Lorraine Warren se enfrentan a un último caso aterrador en el que están implicadas entidades misteriosas a las que deben enfrentarse.»
Por Diego Salgado & Elisa McCausland
Los dos estrenos más estimulantes de la rentrée cinematográfica son películas protagonizadas por profesionales que han realizado profesionales; ese tipo de entretenimientos destinados a audiencias de clase media, que hacen el trabajo sucio en la cartelera durante periodos de transición estacional, más aún, que sostienen los cimientos inestables de la distribución cinematográfica durante toda la temporada sin ser apenas tenidos en cuenta. Además, en tanto ficciones sobre personajes atrapados en circunstancias críticas —en el caso de 13 días, 13 noches, el asedio de una embajada; en el de Expediente Warren: El último rito, sucesos paranormales— que han dirigido artesanos carentes de una mirada política, una y otra película resultan idóneas para debatir la dialéctica que es capaz de establecer el cine más interesante entre la inmersión escapista del espectador y la perspectiva crítica que deposita sobre el relato a partir de su experiencia de cuanto le rodea.
13 días, 13 noches es el ejemplo más evidente de ello. Se trata de la sexta película de un nepobaby, Martin Bourboulon, auspiciada por un cine francés que no tiene, como el español, complejos a la hora de abordar temas contemporáneos y emplearse a fondo con ellos utilizando los recursos materiales que se estimen necesarios. Martin es hijo del veterano productor Frédéric Bourboulon, colaborador recurrente de Bertrand Tavernier. Tras ejercer como ayudante de dirección y adquirir experiencia en la televisión y la publicidad, ha encadenado en la última década hasta seis largometrajes marcados asimismo por la impronta de la producción antes que por la inquietud genérica o autoral: dos comedias familiares à la Santiago Segura —Papá o mamá y su secuela (2015-2016)—, un biopic edulcorado —Eiffel (2021)— y una nueva versión de Los tres mosqueteros (2023) en dos partes.
13 días, 13 noches prorroga el paseo de Martin Bourboulon por historias y géneros diversos al servicio de la industria francesa. La película se configura como intriga militar y política de alta tensión basada en hechos reales que uno de sus protagonistas, el comandante Mohamed Bida, ya había contado en primera persona en el libro correspondiente: en agosto de 2021, los talibanes recuperaban el control de Afganistán tras abandonar las tropas estadounidenses el país a su suerte, y el único refugio para muchos de los afganos que pretendían escapar al fundamentalismo brutal del nuevo régimen resultó ser la última misión occidental que permanecía abierta, la embajada francesa en Kabul, cercada por los talibanes en busca de personalidades afines al gobierno previo. 13 días, 13 noches recrea cómo los diplomáticos, policías y militares de la embajada lograron a golpe de ingenio y coraje que escapasen de Afganistán casi tres mil personas.



La película no se plantea preguntas en torno a la irresponsabilidad del intervencionismo occidental en Oriente Medio, y tampoco apela al contraste demagógico entre el buen hacer de los empleados de la embajada francesa y la ineptitud de sus mandos políticos, como ha solido ocurrir en producciones estadounidenses similares —Black Hawk derribado (2001), 13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi (2016)—, aunque las deudas con sus dinámicas narrativas y su concepción esquemática del humanismo son evidentes. 13 días, 13 noches es más modesta que los filmes de Ridley Scott y Michael Bay en términos de espectáculo, pero puede equipararse a ellas por lo que toca al suspense —las escenas de la primera negociación con los talibanes o la del convoy son excelentes— y las supera a la hora de reflexionar sobre los límites del heroísmo frente a los imperativos de la supervivencia y las conveniencias del poder.
Martin Bourboulon se desenvuelve, como adelantábamos, con profesionalidad a nivel de realización, confiando en la presencia noble y estatuaria del actor Roschdy Zem para dar vida a Mohamed Bida y un trabajo meticuloso de ambientación en Marruecos —como localización simulada de Afganistán— que ha elevado el presupuesto de la película hasta los treinta millones de euros. Durante los primeros minutos, Bourboulon acierta a sumergirnos en los escenarios y la tensión crecientes que se viven en Kabul —véase la refriega en la tienda de ultramarinos— gracias a una cámara envolvente que sigue a los personajes sin cambiar de plano hasta que lo exige con naturalidad la acción. Pero, poco a poco, su estilo se pliega con funcionalidad a la descripción de los hechos. 13 días, 13 noches, por tanto, es una película de escasa inventiva y discursos de poco alcance, pero cumple con creces el objetivo de que empaticemos con personajes que, como cualquiera de nosotros y el propio Bourboulon, sacan lo mejor de sí mismos en situaciones donde lo más fácil sería cubrir el expediente y mirar hacia otro lado.




Existe otra forma de concebir la profesionalidad, que pasa por hacer de uno mismo un personaje y vivir de ello y con ello, hasta que el valor específico de la obra tiene menos importancia que la imagen personal que uno desea proyectar a partir de sus contenidos, con lo que ello supone en términos de imposturas pero, también, una mayor personalidad. En este sentido, uno de los proyectos más sugerentes del cine comercial del siglo XXI ha sido la conversión de los demonólogos Ed (1926-2006) y Lorraine Warren (1927-2019), matrimonio representante con su charlatanería y sus invents del pulp esotérico, paranormal y ufológico que reinó en la cultura de masas y la sociedad de consumo de los años sesenta y setenta, en criaturas de ficción, a través de un ciclo de cuatro películas de terror que inauguró Expediente Warren: The Conjuring (2013) y parece —parece— que ahora concluye con Expediente Warren: El último rito.
Si la tercera entrega de la serie, Expediente Warren: Obligado por el demonio (2021), caía bajo la égida del director sustituto de James Wan, Michael Chaves, en la flacidez y una falta intrínseca de necesidad para existir, éste se redime en Expediente Warren: El último rito con una cálida despedida de Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga) que abre al mismo tiempo la puerta a una posible reinvención de la franquicia con su hija Judy (Mia Tomlinson) y su novio Tony (Ben Hardy) como nuevos cazafantasmas. Por eso, aunque ha recibido críticas, la doble línea narrativa que preside la película está justificada, más allá de su carácter espurio, desde la escena de parto inicial, uno de los momentos más perturbadores de 2025: por un lado, se plantea otro caso que los Warren tardan en aceptar al estarse planteando el retiro, vinculado a un espejo endemoniado; por otro, Judy se ve atormentada por visiones espectrales, posiblemente porque ha heredado las cualidades como psíquica de Lorraine.
Ambas historias confluyen en un clímax tan ruidoso y efectista como cabía esperar, algo tedioso; pero hasta llegar al mismo, Expediente Warren: El último rito ha trazado una estampa tan emotiva como, a su manera, crítica, sobre las mayorías morales blancas en Estados Unidos y su tendencia durante la segunda mitad del siglo XX a creer en lo imposible cuando el signo de lo posible empezó a escapar a su control. Ambientada en los años ochenta de Ronald Reagan y George H. W. Bush, la película habla sin subrayarlo sobre el pánico satánico de entonces, la influencia de los medios y la imagen videográfica para amplificar y legitimar su impacto individual y social, y las grandezas y miserias de la familia boomer media, con trazos que pueden interpretarse según las secuencias de conservadores —la iconografía católica y la loa familiar rozan lo asfixiante— o, como sucedía también en Expediente Warren: El caso Enfield (2016), de progresistas; al fin y al cabo, los Warren se cuentan entre las últimas esperanzas de una clase obrera cuyas psicosis y temores han sido tradicionalmente desdeñados por los estamentos médico y científico.
Todo ello desde el respeto, incluso desde el cariño, que también ponen de manifiesto ciertos guiños cinéfilos, pertinentes y nada invasivos, así como la descripción del vínculo entre Lorraine y Judy: la primera termina por aceptar que la recogida de testigo como depositaria de poderes psíquicos por la segunda no pasa porque la hija sea un mero reflejo de su madre, sino por romper con las dinámicas archisabidas de la familia Warren —y la saga que nos ocupa— para seguir su propio camino. La película está por tanto mejor escrita con las imágenes de lo que podría pensarse, y, aunque se echa de menos una mayor intensidad y Michael Chaves carece del virtuosismo de James Wan para el terror a lo tren de la bruja, los sustos y el suspense son lo bastante ingeniosos como para no decepcionar a los fans acérrimos del género y el Universo Warren. Como Martin Bourboulon, Michael Chaves está lejos de inventar la rueda; pero, con el respaldo de un equipo de producción irreprochable que transmite atmósfera y verosimilitud a la época retratada, ha sabido hacer honor a los singulares desempeños profesionales de los Warren.




- Montaje: Stan Collet
- Fotografía: Nicolas Bolduc
- Música: Guillaume Roussel
- Distribuidora: DeAPlaneta

- Montaje: Elliot Greenberg, Gregory Plotkin
- Fotografía: Eli Born
- Música: Benjamin Wallfisch
- Distribuidora: Warner