FICX 2021: Sandrine Veysset: contra viento y marea
Tras el inesperado éxito de su primera película, Sandrine Veysset, una directora intimista e intransigente, no tardó en toparse con ciertas barreras en la industria cinematográfica. Gracias a unos amigos fieles —y a unos cuantos ángeles de la guarda— está tratando de proseguir su carrera por caminos no hollados hasta ahora. Pero ¿a qué precio? Nos citamos con la cineasta en París para conocerla a ella y arrojar luz sobre su obra, encuentro que recuperamos ahora que el 59 Festival Internacional de Cine de Gijón le consagra su primera retrospectiva española. Por Faustine Saint-Geniès, en París.
Una mujer de pelo negro y largo y rizado se sienta en el suelo. Sostiene a una niña acurrucada entre sus brazos, con la cabeza contra su pecho. Intenta besarla en la mejilla, pero la niña gira la cabeza. Lo intenta de nuevo, y la malhumorada chiquilla vuelve a apartarse. Luego besa su pelo rojo. Un hombre observa la escena con una mirada benévola teñida de preocupación. Estelle Charlier y Romuald Collinet son unos padres muy especiales: su hija no es de carne y hueso, sino de madera y papel maché. Son titiriteros y se mueven ante la cámara de Sandrine Veysset en el documental Baby Annette, à l’impossible ils sont tenus, emitido en la cadena de televisión pública France 3 el pasado mes de septiembre. El tema no obedece a ninguna casualidad. «Me siento un poco como una marionetista con los actores. O como una escultora. No lo digo en un sentido peyorativo. Me gusta dar forma a algo, me interesa la corporeidad de los actores, me gusta manipularlos en el buen sentido de la palabra, explorar las posibilidades», confiesa la directora de Y’aura t’il de la neige à Noël? y de Martha… Martha. Durante varios meses, siguió a la pareja de artesanos de la empresa La Pendue. Los vemos esforzándose para concebir a esa niña, eligiendo meticulosamente el color de su piel, esculpiendo sus ojos y sus expresiones, que se aplicarán a una veintena de máscaras que se colocarán en su rostro. Se enfrentan a un reto considerable, ya que Annette no está destinada a uno de sus espectáculos, como sí lo estuvieron sus anteriores creaciones: la niña figurará en la película homónima de Leos Carax y actuará junto a Marion Cotillard y Adam Driver. El filme inauguró el Festival de Cannes de este año y ganó el premio al mejor director. Annette se sostiene sin ninguna varilla ni hilo visible. Es una apuesta arriesgada. Cada uno de sus movimientos ha sido objeto de numerosas pruebas antes de su rodaje. El documental, que no es ni un making of ni un preludio del filme Annette de Carax, nos ofrece la posibilidad de adentrarnos en el mundo de los dos artesanos y de Sandrine Veysset al mismo tiempo. «Lo que me conmovió de los dos titiriteros fue que estaban muy metidos en la artesanía en su espectáculo, y de repente caen en una película de Leos, que es una enorme máquina. Y se manejan muy bien. En el cine me siento como ellos. Estoy a medio camino entre un artista y un artesano: sigo mi propio camino en el mundo, no me siento aplastada, no hago un filme tras otro, esa no es mi visión de la vida.» Belicosa, decidida, «cabezota» incluso según algunos de sus colaboradores más cercanos, Veysset tiene una visión muy definida de la vida y del cine. Y esto ha sido así desde el principio de su carrera.
«Se lo he dicho alto y claro a todos»
Todo comenzó en el verano de 1989 con una reunión decisiva. Carax —¡ahí ya estaba él!— se encontraba rodando Los amantes del Pont-Neuf. Su equipo necesitaba una mano para reconstruir el puente de Montpellier, y ella se presentó. Nunca había oído hablar del cineasta, pero le gustaba hacer un poco de todo. «Siempre he pintado, se me daban bien los trabajos manuales y me aceptó sin problema. No era realmente para hacer obras maestras, sino para unos decorados básicos.» Al principio fue un trabajo bastante desalentador —pintar kilómetros de empalizadas de blanco bajo un sol abrasador—, pero no le importó. «Era estudiante y odiaba ese ambiente, nunca encontré mi lugar en él», admite Veysset. En aquel momento, no tenía ninguna pasión especial por el cine y cruzó el umbral de una sala oscura tarde, a los 18 años. «Cuando llegué allí, me gustó todo al instante. Así que dejé mis estudios y me dije: “Esto es lo que quiero hacer”.» Otro amor a primera vista para el asistente de Carax, que se convertiría en el padre de su hijo. El rodaje continuó en París, donde ella se reunió con su compañero. Sobre la marcha este dice que Carax está buscando un conductor y que le ha dado su nombre. Es más fácil hablar que hacerlo cuando no se conoce la capital y los coches no tienen GPS. Da lo mismo, Sandrine es muy trabajadora y se aprende las rutas. «Solía llevar a Leos al rodaje, al montaje. Con el tiempo nos hicimos muy amigos. Le hablaba de mi vida, de mi infancia en el campo, un mundo que él no conocía en absoluto. Y me dijo: “Deberías escribir un guion sobre lo que sabes del campo, no hay nadie que haga cosas así”. ¡Y le tomé la palabra!» Mientras hace de chófer no le falta el tiempo libre hasta la siguiente cita. Empieza a escribir Y’aura t’il de la neige à Noël?
La historia comienza con paja y termina con nieve. Es una historia ambientada en una modesta granja en el campo cerca de Aviñón, donde Sandrine creció. La vida de una familia de siete hijos —un número mágico— criados por su madre, una trabajadora agrícola como la de la guionista. Trabaja duro en la granja del padre de los niños, un hombre violento y autoritario que ha abandonado a esta familia no oficial para vivir con su familia oficial. Con su amor y cuidados constantes, la madre consigue preservar el mundo de sus hijos. La acogida del filme es ditirámbica. Veysset recibe por unanimidad una ayuda del Centro Nacional de Cinematografía francés. Jeanne Moreau, la presidenta del comité, incluso la llama para felicitarla. El jarro de agua fría vino después.
«De repente descubrí cómo funcionaba el cine. Todo el mundo estaba encantado con el guion, pero no les importaba cómo se iba a hacer —dice todavía molesta la cineasta—. Me decían que no a las tres estaciones; no, que siete niños son demasiados. Al final, acabé preguntándome qué les gustaba del guion, porque en realidad querían cambiarlo todo. O tal vez debería haber hecho algunos cortometrajes antes de rodar este, porque era el primero…» La mujer que nunca soñó con ser directora se niega a comprometerse. «O se hacía como yo quería o nada.» Pasaron dos años y, justo cuando estaba a punto de perder la subvención, conoció al productor Humbert Balsan. Veysset ya ha trabajado en los decorados de varias de sus películas. Durante la reunión, harta de esos dos años de penurias, le dice todas sus condiciones: «Ya se lo he dicho alto y claro a todos los demás: si quieres producirme, es con siete hijos, tres estaciones y ¡escogeré a los actores que a mí me dé la gana!». Balsan acepta sin decir ni mu. «Humbert Balsan fue una verdadera oportunidad, un encuentro decisivo en mi carrera.» El resto es historia: la cinta desafió todos los pronósticos con casi un millón de entradas vendidas, el prestigioso premio Louis Delluc en 1996 y el César a la mejor primera película en 1997, lo cual no deja de ser curioso si pensamos en esta cineasta marginal que, sin gustarle la técnica, la asume sin pestañear. Pero sabe retratar su universo, aporta fotografías, referencias a películas, cuadros, matices de color. También sabe rodearse bien. Hizo otros tres filmes con la misma directora de fotografía, Hélène Louvart, y el mismo productor, Humbert Balsan: Victor… pendant qu’il est trop tard en 1998 y Martha… Martha en 2001, además de Il sera une fois… en 2007. Veysset impuso sus condiciones y Balsan le dio carta blanca. En sus obras hallamos el mundo de los cuentos, de la infancia y de la dificultad de entrar en la edad adulta. La joven directora tiene un talento excepcional para dirigir a actores muy jóvenes o poco conocidos, como Valérie Donzelli, a quien ofrece su primer papel protagonista en el cine en Martha… Martha . Pero la crítica y el público quedaron decepcionados: el hechizo se rompió. «Tras el éxito de Y’aura t’il de la neige à Noël?, todo el mundo me esperaba. Se me echaron encima», lamenta todavía con amargura. A partir de su segunda película, Veysset estuvo en la lista negra de las cadenas de televisión, según nos revelan algunas de ellas. Sus proyectos tienen dificultades para encontrar financiación.
«Estuve a punto de dejar el cine»
Sandrine Veysset, con sus ojos avellana, su flequillo castaño despeinado y su rara sonrisa, no entra en detalles. Su voz grave y su tono a veces seco sugieren que está a la defensiva. Alega su falta de memoria, pero uno sospecha que más bien se trata de un digno pudor, el de las personas que han sufrido las embestidas de la vida. El 10 de febrero de 2005, mientras terminaba el montaje de Il sera une fois…, su cuarto largometraje, Humbert Balsan se suicidó a los 50 años. Este «productor cowboy», como lo llamaba Yolande Moreau, cuyo filme Cuando sube la marea produjo, llevaba sus proyectos a rajatabla. Eterno equilibrista, se balanceaba constantemente entre la bancarrota y el golpe de efecto para financiar las películas que le interesaban, primeras películas y guiones rechazados en todas partes. Hasta el día en que perdió el equilibrio. El rodaje estaba empantanado, las deudas se acumulaban, los socios no eran los apropiados y había amenazas de embargo. «Su muerte fue muy, muy violenta. Estuve a punto de dejar el cine», dice. Veysset tardó diez años en recuperarse. Diez años en los que apenas si ha realizado algunos cortometrajes de la Colección Jeanne Moreau para Canal+. La directora de producción de Humbert Balsan, Nadine Chaussonnière, le presentó finalmente a un nuevo productor, Stéphane Jourdain, a quien propuso el guion de L’histoire d’une mère, adaptación libre de un cuento de Andersen. «Fue una de sus primeras cintas de ficción. Él viene del mundo del documental, con un enfoque diferente, un poco artesanal, pero con una ética y un verdadero ojo artístico», admite, orgullosa de haber conseguido ganarse de nuevo su confianza. La película fue un fracaso tanto comercial como de crítica y sufrió cruelmente su falta de recursos. «Ninguna cadena la quiso —se lamenta Jourdain—. Cuando llamaba a los canales, la gente no sabía quién era Veysset, cosa que escandalizó a Sandrine. Todo el mundo había olvidado su primera película y, sobre todo, los interlocutores habían cambiado.» Esto fue un nuevo golpe para Veysset, pero no pensaba dejarse abatir. Respondió a una licitación de France 5 para la serie documental Influences, une histoire de l’art au présent. El objetivo era mostrar a un artista en el proceso de creación. Filmó a Isabelle Huppert en el papel de María Estuardo para el director Bob Wilson en Le mystère Huppert. El canal estaba encantado, al igual que Veysset y su productor. Le dijo a su amigo Leos Carax si le importaba que ella siguiera sus rodajes. Una broma. Ella sabía lo mucho que Carax odia que lo filmen a él. Él se niega y le dice que filme a sus titiriteros. Nuevo documental y nuevo éxito. Incluso prueba suerte en los telefilmes. El cine le da la espalda, pero ella cae de pie en la televisión. «Me lo tomo como un ejercicio. Si puede abrirme una puerta para después poder escribir guiones para la televisión, ¿por qué no? No soy antitelevisión. Solo estoy probando.» Dice que se ha suavizado, que está dispuesta a hacer más concesiones. «Nunca la he visto hacer ninguna», dice Jourdain riéndose. «Lo que pasa es que sus intereses cambian, con nuevos formatos; pero hacer concesiones, no. Cuando hace algo, es su vida, le compete solo a ella. Nunca ha hecho la pelota a nadie, nunca ha ido a una proyección para dejarse ver, vive en el campo. Es un poco una niña salvaje y tiene todo el mérito. Es muy recta y fiel.» Su respuesta: «Intento huir de cualquier restricción. Tal vez no sea capaz de hacerlo, tal vez me harte o me echen y haga otra cosa». Esboza una enigmática sonrisa.