Háblame
- V.O.: Talk to me
- Dirección: Danny Philippou, Michael Philippou
- Guion: Michael H. Beck, Danny Philippou, Bill Hinzman, Daley Pearson
- Actores: Sophie Wilde, Alexandra Jensen, Joe Bird, Miranda Otto, Zoe Terakes
- Género: Terror
- País: EEUU
- 95 minutos
- Ya en salas
«La solitaria adolescente Mia se engancha a la emoción de invocar espíritus utilizando una mano embalsamada, pero cuando se enfrenta a un alma que dice ser su madre muerta, desata una plaga de fuerzas sobrenaturales y se debate entre decidir en quién puede confiar: en los vivos o en los muertos. »
Por Elisa McCausland y Diego Salgado
A finales del año 1900 el ilustrador austriaco Alfred Kubin, cuya afinidad con el simbolismo y lo expresionista dio cuenta de una individualidad atormentada pero, también, de las incertidumbres colectivas que caracterizaron el fin de siècle, pone a la venta un dibujo elaborado en tinta y aguada sobre papel titulado Espectro. En el mismo, un hombre acostado se asoma candil en mano al suelo de su dormitorio, donde se topa con una figura sin cabeza que surge de debajo de la cama y extiende una mano hacia él.
El horror de la escena deriva tanto de la aparición del espectro en supuesto estado de vigilia, bajo la luz del candil, como de la correspondencia casi exacta de su postura con la del testigo de su presencia, hasta el punto de componer un reflejo especular alegórico: su mano izquierda a punto está de tocar la derecha del hombre desvelado, la oquedad donde debería hallarse su cabeza se sitúa casi en la vertical del rostro aterrado que mira, su mano derecha opone a la izquierda que sostiene el candil la oscuridad absoluta reinante bajo la cama.
Kubin incide con Espectro en el adagio de que el sueño de la razón produce monstruos, que, lejos de mitigarse desde su enunciación por Francisco de Goya en 1799, no había hecho otra cosa que reiterarse en el mundo de la cultura y el arte a lo largo del siglo XIX; pero, además, subraya la condición proyectiva del fantasma, del monstruo, no como amenaza sino como forma de reconocimiento y hasta de consuelo enigmático frente a una realidad insoportable. “No me arrebate mi angustia”, le pidió Kubin a uno de los doctores que trataron sus múltiples dolencias psicológicas, “gracias a ello puedo ver”; es decir, ser. Por esa misma época, Sigmund Freud escribía: “Es precisamente cuando una visión o un sueño no guarda equivalencia literal, reconocible, inmediata, con lo percibido en la existencia diurna cuando más podemos sospechar que se remite a ella, a su sustrato más auténtico (…) los fenómenos patológicos de la vida anímica tienen su reflejo más fiel en la desfiguración onírica, en las pesadillas más horribles”.
Por tal motivo el terror es el género cinematográfico subversivo por excelencia: hace saltar por los aires la lógica representativa de lo existente que media la codificación de los demás géneros, y nos brinda el consuelo, una vez perdidos en el corazón de las tinieblas, de plasmar a la perfección nuestros rasgos desfigurados por el miedo, la podredumbre, la verdad. Como muchas películas de terror actuales, Háblame, ópera prima de los hermanos australianos Danny y Michael Philippou —forjados en la cinefilia gamberra de YouTube—, solo es consciente a veces de esa capacidad del terror para prestar una voz del todo inarticulada, es decir, absolutamente certera, a nuestros temores más arraigados. En otras ocasiones, la película de los Philippou se apunta al psicologismo de moda a partir del duelo insuperable que aqueja a su protagonista, Mia (Sophia Wilde), tras la muerte de su madre en ambiguas circunstancias; sin caer en la cuenta de que usar y abusar del terror para hablar del trauma y no para sublimar ese constructo intelectual en un éxtasis de lo ilógico es un pleonasmo, un contrasentido, que entorpece la expresión de la catarsis artística.
Pese a ese hándicap, ciertos titubeos propios de principiantes que afectan al ritmo y foco de la historia, y los ¿inevitables? guiños con menor o mayor fundamento al acervo del género —desde el carácter viral de la amenaza al simbolismo del animal herido, pasando por la estructura solapada de la narración como relato decimonónico con punchline moral— se aprecia en Háblame una afinidad creíble con el fantástico, que da lugar a un imaginario sugerente. Hay, como en el dibujo de Alfred Kubin, una vela que no sirve al efecto de enfatizar lo visible sino de explorar lo invisible. Hay también una mano espectral que se tiende a los personajes: la de un antiguo médium, embalsamada en cerámica, que permite a los personajes atisbar el más allá, incluso que el más allá hable con ellos, les habite. Hay un reconocimiento progresivo en la carne tumefacta, los ojos glaucos y los labios cuajados en sangre que invocan las sesiones espiritistas. Y hay una equivalencia final, inevitable, entre los vivos y los muertos, porque quien ve fantasmas, aunque crea que está jugando, se ha situado en una longitud de onda ajena a lo material y lo social y está abocado a ser un fantasma.
En este sentido, Háblame es uno de los retratos del mundo contemporáneo más crueles —lúcidos— vistos en mucho tiempo. ¿Quién, en esas circunstancias, no sentiría que su sitio está al otro lado del espejo? Los personajes, con un par de excepciones que no por casualidad están condenados a ser víctimas de quienes les rodean, son repulsivos. Parecen pensar que su soledad y su infelicidad legitiman su falta de empatía hacia los demás. Madres hastiadas, hijas abstraídas en el móvil, novios volubles, amigas desleales, diálogos de sordos, dinámicas perversas de grupo… Conscientes de ello o no, los hermanos Philippou han llevado el realismo estilizado en los argumentos y las formas que tiende a auspiciar Screen Australia en las producciones de aquel país hasta un grado de honestidad intolerable o parodia que no tenía otro remedio que desembocar en el terror como línea de fuga, como crítica despiadada. Tras encontrarse por vez primera con el espíritu de su madre fallecida gracias al ritual con la mano embalsamada en el que acepta participar, Mia exclama maravillada, “he podido contemplarlo y sentirlo todo al otro lado”. La joven no acierta a comprender que esa facultad ha implicado rasgar el velo de lo materialista y lo diagnosticado, dejar entrar en ella lo ilegible, ser poseída por sus culpas, inquietudes y paranoias más irracionales, más auténticas. Mia languidecía en los escenarios intrascendentes del drama realista hasta que descubre que resulta más significativo inmolarse en el altar de lo impensable, en el cine de terror.
- Montaje: Geoff Lamb
- Fotografía: Aaron McLisky
- Música: Cornel Wilczek
- Distribuidora: Diamond Films