JUANA A LOS 12

– Cuaderno Crítico. JUANA A LOS 12 –

Pocas veces hemos visto en el cine un retrato de la adolescencia que capture con tanto acierto el misterio y la indefinición de la pubertad como en las andanzas de la pequeña Juana. Inserta en un estirado colegio inglés, Juana tiene problemas para hacer amigos, comunicarse con su madre y hasta para nadar de espaldas. Pero también se lo pasa pipa con una dentadura postiza de vampiro o con los efectos de la anestesia. Un retrato tan rico en matices que tiene muy claro esa máxima de sabiduría de abuelas: “no le hagas demasiado caso al niño que lo atontinas”.
 
Juana es una niña de 12 años cuyo descenso repentino en el rendimiento académico hace saltar las alarmas de profesores y familia. Para colmo de males, Juana parece tener problemas para encajar socialmente. ¿Que le pasa a Juana? La infancia y la adolescencia han sido etapas visitadas una y otra vez por el arte, con toda lógica en tanto períodos de (auto)descubrimiento de los grandes temas que han obsesionado siempre al hombre: el amor, la muerte, la amistad, los conceptos de moral y ética… en definitiva, la emoción del hombre descubriéndose hombre. Al tiempo, se encontró en los imberbes el vehículo perfecto para adoptar una mirada particular hacia el mundo o, en muchos casos, la coyuntura ideal para retratar épocas y contextos desde la neutralidad que se le presupone a narrar desde el punto de vista del que vivirá los acontecimientos al tiempo que el espectador. Sin embargo, de un tiempo a esta parte podemos observar como no son pocos los cineastas que se valen de la infancia y la adolescencia para dictar sentencia, buscando posibles explicaciones a este mundo caótico a través de coartadas psicologistas, condenas deterministas o andanadas apocalípticas. En películas como Funny Games, The Tribe, La cinta blanca o la reciente The Childhood of a leader, los zagales se ven abocados al peor de los futuros dada la ausencia de sus progenitores, su adicción a los videojuegos de guerra y la Pepsi-Cola o el asfixiante molde del severo ambiente en el que se crían; cuando todos sabemos que normalmente todo eso nos llevó, como mucho, a una adolescencia con el armario lleno de camisetas negras.
 


El joven director argentino Martin Shanly contrapone la pregunta sobre qué le pasa a Juana con otra pregunta mucho mas seductora: pero, ¿le pasa realmente algo?

Y lo cierto es que a la pequeña Juana le pueden pasar muchas cosas: que se sienta como una marciana en ese colegio inglés tan afectado, que le pese la ausencia de ese padre siempre en off laboral o que acucie de soledad y frustración al tener una madre siempre en transito y con la que no consigue comunicarse. Pero, como en el cuadro de El Venado que tanto llama la atención de Juana, el venado moribundo con cabeza de Frida Kahlo es al tiempo una metáfora de una mujer herida ante el mundo y… un venado con la cabeza de Frida Kahlo. Juana tiene doce años y quiere lo que cualquier niño de su edad: que la inviten a la fiesta de disfraces de la chica mas popular de clase, tener una fiel-mejor-amiga o intercambiar notitas de broma con una compañera de clase mientras le sueltan una chapa british sobre las hazañas de “William el conquistador”. El joven cineasta bonaerense registra con sutileza y sin aspavientos la singularidad de la vida familiar y social de Juana, que puede ser el reflejo de un país desestructurado, ensimismado y disfuncional tanto como, simplemente, un ciervo con cabeza de Frida Kahlo. «¿Entonces 4×4 es lo mismo que sumar 4 + 4 + 4 +4?», pregunta un compañero de clase de Juana. Ya desde la decisión de rodar la película en formato 1:1:33, se nos ofrece esta rica ambivalencia: puede que Juana se sienta algo encerrada en su pequeño cosmos, pero también se nos revela como el formato mas sencillo y espontáneo, es decir, el más adecuado para acompañar la íntima cotidianidad de una pequeña de doce años. Shanly nos muestra los grandes acontecimientos en la vida de Juana (la visita a la pedagoga, las pruebas neurológicas) del mismo modo que los pequeños grandes acontecimientos (el ensayo fallido de la obra de teatro, la fiesta de disfraces, la clase de natación), a través de paneos suaves pero impredecibles, de reencuadres al vuelo, de elementos fuera de foco en primer y segundo término; es decir, una mirada en consonancia con el vaporoso desconcierto de la pequeña protagonista que trata de ordenar su mundo de la mejor manera que puede. De este modo, no es de extrañar que Shanly juegue a emular las texturas pastel del 16mm más pop para dar las pinceladas más directas sobre el miedo al abismo de Juana en un divertido episodio onírico que no desencajaría en el universo de Wes Anderson, cineasta con el que podríamos establecer alguna similitud.

Contaba Shanly en una entrevista que la decisión de incluir a su madre y su hermana como protagonistas de la película respondía al buen entendimiento con ellos y a la búsqueda de una cierta tensión que se establece cuando ruedas a tus seres queridos. Sea como fuere, lo cierto es que es durante los agradables 76 minutos que dura la película (otra muestra del buen gusto del argentino) es imposible despegar la vista de la cautivadora y entrañable Rosario Shanly, puro magnetismo y milagro de naturalidad, siempre entre absorta y lúcida. No exageramos si decimos que a esta Rosario/Juana hay que incluirla desde ya entre los más deliciosos retratos de la temprana adolescencia que ha dado el cine. Alberto Lechuga