Longlegs / Dogman
- V.O.: Longlegs
- Dirección: Oz Perkins
- Guion: Oz Perkins
- Intérpretes: Maika Monroe, Nicolas Cage, Alicia Witt, Blair Underwood…
- País: EEUU
- Género: Terror
- 101 minutos
- Ya en cines
- «A Lee Harker, una nueva y talentosa agente del FBI, le han asignado un caso sin resolver de un asesino en serie. A medida que la investigación se complica y se descubren pruebas ocultas, Harker se da cuenta de que existe un vínculo personal con el despiadado asesino y debe actuar con rapidez para evitar otro asesinato.»
- V.O.: Dogman
- Dirección: Luc Besson
- Guion: Luc Besson
- Intérpretes: Caleb Landry Jones, Jonica T. Gibbs, Christopher Denham, Clemens Schick, Michael Garza…
- País: Francia
- Género: Drama
- 114 minutos
- Ya en cines
- «De niño, Douglas fue maltratado por un padre violento, que luego lo arrojó a los perros. En lugar de atacarle, los perros le protegieron. Traumatizado y llevando una vida al margen de la sociedad con sus perros, Douglas desciende a una locura.»
Por Elisa McCausland y Diego Salgado
Más que coincidir, esta semana colisionan en la cartelera dos películas de planteamientos similares pero que desembocan en experiencias absolutamente distintas, incluso antagónicas, para el espectador. Hablamos de Longlegs (2024), cuarta película del estadounidense Oz Perkins y primera con la que obtiene un éxito rotundo de crítica y público, y Dogman (2023), una de las realizaciones más discretas del francés Luc Besson, figura de excepción en el cine europeo de las últimas cuatro décadas. Perkins y Besson presentan como directores algunas afinidades: universos propios en el marco del cine comercial que tienen su reflejo en personajes introvertidos y una visión amenazante del mundo que les rodea, cierta querencia por el weird y lo grotesco, y una pulsión discutible por adaptar motivos tasados de la cultura popular a sus sensibilidades y las tendencias del mercado.
Perkins sin embargo va cuando Besson —quince años mayor y con una experiencia muy superior como director— vuelve. Por eso Longlegs es una película desesperada por agradar mientras que Dogman, hasta cuando lo intenta en algunos momentos, no puede suscitar otra cosa que muecas de incredulidad. Digámoslo ya: Longlegs es bonita y por tanto falsa, y Dogman es tan fea que acaba por ser bella, es decir, verdadera. Resulta lógico que en una época en la cual casi nadie quiere ver y muchos no saben mirar, Longlegs sea la que reciba los mayores elogios.
Si eso sirve para que Oz Perkins tenga más proyección, bienvenido sea; no en balde ha sido el primero en hacer de Longlegs una reivindicación sutil de su ópera prima, La enviada del mal (2015), a la que no se prestó atención en su momento, como tampoco hicieron demasiado ruido Soy la bonita criatura que vive en esta casa (2016), intriga fantasmática y de efluvios literarios, ni Gretel y Hansel: Un oscuro cuento de hadas (2020), fallido primer intento de Perkins por imbricar en registros de moda —el cuento de hadas gentrificado y feminista— una concepción del terror ligada a los estados crepusculares de conciencia y los vasos conductores «entre el mal y el vacío existencial» (Roberto Alcover).
Longlegs es víctima también de ese intento por armonizar los intereses creíbles con los espurios; aquí, el de realizar una gran película sobre asesinos en serie como demiurgos de la ficción en la estela de las clásicas El silencio de los corderos (1991) y Seven (1995), revisadas bajo el signo del trauma narcisista y un terror elevado con el que Perkins y la productora y distribuidora NEON, ansiaban verse identificados. El resultado de estos equilibrios creativos es un viaje iniciático, el que emprende en los años noventa la agente del FBI Lee Harker (Maika Monroe) cuando se le encomienda investigar una serie de asesinatos y suicidios que llevan ocurriendo veinte años en el seno de familias, marcado por la arbitrariedad narrativa y estilística más absoluta.
La impostación de gravedad se da de cabeza en Longlegs con errores de principiante. Los ingredientes paranormales —Lee parece gozar de percepción extrasensorial, el demonio es una presencia tangible— chocan de manera tan inepta con los propios del suspense materialista, las ideas arrojadas contra la pantalla son tantas y tan incongruentes, que al final a Perkins no le queda más remedio que someternos a un flashback explicativo de varios minutos para que todo cuadre… y revele una vaciedad atronadora. Antes hemos asistido al guest starring de un Nicolas Cage autoparódico en la piel del villano, y al protagonismo de una Maika Monroe que vuelve a dar cuenta de sus insuficiencias como actriz aunque, todo sea dicho, ha de lidiar con un personaje muy mal escrito: el afásico estado mental de Lee le habría impedido estar en activo, y se intenta que comulguemos con escenas tan estúpidas como aquella en la que la agente del FBI abre en plena noche la puerta de su casa ante la llamada de alguien que no puede ver, la deja abierta para inspeccionar el bosque que circunda el domicilio, y el psicópata aprovecha para colarse hasta su dormitorio.
No es la única escena que hace de Longlegs un subproducto equiparable a tantos otros estrenados en plataformas de streaming. Perkins trata de disimularlo con una puesta en escena susceptible de epatar al estudiante de comunicación audiovisual medio, pero eso tampoco conduce a nada coherente: cambios de formato para ubicarnos en las diferentes épocas en que transcurre el filme —¿sabíais que la película de Marvel Studios sobre Los 4 Fantásticos incluirá escenas en formato 4:3?—, plot holes camuflados con elipsis bruscas, la rigidez y asepsia de numerosos escenarios, créditos finales invertidos —recurso ya empleado en Seven o Stoker (2013)—… Lo más creativo de Longlegs, más allá de sus arrebatos estéticos de marca blanca, ha sido su campaña publicitaria, digna de William Castle, y su gestión del hype histérico en el que se desenvuelven ciertos críticos y públicos actuales, bajo cuya sofisticación aparente laten la falta de criterio y las servidumbres hacia la canalla de Twitter y Letterboxd. Como ha escrito Rex Reed, «uno ya se ha acostumbrado a esperar que las películas sean mediocres, en especial cuando reciben halagos desorbitados. Lo que todavía sorprende es que esos halagos estén dedicados a un filme donde las ocurrencias sustituyen a las ideas, los momentos robados de otras películas se hacen pasar por originalidad, el amateurismo preside las interpretaciones, la escritura juega al despiste y los caprichos se imponen a una realización centrada. Todo ello hace de Longlegs un galimatías».
Dogman es por comparación una película sencilla, más aún, simple. Luc Besson reitera, como en León, el profesional (1994) o Angel-A (2005), su predilección por personajes de outsider, niños grandes, cuya rareza —lindante con la enfermedad mental y la masculinidad tóxica si son hombres— siempre han sido preferibles para el director francés a la violencia institucionalizada por los colectivos. En Dogman el inadaptado es Doug (Caleb Landry Jones), un joven maltratado en la infancia hasta el punto de no poder caminar. Doug da la espalda a la sociedad y, gracias a la comunicación especial que puede entablar con los perros, hace de estos animales su familia y se convierte en justiciero y protector de los débiles en uno de los barrios más deprimidos de Nueva Jersey. Por si esta historia, salida de un folletín de Alejandro Dumas o un cómic de Steve Ditko, no fuese suficiente, Besson imagina que Doug actúa como drag queen en locales nocturnos interpretando temas musicales de Edith Piaf y otras celebridades. Para Doug, disfrazarse de mujer no constituye un modo de ocultarse a sí mismo su condición de lisiado y asocial, sino de transformarse “en alguien más”.
Como puede apreciarse, Dogman, que alterna escenas dramáticas, de acción y suspense, y hasta musicales para perfilar el retrato de un mártir, es una película problemática en términos representativos, casi irresponsable, además de sonar a exploit desvergonzado de Joker (2019) y servir como vidriosa proyección alegórica del calvario por el que ha pasado Besson en los últimos años: el fracaso en taquilla de una de las propuestas más ambiciosas de su carrera, Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017), y unas acusaciones de acoso y agresión sexual que, por ahora, no han tenido consecuencias penales para él.
De hecho, uno de los efectos del fiasco de Valerian y la ciudad de los mil planetas, irregular pero de gran belleza, y la repercusión exigua de su siguiente película, la estilizada Anna (2019) —estupenda muestra del reciente subgénero de titanacas del espionaje y Guerra Fría ejemplificado también por Atómica (2017), Gorrión rojo (2018) y Viuda negra (2021)—, es que en esta ocasión el trabajo de realización, dirección artística y fotografía es modesto, cuando no cutre. Sin embargo, eso acaba por ser una virtud: Dogman es tan directa —o zafia, como se prefiera— a la hora de plasmar los argumentos citados que resulta un ejercicio irresistible de lírica pueril, tierna y desquiciada; algo a lo que contribuye de forma decisiva la vehemente interpretación de Caleb Landry Jones, comprometido sin miedo al ridículo con el trash y embarcado ya en la siguiente película de Besson, una nueva adaptación de Drácula. Existe en definitiva un abismo difícil de salvar entre la honestidad inevitable de Besson y la deshonestidad premeditada de Oz Perkins.
- Montaje: Graham Fortin, Greg Ng
- Fotografía: Andrés Arochi
- Música: Elvis Perkins
- Distribuidora: DeaPlaneta
- Montaje: Julien Rey
- Fotografía: Colin Wandersman
- Música: Eric Serra
- Distribuidora: Diamond Films