Sitges 2019: Matar al monstruo

– Sitges 2019: Matar al monstruo –

«¿Justin? ¿Aaron?». Algo que no me había ocurrido hasta ahora: llegar a una entrevista y que me confundan con el entrevistado. Mi contacto de prensa me confiesa estar cubriendo a una compañera y no haber podido comprobar qué pinta tienen Justin y Aaron. Solo conoce la descripción que le ha dado su colega. Un retrato robot que de algún modo encaja con mi aspecto cansado: pelo escondido bajo la gorra, camisa sin planchar, barba desaliñada. La pinta de piltrafa que debe tener alguien cuando le quedan apenas siete días para casarse y demasiadas entregas por cumplir. La pinta de un tipo que duerme poco y mal (¿las terribles almohadas del hotel Meliá responden a algún tipo de venganza? ¿Tendrán restos de melocotón si las interrogamos bajo una luz ultravioleta?). El caso es que andaba yo pensando en esas rotundas pastillas de un gramo de ibuprofeno cuando se personan, al fin, Justin y Aaron. Justin es Justin Benson, Aaron se apellida Moorhead, y ambos presentan en la Sección Oficial del Festival de Sitges Synchronic, la película más ambiciosa de este par de amigos consagrados a la ciencia ficción lo-fi. Minutos antes, la chica de prensa me confiesa que la noche anterior el dúo de colegas estuvo celebrando el estreno de la peli regándose de alcohol y enchufándose al karaoke hasta altas horas de la madrugada. No obstante, la imagen mental que me hago de ellos me consuela solo durante unos segundos: los cabrones se personan impecables. Los norteamericanos van siempre impolutos. Como si sus abuelas les advirtieran sobre no salir de casa sin poder posar para el catálogo de Uniqlo en caso de accidente. Suyo es el show bussiness. 

Moorhead y Benson en The Endless

Moorhead y Benson no son parientes — si acaso brothers from another mother— pero bien podrían ser los hermanos Safdie del cine fantástico. Porque Synchronic también empieza con la llamada de un tipo famoso que quiere trabajar con ellos. Solo que en lugar del protagonista de Crepúsculo, aquí hablamos del sufrido protagonista de 50 sombras de Gray, Jamie Dornan, un tipo inglés que, al igual que su paisano Pattinson, parece estar aprovechando el impulso de su franquicia teen para abrirse camino en producciones menos obvias (entre los siguientes proyectos de Dornan encontramos a Drake Doremus, Kristen Wiig y John Patrick Shanley, el director de La duda y de aquella joya llamada Joe contra el volcán). Como cuando Pattinson se tropezó con la imagen de Heaven Knows What en el portal Indiewire, el guaperas de Dornan — guaperas a la vieja usanza: torturado y apolíneo — ve The Endless (El Infinito), la anterior película de Benson y Moorhead, simplemente porque le gusta el cartel de la película. Acaba enamorado de ella: tiene que trabajar con estos tipos. Un recorrido extrañamente paralelo al de Good Time, lo suficiente para que la chica de prensa hubiera podido confundir también a Justin con Joshua, a Aaron con Ben. 

 «Present is a miracle, bro!» 

Synchronic
empieza casi como una versión (aún más) malrollera del Bringing out of the dead de Scorsese. Dos paramédicos de Nueva Orleans a bordo de una ambulancia rumbo al fin de la noche. Sobredosis, peleas, accidentes y violencia de todo tipo. Toda la sordidez que esconde la noche y que solo queda al descubierto cuando son bañadas de luz azul y roja. Dennis (Jamie Dornan) está casado y tiene una hija de dieciocho años. Su compañero, Steve (Anthony Mackie), está soltero y trata de llenar su vacío existencial con alcohol y ligues de una noche («tú ves James Bond, pero yo lo vivo como Charlie Sheen»). Ambos están jodidos, por lo de siempre: el pasado ilusorio, el futuro que no llega, el presente que aprieta. En fin, que una noche la cosa se pone más rara de lo normal y se encuentran ante una estampa bizarra de la que forman parte un hombre atravesado en el pecho por una ¿daga? de treinta centímetros, una mujer en estado catatónico y un chico arramblado por una sobredosis. ¿Qué ha pasado en esa casa? Podría tratarse simplemente de una fiesta complicada — ¿quién no tenido una mala noche? — pero Benson y Moorhead se encargan ya de insuflar a la escena de misterio, de un inquietante sentimiento de extrañeza. Filmada en una sola toma y siguiendo a los dos paramédicos con la urgencia febril de una situación a vida o muerte en la que todo se resuelve en apenas un par de decisiones, en un par de segundos, la cámara acompaña primero a Dennis, que trata de taponar la herida del acuchillado, luego avanza con Steve, que inicia el protocolo por sobredosis cuando es sorprendido por una jeringa que se le clava violentamente entre sus nudillos mientras hace maniobras con el cuerpo del paciente. Benson y Moorhead filman a sus personajes manteniéndose a su altura, es decir, arrodillados en este escenario infernal, una casa asolada por la violencia estructural y acaso, según lo filman, por otro tipo de violencia que aún no sabemos identificar. Un plano secuencia inmersivo que permite transmutar la escena, un virtuosismo más que justificado. Bendita discreción la del cine de Benson y Moorhead. Más tarde, los amigos se encontrarán con un hombre carbonizado junto a un coche, una mujer que ha sido mordida por una serpiente de la que no se tiene constancia desde hace siglos y hasta un local de ambientación vudú en el que un trasunto del Baron Samedi (¿o un auténtico loa?) recita frenéticamente un revoltijo de advertencias como si no tuviera media tibia colgando. En todos los casos, dos únicas constantes: personajes idos y los sobres de una extraña droga sintética llamada Synchronic. Una pastilla que los conocedores del cine de Benson y Moorhead podrán reconocer como la droga que alteraba las reglas del tiempo en The Endless. Lo que sigue es la aventura a contrarreloj de ambos amigos paramédicos para tratar de rescatar a la hija extraviada, atrapada en algún punto del tiempo pretérito, y, de paso, poner orden en sus vidas. 

Una extraña odisea de baja intensidad en la que viajando a diferentes épocas de Nueva Orleans, desde la Edad de Hielo al terrorífico esclavismo de hace dos telediarios, ambos amigos aprenderán a valorar el presente. O lo que es lo mismo, a valorar el presente como el tiempo de lo que de verdad importa: tomar una cerveza con tu amigo sobre el capó de un coche en una noche fresca, lanzar canastas con tu hija, desayunar junto a tu mujer. El amor, nos dicen, es lo que nos puede mantener anclados al presente porque es el tiempo en el que se conjuga. Y ese mismo amor, en forma de cariño hacia el género y hacia sus personajes, es lo que acaba trascendiendo de Synchronic, quizás el libreto más deslavazado del dúo de amigos, que uno puede intuir escrito a párrafos forzados para aprovechar la ocasión propuesta por Dornan. No obstante, que Synchronic sea menos impactante que Spring pero aún más emotiva que El infinito invita al optimismo: los amigos saben dónde está lo importante. Baste como ejemplo el uso inteligente del presupuesto que hacen a la hora de representar los viajes en el tiempo, valiéndose más de la puesta en escena del set — luz, vestuario, localización — que del impacto de los efectos visuales. O la decisión de situar el protagonismo en Anthony Mackie, un actor más dotado y carismático que Dornan, y también un actor afroamericano, lo que les vale para apuntar a la inalterable problemática en torno a las relaciones interraciales en la tierra de Trump. Decisiones cargadas de cine, también de pura sensatez. Quizás sea amor en forma de honestidad (hacia sus películas, es decir, hacia nosotros). Sea como fuere, Benson y Moorhead tienen el acierto de tratar con discreción sus grandes enunciados de género para trazar con ellos pequeñas odiseas íntimas en torno a la amistad y los diferentes tipos de vínculos emocionales. Buenos tipos. ¿Y el futuro? ¿Será Synchronic la que los lance a primera línea? Quién sabe, pero el futuro poco importa ahora. 

Después de una charla algo torpe puntuada por bostezos varios nos damos la mano y me emplazan a compartir una cerveza con ellos. Es entonces, mientras Justin se excusa por llegar tarde a la cita, cuando me fijo en que Aaron trata de borrarse la marca de la almohada que todavía refleja su cara. La confusión era razonable, este par de amigos son de los nuestros. Acto segudio, Aaron se acerca, me señala al pecho y me pregunta confundido: «¿no tengo yo una camisa igual que esta?».



De sci-fi humanista, de amor, de rascar lo que de género anida en nuestra realidad cotidiana también va After Midnight, vista el día anterior y también a concurso en la infinita Sección Oficial de este fantástico festival fantástico. Dirigida por Jeremy Gardner y Christian Stella, otro par de amigos norteamericanos que vienen realizando proyectos apegados al género en el circuito paralelo al de la industria hollywoodiense, y que ya comparecieran en 2012 con su ópera prima The Battery. Películas que realizan en régimen popovichiano: ellos mismos se reparten las labores de foto, guion, montaje, dirección, producción y hasta actuación. En After Midnight es el propio Gardner quien pone su cuerpo a Hank, al que un día le abandona su novia y le aparece un monstruo en la puerta, haciéndonos poner en perspectiva todo lo jodidas que creíamos que habían sido nuestras rupturas. Hank llevaba diez años saliendo con Abby (hermosa y sutil Brea Grant), y justo hace unos meses que se han mudado a vivir a una casa de campo. Todo parece ir de maravilla, solo que un día Hank se encuentra con una nota en la nevera en la que Abby le notifica que se ha marchado. Lo necesitaba y lo siente. Sin más. Alternando también entre dos tiempos, veremos cómo lidia Hank con el “abandono” mientras varios flashbacks nos dejan estampas del romance que compartió con Abby. Hank se encuentra devastado: bebe demasiado, deambula por la casa en gayumbos y se niega a aceptar que Abby se ha ido. Si acaso, se arrastra hasta el bar donde trabaja. Para colmo, en lugar de fundirse el cerebro viendo series, pasa sus noches a la espera de un extraño bicharraco que se planta con puntualidad en su puerta, le deja arañazos de gato cabreado y esquiva los disparos que Hank le propina infructuosamente con la escopeta. Claro está, en el pueblo nadie le cree. El monstruo es una metáfora de tu duelo, le viene a decir el sheriff del lugar, a la postre hermano de su añorada Abby. Afortunadamente, Hank/Gardner hace caso a sus amigos: se deja ayudar por ellos, escucha sus consejos, se deja acompañar en su caza. Para empezar, parecen decirle, que esto no sea otra de esas películas a lo “elevated horror” en la que todo es una gran metáfora de no-sé-qué.
Lo que queda entonces es un afortunado retrato de la amistad, de los beneficios de la vida en comunidad, también un divertido y punzante retrato de los monstruos que amenazan nuestra existencia en este exacto momento de nuestras vidas (la depresión, la soledad, la eterna adolescencia, el miedo a lo que hay ahí afuera). Un film pequeño, dicho como halago, donde todo está perfectamente medido y cortado con mimo de carpintero. Un film que es exactametne lo que quiere ser. 




Para el recuerdo dos escenas (un plano fijo absolutamente prodigioso y unos disparos en la oscuridad, dos de los momentos de más cine que nos ha brindado Sitges) y una canción. Para cuando se cumplen los 83 minutos de metraje (¡bravo!), todavía nos queda una sorpresa: ¿sabéis quién encarna al policía en After Midnight? Justin Benson, a la postre productor de la película y amigo personal de Gardner. Una amistad y un cariño que se filtra en una película cariñosa sobre la amistad y que terminan por dejarnos dos lecciones verdaderamente valiosas para abordar el cine (de género): all you need is love + que el monstruo sea un puto monstruo. Palabra de amigo. 

PS. Tras el encuentro y el equívoco con Benson & Moorhead me meto en Twitter para lanzar mi propuesta de un “Bensonverse” en el que incluir también una película absolutamente afín al cine de los amigos (¿el cine de la amistad?) como After Midnight. Cuando inicio sesión me encuentro con un tuit en el que se me señala mi, aparentemente, gran parecido con Hank/Jeremy Gardner. ¿Será todo esto una metáfora de algo? Por si acaso, me voy en busca de un amigo. Que un monstruo no se mata solo. Alberto Lechuga