San Sebastián 19 #2: Francamente, querida…

– San Sebastián 19 #2: Francamente, querida… –

 «¿Ha venido Franco?»
 
Hace algunos años, en uno de esos momentos absolutamente brillantes que nos regala de vez en cuando la telebasura española, se estableció la distinción entre “Tamara la buena” y “Tamara la mala”. La primera, la buena, supuestamente hacía referencia a la cantante sevillana de boleros que a principios de siglo se nos presentó como una versión almibarada y vintage — perdonen el eufemismo— de Mariah Carey. Una chica guapa, joven, con entrenada capacidad vocal y toda la maquinaria promocional a su disposición. Por contraposición, la mala, la encarnaba Tamara la cantante de electropop trash y figura vehicular de un universo de personajes imposibles — Paco Porras y su perejil, los nombres mil del miembro viril de Leonardo Dantés, pero también secundarios de culto como “Emilio-la-momia” o Arlequín — que convirtió las noches de Crónicas Marcianas en lo más parecido a una televisión dadaísta. Con el tiempo, sin embargo, cabría preguntarse si la “buena” era la del cover de Luis Miguel o aquella que nos regaló de manera genuina hitos de la cultura popular petarda: ¿acaso hemos conocido una madre más punki que Doña Margarita Seisdedos, la infatigable progenitora de Tamara (aka Yurena), siempre presta a asestar un bolsazo a quien quisiera mal a su hija? Baste un dato para despejar todas las dudas: la buena señora portaba siempre un ladrillo dentro del bolso.
 
Centrémonos. El caso es que en los primeros compases de la 67 edición del Festival de San Sebastián recurrimos a tan culta referencia para distinguir entre el “Franco malo” y el “Franco bueno” a la hora de diferenciar si íbamos a ver Mientras dure la guerra, de Amenábar, o Zeroville, de James Franco. Luego descubrimos que, en realidad, también estábamos equivocados en el reparto de calificativos. Me explico: no es que el Franco dictador sea mejor que el Franco que ganó hace un par de años la Concha de Oro, es que Zeroville es, francamente, un disaster. ¿Y la de Amenábar? ¿Es, como se ha dicho, una película equidistante? ¿Es acaso, horreur, la primera película de “extremocentro”? No. Pero déjenme contarles algo al respecto. Recién aterrizado en Donostia en el ya conocido como “tren de la crítica” (si alguna vez han deseado acabar de un plumazo con la crítica catalana es el enclave idóneo para hacer un Malditos Bastardos) emprendí camino hacie el Hotel María Cristina para encontrarme con Alejandro Amenábar. Durante el trayecto me propuse no centrar la entrevista en la actualidad política. Mi intención era hablar de Tesis. También de Abre los ojos. Quizás de Regresión, donde intuí la vuelta de ese Amenábar algo ingenuo, en el buen sentido, de sus inicios. Fracaso absoluto: a los dos minutos, estábamos hablando de política. De lo que es peor, de Albert Rivera y Pablo Iglesias. Del famoso “robado” en el que aparecían ambos hablando cordialmente en la cafetería del Congreso y que incendió las redes hace un par de días. Verbalicé mi condena a que dicho encuentro supusiera motivo de escándalo. Le dejé la pelota botando en línea de gol y… me sorprendió con un regate. A Amenábar no le indignaba tanto la dinámica acusatoria tan de nuestra tuitera época como el hecho de que esa imagen de cordialidad conversacional la encontráramos en una foto robada vilmente con un móvil y no en el propio hemiciclo, donde no dejan de escenificarse desencuentros broncos aparentemente irreconciliables. En Mientras dura la guerra, el cineasta de Los otros ahonda en esa idea de absurdo cainismo, acaso, nos dice, los grumos que componen la esencia del mejunje español. 
 
 
El Unamuno de Amenábar es el padre de la República que se adhiere a la sublevación militar, es el socialista que profesa la fe cristiana evangelista, el pensador complejo y contradictorio, más libérrimo y energúmeno que nunca en la piel de Karra Elejalde. En sus renqueos quiere señalar Amenábar el derecho a dudar, a discutir, a equivocarse, a convencer antes que vencer. Anteponer lo que nos une a lo que nos separa. Cosa que en ningún caso debe leerse como una disculpa hacia nadie, si acaso lo contrario: es la mirada paternal de un tipo que no entiende por qué su país sigue enfrascado en disputas de barras de bar hasta en las más altas esferas políticas. De un tipo que no entiende por qué nuestros dirigentes carecen de la altura política para llegar a un acuerdo, por qué no prima el proyecto social común. Una lectura conciliadora problemática a pesar de sus buenas intenciones. Simplista, si se quiere. Pero sería absurdo preguntarse por su discurso sin atenernos a sus imágenes. ¿Cómo filma Amenábar los últimos meses de vida de Unamuno? Con aplomo y buena letra, sin salirse del renglón, como un alumno aplicado registrando un dictado. Con moderación. La película se abre con la imagen de la bandera española bañada en tono sepia. A poco que nos despistemos podemos llegar a la bandera con la que cierra la película sin darnos cuenta de que los colores aparecieron en pantalla pasados unos segundos de la imagen de apertura. Volvamos a nuestro encuentro. «Hay un afán didáctico, moralizante incluso. He tenido un gran sentido de la responsabilidad, he sido muy minucioso en la reconstrucción histórica, he analizado muchísimo, he investigado muchísimo». Es decir, lejos de filmar la duda, Amenábar recurre a la certeza del libro de texto para parapetarse en la ilustración de sus apuntes. Recuerdo entonces algunos de los momentos que más me interesan en Mientras dure la guerra, precisamente aquellos que se permiten construir y no reconstruir: algunos pasajes de montaje que hacen pensar en un posible acercamiento gozoso más cercano al tebeo histórico. También su interesante composición de la figura de Franco. «Franco, franquito, cuquito», un tipo que habla bajito y con timbre ridículo, que parece estar siempre confuso durante el transcurso de los acontecimientos. «Un pobre hombre», en palabras de Unamuno. Cuando dejen entreverse sus cavilaciones, esta caracterización se revela entonces felizmente novelesca, con un cariz siniestro que no esperábamos encontrar en esta película roma. Nos volvemos a acordar de Tesis, de cuando Amenábar filmaba con más entusiasmo que autoridad. Justo en ese momento mis pensamientos son interrumpidos por el entrevistado, que se levanta, se quita la chaqueta y se estira, dejando al descubierto unos músculos imperiales trabajados a conciencia en el gimnasio. Con algo de admiración y bastante de envidia me da por pensar entonces que, efectivamente, ahora su cine es ya todo trabajo previo. Una pena: siempre es más interesante filmar con un ladrillo en el bolso. A.L. 
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«El fantasma de Franco flota hoy entre nosotros»
Who you gonna call? 
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