Alcarràs

  • Dirección: Carla Simón
  • Guion: Carla Simón, Arnau Vilaró
  • Intérpretes: Jordi Pujol Dolcet, Anna Otín, Xenia Roset, Albert Bosch, Ainet Jounou, Josep Abad
  • Género: Drama
  • País: España
  • 120 minutos
  • Ya en salas

«El abuelo ha dejado de hablar, pero nadie de la extensa familia Solé sabe por qué. Como cada verano, en Alcarràs, una pequeña localidad rural de Cataluña, la familia cultiva una gran extensión de melocotoneros. Después de ochenta años cultivando la misma tierra, la familia Solé se reúne para realizar juntos su última cosecha.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

La escena quizá más significativa de la segunda película de Carla Simón, ganadora del Oso de Oro en la LXXII edición del Festival de Berlín, es la centrada en la recogida de higos por parte del patriarca de la familia de agricultores que protagoniza el filme y su nieta. El abuelo rememora con nostalgia el modo en que llegaron a sus manos los terrenos que cultiva la familia desde hace tres generaciones, y la niña replica con impaciencia que ya le ha contado muchas veces esa historia. El momento deja claro que no existe nada parecido a la tradición, ni en lo que se refiere a la tierra ni a los clanes familiares, sino una mera sucesión de circunstancias contingentes que pretendemos legitimar con relatos a la medida de nuestro círculo de influencia.

El hecho añadido de que el anciano haya atemperado desde la juventud las inclemencias del día a día bajo el cobijo ilusorio de esa higuera —árbol vinculado simbólicamente al Edén, la buena fortuna y la sabiduría— mientras que el sustento de la familia depende de la recolección utilitaria de otra fruta —el melocotón—, subraya la discrepancia entre las historias que nos contamos para dignificar nuestras vidas y el paso imperturbable del tiempo, que impone de continuo nuevos paradigmas a individuos y lugares. Alcarràs no es una película sobre formas ancestrales de vida que sucumben al progreso. Su argumento es la negativa del ser humano a prestar atención a cuanto evoluciona a su alrededor hasta que le afecta a nivel íntimo y personal y lo vive como trauma.

Por ello el detonante de la acción, el reciclaje de las tierras cultivadas por la familia en una planta fotovoltaica debido a la falta de un título impreso de propiedad, es importante sobre todo por las grietas que delata en la supuesta unidad del clan: las diferencias de gustos e inclinaciones entre sus miembros, los abismos generacionales, las concepciones divergentes en lo que atañe a los usos y costumbres del agro, son el auténtico motor narrativo de Alcarràs. De manera que cuando en el desenlace los miembros de la familia atienden en un mismo plano al inquietante futuro que les aguarda, no existe posible equiparación entre unos y otros; no podemos hablar de una unidad de destino sino de una convergencia momentánea de sus miradas, antes de que el carácter de cada cual y la vida sigan haciendo de las suyas.

Como no podía ser de otra manera, esa contingencia presente en la ficción tiene su equivalencia en la puesta en escena de Carla Simón. Alcarràs está filmada en localizaciones reales y con actores no profesionales y se articula en forma de viñetas de hálito naturalista, obligadas en apariencia a tejer sus sentidos desde el respeto a las personas/personajes y sus experiencias cotidianas, observadas desde la distancia justa. A propósito de Alcarràs era inevitable que saliesen a colación nombres como los de André Bazin y Jean Renoir, con esa veneración nostálgica que cierta crítica y cierta cinefilia aún sienten en 2022 hacia la higuera o, lo que es lo mismo, hacia la posibilidad de una «verdad en las imágenes» pura, ajena a las corrientes industriales y formales de la época.

Y lo cierto es que en el retrato por Alcarràs de gestos y actividades se percibe un acercamiento muy creíble a una conjugación de la realidad, y de dicho acercamiento se deduce a veces una emoción considerable. Pero también hay pretensiones discursivas que, como hemos señalado, derivan en confusión; una apelación insistente a motivos dramáticos —la coreografía de baile, el conflicto con la marihuana, las protestas gremiales— que responden al objetivo incoherente de “contar algo”, de adaptarse a fórmulas academicistas; y, como consecuencia de todo lo anterior, el montaje se resiente y peca en algunos tramos de artificioso y redundante.

Estos aspectos, como una fotografía más próxima por momentos en sus texturas al reportaje que a la ficción elegíaca o la gestión irregular del fuera de campo, hacen de Alcarràs pura contingencia, una suma de acordes y desacuerdos que revela, por una parte, la ambición de Carla Simón y, por otra, la dificultad de materializar hoy por hoy ficciones inmersivas, en las que no vibren a cada momento las muchas tendencias en marcha del audiovisual. Alcarràs es en cualquier caso una película recomendable; en sí misma considerada, y como aportación a los debates sobre la España agrícola o vaciada surgidos durante los últimos años en la esfera pública.

  • Fotografía: Daniela Cajías
  • Montaje: Ana Pfaff
  • Música: Andrea Koch
  • Distribuidora: Avalon