Alien: Romulus

  • V.O.: Alien: Romulus
  • Dirección: Fede Álvarez
  • Guion: Fede Álvarez, Rodo Sayagues
  • Intérpretes: Cailee Spaeny, Isabela Merced, David Johnsson, Archie Renaux, Spike Fearn…
  • País: EEUU
  • Género: Ciencia ficción, terror
  • 119 minutos
  • Ya en cines

  • «Mientras rebuscan en las profundidades de una estación espacial abandonada, un grupo de jóvenes colonizadores del espacio se encuentra cara a cara con la forma de vida más aterradora del universo.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Alien: Romulus es menos una ficción que un collage articulado en base a Alien (1979) y sus cinco secuelas/precuelas. Disney testea así la salud de las claves que han configurado la saga, forjadas a trancas y barrancas entre Alien y Alien: Covenant (2017) bajo la égida de 20th Century Fox, estudio que adquirió justamente en diciembre de 2017. Esa condición de cortaypega era esperable, pese a la brutal decepción que trae aparejada para el espectador. Al fin y al cabo, Disney ha aplicado una estrategia similar en la reciente Deadpool y Lobezno (2024) partiendo de otra franquicia gestada trabajosamente durante años por 20th Century Fox, los X-Men, con el objetivo de vampirizar, unificar y regurgitar sus señas de identidad creativas y el relato de sus vaivenes industriales al gusto de nuevos públicos y sinergias multimedia.

El problema radica en que, como en ese caso o el de la nefasta Star Wars: El Despertar de la Fuerza (2015), el resultado no pasa de ser un rosario fetichista de situaciones e imágenes icónicas que lamina cualquier asomo de verdadera creatividad; un ejercicio de fan service, entretenimiento corporativo y legitimación involuntaria de los sampleos a cargo de las IAs que presta una atención obsesiva a los signos y la dirección artística para poder desentenderse de los sentidos y la inventiva formal, incómodos porque oponen resistencia al infierno de lo igual, a esas combinaciones infinitas de lo idéntico que nos permitirán emular a Hugh Jackman tras Deadpool y Lobezno y consumir hasta los noventa años camisetas de Alien y funkos de Star Wars.

Es lógico por ello que Alien: Romulus esté abarrotada de luces, colores, pantallas, cachivaches, monstruos, guiños, notas al pie y un deepfake ética y estéticamente obsceno, hasta desembocar en una sensación de claustrofobia extra cinematográfica que subraya la puesta en escena pastosa y alicorta de Fede Álvarez. El realizador uruguayo hizo gala de talento y originalidad en No respires (2016) pero, por lo demás, ya había demostrado en Posesión infernal (2013) y Millennium: Lo que no te mata te hace más fuerte (2018) ser un mercenario inexpresivo al servicio de marcas necesitadas de lavados de cara y renovación de copyrights.

El revoltijo que conforma Alien: Romulus también hace espacio a vulvas gigantes violadas por bastones eléctricos, xenomorfos crucificados, partos entre lo mamífero y lo ovíparo… y, sin embargo, estos elementos, como la estúpida premisa que da pie a la película o los guest starrings a cada cual más lamentable, solo funcionan como golpes de efecto pueriles, como atrezo de un tren de la bruja sin potencial discursivo ni subversivo de ningún tipo. Álvarez no ha entendido —o, más bien, no le ha convenido entender— que el angst metafísico que emana de Alien se cimentaba en su poder de abstracción escenográfica, su oposición estilizada al máximo entre dualidades: el blanco y el negro, lo neoclásico y lo romántico, el terror tecnocrático y el horror primordial que suscita la Vida cuando llegamos a entender que somos simples depositarios de ella, que antes o después se abrirá camino a través nuestro.

Siempre bajo los vaivenes industriales de 20th Century Fox, Aliens: El regreso (1986), Alien 3 (1992) y, en especial, Alien: Resurrección (1997) ahondaron con mayor o menor inspiración en los argumentos de Alien apelando al menos a los tropos de la ciencia ficción, hasta que Ridley Scott reinventó la saga con Prometheus (2012) y Alien: Covenant; dos películas que expandieron sobremanera el universo Alien e incidieron en sus lecturas nihilistas, nutridas por citas artísticas, culturales y filosóficas tan pertinentes como adultas. Al igual que sucedió con la trilogía Star Wars dirigida por George Lucas entre 1999 y 2005 frente a la perpetrada por Weyland-Yutani —perdón, Disney— entre 2015 y 2019, se piense lo que se piense de Prometheus y Alien: Covenant han ganado enteros a la vista de Alien: Romulus.

Basta comparar la complejidad del Walter One/David 8 encarnado por Michael Fassbender en aquellos filmes con Andy, el muñeco de peluche programable a placer que interpreta en esta ocasión David Johnson, para delatar el infantilismo, la falta de ambición y el utilitarismo conceptual de la película de Álvarez, así como el aspecto en última instancia más interesante —y demoledor— del filme: si en Alien y Aliens los protagonistas eran boomers, profesionales magníficos sin conciencia política, mientras que Prometheus y Alien: Covenant reflejaban con exactitud a los millennials, profesionales discutibles que se tomaban con ironía sus sumisiones al sistema, en Alien: Romulus los personajes se nos descubren, bajo su diversidad y espíritu crítico aparentes, herederos sumisos y sin personalidad de sus mayores; criaturas inmaduras cuyas opciones vitales oscilan entre el pelotazo o malgastar sus existencias en ámbitos productivos, laborales, cada vez más absurdos y degradados, con tal de que se les deje un hueco en ellos para que graben vídeos emotivos, abracen a sus mascotas y, si se tercia, tengan hijos (sic). El hecho de que los personajes estén rebajando sus edades en el cine mayoritario actual hasta el grado de la posadolescencia es un síntoma evidente de la necesidad de meter en la rueda del entretenimiento reciclado a generaciones sucesivas de espectadores, a quienes basta al parecer con que el soma que consumen adopte los colorines que exigen sus sensibilidades para seguir contribuyendo sin pestañear al perpetuum mobile.

  • Montaje: Jake Roberts
  • Fotografía: Galo Olivares
  • Música: Benjamin Wallfisch
  • Distribuidora: 20th Century Studios