Por Elisa McCausland y Diego Salgado

La segunda película de Sophie Hyde parece rodada hace algunos años. Las propuestas cinematográficas y televisivas previas de Hyde eran más idiosincrásicas. En Amistades salvajes se solapan rasgos de las comedias Working Title de principios de siglo y de títulos independientes producidos asimismo en aquella época como Morvern Callar (2002) o 9 Songs (2004). Es posible que la mirada de la directora australiana se viese influida cuando rodó en Dublín la adaptación de la novela homónima de Emma Jane Unsworth —publicada en nuestro país por la editorial Malpaso— por imaginarios antes audiovisuales que vividos en primera persona; o puede que las experiencias autobiográficas de Unsworth, guionista de su propia novela, pesasen más que la cámara de Hyde a la hora de otorgar carácter único y actualidad a las imágenes.

La película aspira a funcionar como tragicomedia en torno a los peligros del conformismo, la búsqueda de un lugar en el mundo, y las grandezas y las miserias de la amistad. Un objetivo al que contribuyen las interpretaciones de Holliday Grainger y Alia Shawkat, que exploran sin miedo las facetas menos complacientes de sus personajes

Ese cierto anacronismo de la ficción se detecta sobre todo en el retrato de las dos protagonistas de Amistades salvajes y las situaciones que ponen a prueba su larga y estrecha amistad. En particular la que surge cuando, hallándose ambas en la frontera de los treinta, una de ellas encuentra pareja estable. Hasta entonces Laura (Holliday Grainger) y Tyler (Alia Shawkat) lo han compartido todo, incluso apartamento. La aparición en escena de Jim (Fra Free), un pianista cuya destreza atrae de inmediato a una Laura insegura acerca de su propio talento como escritora, crea tensiones con Tyler que trascienden las dinámicas de la relación entre las dos amigas.

Y es que Amistades salvajes plantea en apariencia un antagonismo entre la conducta laxa y desenfadada en que basan su amistad Tyler y Laura, y el simulacro de madurez que trae consigo la presión por formar a partir de cierta edad una familia y adaptarse a la vida de suburbio residencial; pero concluye que uno y otro modelo de vida son la cara y la cruz de una misma programación existencial. Una programación perjudicial en especial para las mujeres, atrapadas con frecuencia —como les sucede a Laura y Tyler— en una red de emociones y sentimientos asignados que, como indica el título de la película, solo podrá romper aquella que se atreva a abandonarse a sus pulsiones esenciales, aunque eso la aboque al ostracismo social, a la intemperie.

Salvo por un par de momentos, no hay en Amistades salvajes mensajes feministas explícitos, lo que redunda en el carácter añejo —o atemporal, como se prefiera— de sus discursos y postulados narrativos. La película aspira a funcionar, y lo logra en líneas generales, como tragicomedia en torno a los peligros del conformismo, la búsqueda de un lugar en el mundo, y las grandezas y las miserias de la amistad. Un objetivo al que contribuyen las interpretaciones de Holliday Grainger y Alia Shawkat, que exploran sin miedo las facetas menos complacientes de sus personajes. Por contra, Amistades salvajes se ve un tanto perjudicada por la tendencia de Sophia Hyde a confiar en el montaje como motor expresivo de la historia. A veces su decisión se salda con aciertos —el encuentro último de Jim y Laura, la elipsis de diez meses—, pero en otras ocasiones da lugar al encadenado de planos meramente funcionales, dignos de piloto de serie o telefilm de sobremesa. Una película, en cualquier caso, apreciable.