Anatomía de una caída

  • Dirección: Justine Triet
  • Guion: Arthur Harari, Justine Triet
  • Intérpretes: Sandra Huller, Samuel Theis, Swann Arlaud, Jehnny Beth.
  • País: Francia
  • Género: Drama
  • 150 minutos
  • Ya en cines

«Sandra, una escritora alemana, vive con su marido Samuel y su hijo ciego, Daniel, en un chalé en medio de los Alpes franceses. Cuando Samuel fallece en misteriosas circunstancias, la investigación no puede determinar si se trata de un suicidio o de un homicidio. Sandra es arrestada y juzgada por asesinato, y el proceso pone su tumultuosa relación y su ambigua personalidad en el punto de mira.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

“Las imágenes no albergan explicaciones”, escribía Jeanine Basinger hace años a propósito de Anatomía de un asesinato (1959), el gran clásico del cine judicial debido a Otto Preminger; una película que ha obsesionado a la directora de Anatomía de una caída, Justine Trier, durante una década. Eso sí, aunque Preminger y Trier compartan idéntica urticaria a que las imágenes contengan explicaciones, hay una diferencia fundamental entre ambos filmes, que arranca en el título de uno y otro y cristaliza en sus conclusiones.

Anatomía de un asesinato daba por hecho la comisión de un crimen, pero el juicio consiguiente contra un militar acusado de matar al violador de su esposa culminaba en una resolución ambigua. Para Preminger, la verdad y la justicia como valores absolutos eran menos importantes que la posibilidad de que alguien pudiera ir a prisión cuando podían esgrimirse atenuantes, por discutibles que fuesen, a la hora de dictaminar su culpabilidad. En palabras de su director hijo de abogado y asistente durante la infancia a numerosos juicios—, Anatomía de un asesinato era “una ficción sobre el funcionamiento de la justicia; y, si la justicia funciona bien, en ocasiones ha de emitir sentencias cuyo carácter irresoluto emula el de la propia vida”.

Desde su título, Anatomía de una caída se niega en cambio a apuntar en ninguna dirección: ¿Ha sufrido un tropiezo el escritor Samuel Maleski (Samuel Theis) que ha precipitado su caída mortal desde la ventana más alta de su casa? ¿Se ha suicidado víctima de la depresión? ¿Ha sido asesinado por su esposa Sandra (Sandra Hüller), también escritora? El juicio y sus interioridades, que conforman el grueso del metraje, nunca despejan la intriga, pero Justine Triet va más lejos que Preminger al desentenderse por completo de la importancia que quieran atribuirse y queramos atribuir a los tribunales para dictar una sentencia acertada al respecto. Anatomía de un asesinato se desenvolvía en una encrucijada entre justicia, moral e imperfección humana. Anatomía de una caída, digna hija de nuestra época, nos deja claro que la justicia es una convención, que la moral ha dado paso a la subjetividad emocional como medida de todas las cosas, y que la perfección o la imperfección de las personas no son a estas alturas tan determinantes para nadie como el hecho de que nos aporten calor para sobrevivir a las inclemencias del día a día.

Como las recientes Saint Omer (2022) y Las habitaciones rojas (2023), Anatomía de una caída no es por tanto un drama sobre la justicia, sus declinaciones, sus zonas de sombra y sus potenciales arquetípicos para la ficción. Su argumento esencial es la naturaleza misma de los tribunales como campos representativos donde se dirimen cuestiones ligadas al poder y las convenciones sociales bajo la apariencia de hacer justicia. Y las tres películas inciden en la posibilidad de que, en tanto escenarios, las instituciones de la justicia sean intervenidas por nuevos agentes políticos y culturales.

En este sentido, el personaje en Anatomía de una caída de Sandra —y su interpretación por Sandra Hüller— es portentoso. Absolutamente transparente y al tiempo perturbadoramente opaca, auténtica demiurgo a plena vista y en las sombras de lo que vemos, lo que intuimos, lo que Justine Triet solo nos deja escuchar, Sandra bien puede leerse como una variación para tiempos blancos de la novelista Catherine Tramell (Sharon Stone) de Instinto básico (1992)… si nuestros prejuicios nos conducen en esa dirección, pues bien podría resultar que Sandra no ha cometido otro crimen que el de dinamitar nuestras expectativas acerca de cómo ha de comportarse una mujer en un matrimonio, ante un tribunal, con sus conocidos y amigos, hasta con su hijo.

Justine Triet juega al despiste con talento, dosificando la información, las revelaciones y los golpes de efecto de modo que las dos horas y media de película pasan en un pestañeo, algo a lo que contribuye un trabajo de cámara que alterna con elegancia el retrato de los personajes en primer plano y los movimientos sinuosos por los escenarios. Escenas como la del flashback centrado en la discusión grabada entre Sandra y Samuel y el punto en que se corta devolviéndonos al juicio, o el enigmático papel que desempeña el perro de la pareja desde el primer plano hasta el último, dan una idea del espectacular salto cualitativo de la realizadora francesa desde sus anteriores largometrajes, por mucho que los cinco ya estuviesen recorridos por una mirada ambigua sobre los constructos sociales de lo real. “Tras mi querencia inicial por el documental”, ha declarado Triet, “cuanta más ficción dirijo más me gusta el engaño. Me permite revelar cosas más precisas y profundas que la realidad falsa y prestada en que nos movemos”.

Se le pueden poner sin embargo dos peros a Anatomía de una caída. El primero radica en su condición de artefacto ingenioso, en el que se aprecia cómo han disfrutado Triet y su coguionista y pareja, Arthur Harari, aunque sus juegos siembren dudas en algunas ocasiones sobre el alcance real del conjunto. El segundo es su apología de lo que queremos escuchar, más aún, de lo que nos precipitamos a abrazar de manera cómplice, por resultarnos más conveniente que una reforma razonada de los sistemas de justicia establecidos. Anatomía de una caída es un monumento a la posverdad, una legitimación arbitraria de ciertas sensibilidades y cegueras selectivas. Ahora bien, en un futuro las sensibilidades igual son otras y se les ha dejado la puerta abierta para instaurar, por encima de la justicia y la verdad, sus propias percepciones de lo que está bien y lo que está mal. Las imágenes no tienen ninguna obligación de dar explicaciones, pero eso no significa que sean inocentes.

  • Montaje: Laurent Sénéchal
  • Fotografía: Simon Beaufils
  • Distribuidora: Elástica