Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore
(Fantastic Beasts: The Secrets of Dumbledore)
- Dirección: David Yates
- Guion: Steve Kloves, J.K. Rowling
- Intérpretes: Mads Mikkelsen, Jude Law, Eddie Redmayne, Ezra Miller, Katherine Waterston,
- Género: Fantástico, aventuras
- País: Reino Unido
- 142 minutos
- Ya en salas
«El profesor Albus Dumbledore (Jude Law) sabe que el poderoso mago oscuro Gellert Grindelwald (Mads Mikkelsen) está haciendo planes para apoderarse del mundo mágico. Incapaz de detenerlo él solo, confía en el Magizoólogo Newt Scamander (Eddie Redmayne) para dirigir un intrépido equipo de magos, brujas y un valiente panadero Muggle en una misión peligrosa, donde se encuentran con antiguos y nuevos animales y se enfrentan a una legión cada vez más numerosa de seguidores de Grindelwald. Hay mucho en juego así que nos preguntamos hasta cuándo podrá permanecer Dumbledore al margen.»
Por Elisa McCausland y Diego Salgado
En 2007, el historiador Roger Griffin publicaba un ensayo visionario sobre el auge de los totalitarismos en Europa durante el periodo comprendido entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial: Modernismo y Fascismo, la sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler (2007). Griffin describe aquellos años como “un caldo de cultivo idóneo para reimaginar la modernidad. Nihilismo y pesimismo se convirtieron en fuerzas dominantes y el principio de esperanza alcanzó una intensidad nietzscheana”. “Los intentos por renovar entre 1918 y 1939 el sentido de la trascendencia”, prosigue Griffin, “fueron en buena medida actos de magia mitopoética que pretendían instaurar un futuro para la humanidad depurado por fin de caos y disfuncionalidad (…) Para alcanzar ese futuro visionario unieron fuerzas artistas, pensadores, tecnócratas y expertos en higiene racial y eugenesia”.
Quien haya visto alguna de las películas que componen el ciclo Animales fantásticos y dónde encontrarlos —heredero del libro homónimo de J. K. Rowling y su saga sobre Harry Potter—, habrá percibido en sus imágenes ecos evidentes de lo planteado por Roger Griffin en Modernismo y Fascismo. Las novelas y películas en torno a Potter ya albergaban apuntes de interés acerca de las relaciones peligrosas entre poderes extraordinarios y delirios totalitarios, aunque siempre desde un registro juvenil, doméstico y presentista y una concepción esquemática del fantástico y su interacción con nuestra realidad. Como resume R.J. Quinn, “Rowling nos planteaba en el universo Harry Potter la ilusión de que hacer bien los deberes nos iba a convertir en superhéroes”.
En cambio, Animales fantásticos: El secreto de Dumbledore y sus dos predecesoras pueden considerarse ejercicios poco habituales de fantasía mágica para adultos, con una cuota importante de malestar sociocultural y fracaso existencial en su desarrollo. La ubicación temporal del ciclo entre 1927 y 1945 está sirviendo además a J.K. Rowling —aquí mera guionista— y al director David Yates para establecer un paralelismo alegórico inquietante con nuestros tiempos, sobre los que se ciernen todo tipo de amenazas marcadas también por el signo de la magia mitopoética en su vertiente más adaptada a nuestra mentalidad: los discursos conspiranoicos sobre el trasfondo de lo real.
Animales fantásticos: El secreto de Dumbledore se ambienta concretamente en 1939, con la Segunda Guerra Mundial a la vuelta de la esquina. Tras los hechos acaecidos en Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald (2018), la película cuenta el recrudecimiento de la pugna entre los magos que emplean sus poderes sobrenaturales para garantizar la convivencia pacífica con la especie humana —liderados por el bondadoso Albus Dumbledore (Jude Law)—, y quienes tratan de barrer a los muggles del mapa por considerarlos inferiores a los practicantes de hechizos. El cabecilla de esta facción supremacista, Gellert Grindelwald (Mads Mikkelsen), trata de manipular a su favor la elección del jefe supremo del mundo mágico recurriendo a un animal legendario llamado qilin. Dumbledore, Newt Scamander (Eddie Redmayne) y demás amigos habrán de impedirlo a contrarreloj.
En Animales fantásticos: El secreto de Dumbledore no hay grandes novedades narrativas respecto a los dos filmes previos. Nos hallamos ante otro simulacro de relato trepidante que, en última instancia, no deriva en nada trascendental y deja abierta la puerta a una nueva secuela. Eso sí, a lo largo de dos horas y media se nos despista a golpe de menos escenas espectaculares de lo que nos gustaría y un número a todas luces excesivo de diálogos verborreicos y sentenciosos. Esta estructura cansina deja hueco, sin embargo, a una visión emotiva de Albus Dumbledore —personaje condenado a la soledad y el desamor— y, como habíamos adelantado, a un retrato de época perturbador y lleno de resonancias apocalípticas. Retrato en el que juegan papel esencial la plasmación de las artes mágicas como eventos trágicos y sublimes y una representación atmosférica de localizaciones diversas.
El último aspecto es uno de los más destacables de la saga Animales fantásticos. No solo porque sus recreaciones imaginativas de Nueva York, Londres, Berlín o Bután tal y como fueron en los años treinta constituyen una de las expresiones más inspiradas del neoclasicismo de estudio a que nos ha abocado la tecnología digital. La atención al tejido arquitectónico y urbanístico racionalista y su mutación a través de las artes mágicas en escenarios pavorosos redunda en los discursos sobre la crisis por entonces de la modernidad y sus correspondencias con la crisis de nuestra hipermodernidad. Volvemos a Roger Griffin: “la revitalización del imaginario urbano modernista estuvo ligada íntimamente a las ensoñaciones totalitarias de una nueva civilización”.
Hay en Animales fantásticos: El secreto de Dumbledore momentos absolutamente inmersivos, debidos en igual medida a la elegancia cada vez mayor de David Yates como realizador y a la calidad excepcional de los apartados técnicos: poco cine comercial de nuestra época puede presumir de unos trabajos de dirección artística y efectos visuales tan bellos —y significativos— como los que nos están ofreciendo estas películas. Su confianza contra viento y marea en la saga Animales fantásticos confirma a Warner como el estudio más atrevido de Hollywood desde hace como mínimo dos décadas.
- Fotografía: George Richmond
- Montaje: Mark Day
- Música: James Newton Howard
- Distribuidora: Warner