Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades

  • Dirección: Alejandro González Iñárritu
  • Guion: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone
  • Interpretaciones: Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani, Íker Sánchez Solano, Leonardo Alonso…
  • Género: Comedia
  • País: México
  • 174 minutos
  • Estreno el 4 de noviembre en salas / 16 diciembre en Netflix

«‘Bardo’ es una comedia nostálgica en el marco de un viaje épico. Una crónica de incertidumbres donde el protagonista, un reconocido periodista y documentalista mexicano, regresa a su país enfrentando su identidad, sus afectos familiares o la absurdidad de sus memorias, así como el pasado y la nueva realidad de su país.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Pasados siete años de El renacido (2015), el director mexicano Alejandro G. Iñárritu vuelve al cine con una fábula —no solo— autobiográfica que establece desde sus oníricos compases iniciales una filiación obvia con Ocho y medio (1963), el ejercicio de ficción en primera persona más prestigioso e influyente en la historia del cine.

Pero el protagonista de Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades no es, como en el clásico de Federico Fellini, un director de cine, sino un periodista y documentalista: Silverio Gacho (Daniel Giménez Cacho) que, tras hacer fortuna durante años en el extranjero, regresa a su país natal para recibir un galardón honorífico, viaje que le fuerza a reevaluar los nexos con su familia, México, y la comunidad artística y mediática de que forma parte.

Esa discrepancia entre la actividad del personaje de ficción y la del cineasta que lo filma no es ni mucho menos la única que establece Bardo… Pese a la emulación de los rasgos físicos de Iñárritu que lleva a cabo Daniel Giménez Cacho, no cabe hablar de una equiparación estricta entre la angustia existencial de Silverio y la metafísica de su demiurgo al retratarlo.

En Ocho y medio, Guido Anselmi (Marcello Mastroianni) sí funcionaba como alter ego que daba cuenta de la ansiedad creativa de Fellini, su falta de inspiración y su estrés, su miedo a las expectativas ajenas y su infelicidad; inquietudes que sublimaba al resignificar con los útiles de la modernidad cinematográfica la catarsis dramática que reconfortaba a autor y espectador en el relato clásico.

Iñárritu no procura en cambio a Silverio la posibilidad de ganarse a través de las aventuras de su imaginación, su subconsciente y su vida social un plus de legitimidad como personaje de ficción y portavoz de su desasosiego. Iñárritu se refleja en Silverio en tanto bardo, es decir, transmisor de leyendas, poesía, historias e Historia, de verdades merced a las cuales él mismo y el espectador tienen la oportunidad de acceder a dimensiones más complejas de sí mismos. Pero también convierte al personaje, como ya hiciese con Riggan Thomson (Michael Keaton) en Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) (2014) —el inicio de su cambio de ciclo como director—, en médium para cuestionar, tanto sus pretensiones como cineasta apenas las ha plasmado en pantalla, como la alienación de la realidad en la que se desenvuelven los agentes culturales desde hace un tiempo y las miserias de un presente que ya no cree en la ficción si no se adapta a los fuegos artificiales, las imposturas de cada cual.

Por ello, las circunstancias que asaltan a Silverio cuando vuelve a México, las fantasías y críticas que deduce de las mismas, son filmadas por Iñárritu con una voluntad de estilo desmesurada a la búsqueda de la imagen inédita, que incluye en su formalización exteriores e interiores deslumbrantes, planos secuencia de larga duración, efectos digitales de todo tipo, grandes angulares y drones; y, de inmediato, el director nos señala el artificio y hasta lo ridículo de sus planteamientos.

Ello da lugar a un ejercicio implacable de deconstrucción que hace del gran espectáculo que nos ofrece Iñárritu —Bardo… es uno de los blockbusters más brillantes del cine reciente— una fuerza de primer orden para debatir la naturaleza de lo cinematográfico en tiempos de hipermodernidad audiovisual. La película se devora a sí misma y se regenera con cada imagen y, gracias a ello, resulta ser digna heredera de Ocho y medio y, por extensión, de una época dorada en la que el cine de autor no tuvo miedo a considerar el delirio y el sense of wonder partes indisociables del pensamiento en torno a las imágenes, sus artífices y la condición humana.

  • Fotografía: Darius Khondji
  • Montaje: Alejandro G. Iñárritu, Monica Salazar
  • Música: Bryce Dessner
  • Distribuidora: Netflix