Benedetta

  • Dirección: Paul Verhoeven
  • Guion: David Birke, Paul Verhoeven (Libro: Judith C. Brown)
  • Intérpretes: Virginie Efira, Lambert Wilson, Daphne Patakia, Charlotte Rampling
  • Género: Drama, thriller
  • País: Francia
  • 131 minutos
  • Desde el 1 de octubre en salas

Italia, siglo XVII. Benedetta Carlini llega al convento de Pescia, en la Toscana, y asegura ser capaz de hacer milagros desde que era joven…. Adaptación de la novela «Immodest Acts: The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy (Studies in the History of Sexuality)» de Judith C. Brown, que gira en torno a la sexualidad en un convento y la homosexualidad de una de sus monjas, que desde joven comenzó a tener visiones sin conocer el motivo.

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Nueva película de Paul Verhoeven, un cineasta más allá del bien y del mal con sus 83 años y una carrera a sus espaldas que incluye hitos como Delicias turcas (1973) y RoboCop (1987). Su decimosexto largometraje gira en torno a Benedetta Carlini (1591-1661), una de las figuras más peculiares de la Italia contrarreformista del siglo XVII. Internada a los 9 años en un convento católico de la ciudad de Pecia, Benedetta se reveló de adulta como una mujer de armas tomar: se hizo con el poder de su congregación religiosa, entabló relaciones íntimas con una novicia, y despertó la cólera de las jerarquías eclesiásticas al aducir que tenía visiones de Cristo y que sufría en la piel estigmas de su crucifixión. Una combinación explosiva que le acarreó terminar encerrada bajo siete llaves el resto de su vida.

Benedetta ficciona el período más apasionante de la vida de Carlini a través de un relato en apariencia sencillo que describe tanto el auge y caída en desgracia de la religiosa como el contexto de intrigas, mercantilización del catolicismo y peste negra en que tuvo lugar. Como es habitual en el director de Desafío total (1990) y El libro negro (2016), las imágenes están marcadas por el sarcasmo y un ánimo a medias realista y a medias provocador. Sin embargo, a pesar del deleite en las torturas, la escatología, los tumores y los desnudos integrales, lo más destacable de Benedetta es la labor de escritura llevada a cabo por el propio Verhoeven junto al guionista David Birke: las correspondencias entre las visiones de Benedetta y los acontecimientos que salen a su paso, y las pistas sutiles que otorgan a la narración un alcance profundo, son mucho más importantes a la larga que los detalles escabrosos y el trabajo de realización y montaje, casi siempre funcional. En las escenas ambientadas en exteriores, Benedetta llega a semejar una producción de bajo presupuesto.

Apreciación que no debe entenderse peyorativa. Como sucedía sin ir más lejos en su anterior película, Elle (2016), es meritorio cómo Verhoeven violenta la adscripción de Benedetta al registro del drama impostado de época mediante estrategias que nos remiten al eurotrash y el nunsploitation de los años setenta y a su propia y poco sofisticada Los señores del acero (1985). El resultado de esa aproximación chusca a Carlini es que, como filme de prestigio sobre mujeres que apelan a la sororidad y la pasión lésbica para subvertir los mecanismos patriarcales del poder, Benedetta respira una libertad expresiva que se echa a faltar en estrenos recientes tan alabados como La favorita (Yorgos Lanthimos, 2018) o Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019).

Esa naturaleza de trampantojo representativo que caracteriza Benedetta es subrayada por Verhoeven con su atención a los sentidos insólitos que puede adoptar la imaginería mariana y su empeño en hacer de muchas escenas tableu vivants donde los personajes escenifican frente a sí mismos y los demás su voluntad de poder. Finalmente, Benedetta acertará a trascender la condición de simple intérprete en una función colectiva con la que no se sentía identificada y escribirá la obra de su propia vida. En paralelo, Verhoeven da cuenta por enésima vez del inteligente papel de bufón gracias al cual ha sobrevivido durante medio siglo en el ecosistema cinematográfico hasta delatarse un autor en toda regla. El carácter elusivo de Benedetta como ficción, que obliga una y otra vez al crítico y el cinéfilo a revisar sus expectativas y categorías, evoca las preguntas que muchos se hacen todavía a propósito de películas anteriores de Verhoeven: ¿era Vivir a tope (1980) una película de motoristas típica de su tiempo o una parodia de la hombría que solían reflejar? ¿Era Starship Troopers una arenga belicista o una gran sátira de lo militar?

Verhoeven nunca nos ha brindado respuestas, consciente de que en la ambigüedad, en su apuesta por la tierra de nadie, reside su personalidad y hasta su misterio. Un misterio del que son ingredientes esenciales sus personajes de mujer, rebeldes e insumisas. Aventureras en el sentido más amplio de la palabra, que desbaratan las programaciones de género en que ha naufragado la felicidad de sus interlocutores, y que hacen del cine de Verhoeven un campo de minas para las morales sociales y fílmicas del tipo que sean.

Como Christine en El cuarto hombre (1980), Catherine Trammell en Instinto básico (1992) o Nomi en Showgirls (1995), la Benedetta interpretada por Virginie Efira es a la vez súcubo y mártir, un ángel exterminador que hasta cuando miente dice La Verdad. Encarna la dualidad, no antagónica sino complementaria, entre el santo y el pecador, entre el sufrimiento extremo y el placer extático, cara y cruz de la misma y radical indisciplina contra un mundo sumido en la mezquindad espiritual y material. Cuando Benedetta emplea una talla de la Virgen como dildo con el que satisface a la novicia que ha tomado como amante, no hay en ello blasfemia, sino sincretismo entre lo profano y lo sagrado; ese punto G en el que la vida y la expresión cinematográfica adquieren todo su sentido.

(Crítica publicada en Sofilm 78, actualmente en quioscos)

  • Fotografía: Jeanne Lapoirie
  • Montaje: Job ter Burg
  • Música: Anne Dudley
  • Distribuidora: Avalon