Calamity

(Calamity, une enfance de Martha Jane Cannary)

  • Dirección: Rémi Chayé
  • Guion: Sandra Tosello, Fabrice de Costil, Rémi Chayé
  • Género: Western, aventuras
  • País: Francia
  • 82 minutos
  • Ya en salas de cine

En 1863, Martha Janes debe aprender cómo manejar a los caballos de un carruaje para poder así participar en un convoy que transita por el oeste de los Estados Unidos. Un día decide ponerse pantalones y cortarse el pelo, generando así una enorme polémica que sacará a relucir su verdadero carácter ante las innumerables dificultades que se se presentan en un mundo tan grande como salvaje y en el que todo es posible.

Por Jordi Sánchez-Navarro

LOS COLORES DE LA LEYENDA

La primera imagen de Calamity tras el título es un primerísimo primer plano del rostro de su protagonista, Martha Jane Cannary, que muestra poco más que unos ojos de mirada limpia que otean el horizonte. La segunda es un gran plano general a vista de pájaro de una caravana de pioneros atravesando la inmensa pradera. Se trata de un díptico de imágenes de puro wéstern, un diálogo visual que sintetiza uno de los grandes temas del género: la promesa de una vida mejor y el enorme esfuerzo que se requiere para alcanzarla. La película sigue haciendo explícito su gran tema, que no es otro que el anhelo, en la escena que sigue a ese gran plano general, en la que Martha Jane explica a las otras niñas de la caravana que cuando lleguen a su destino, todas las familias podrán tener «casas de todos los colores». El color, en efecto, es otro de los ejes de Calamity, como lo es en toda la obra de Rémi Chayé. En su cortometraje Eaux fortes (2005), un trabajo de formación realizado en el marco de la prestigiosa escuela de animación La Poudrière, la mezcla de acuarelas turquesa, aguamarina y gris azulado encuadraba sutilmente un dibujo de línea negra muy marcada, y dotaba a la obra de una cualidad acuosa, fluida, que la singularizaba. En su largometraje de debut El techo del mundo (2015) las transiciones del turquesa a otras gamas del azul (y a los blancos rotos) puntúan los estados del relato de la azarosa aventura polar. En esta Calamity, las masas de colores planos subliman las preciosas luces de los atardeceres y las noches estrelladas de la gran pradera del Oeste americano. Chayé es, sin duda, uno de los más grandes coloristas de la animación actual. Pero no es solo un hábil aplicador del color, sino que es también, y sobre todo, un virtuoso narrador mediante el color.

La comparación de Calamity con El techo del mundo no está de ningún modo traída por los pelos. De hecho, resulta casi inevitable, dado que las dos son historias en las que se plantea una elocuente puesta en crisis de los roles de género. En su primer largo, Chayé lo hacía dando protagonismo a aquella encantadora adolescente, Sasha, hija de la aristocracia rusa que emprende un viaje reservado a los hombres más duros y preparados del mundo; en el segundo, lo hace con esta Martha Jane, declaradamente inadaptada en el seno de un grupo patriarcal y ultraconservador y en un entorno muy cruento con la infancia en general y con las niñas en especial, que decide ponerse pantalones y crecer por su cuenta. Ambas películas son también relatos en los que la determinación convierte a las jóvenes protagonistas en heroínas reconocidas por la comunidad después de mostrar su extraordinario valor y capacidad en el contexto de operaciones técnicas de extrema complejidad, como son la exploración polar o las grandes migraciones de los pioneros al Oeste. En el fondo, Chayé trabaja con los materiales clásicos de la aventura —grandes gestas en escenarios impresionantes— y les añade una interesante capa de sentido derivada de una visión radicalmente actual del rol de la mujer joven en la ficción.

Calamity ofrece todo lo que podemos pedir a la animación contemporánea. En primer lugar, un estilo definido y único, en el que cada decisión plástica obedece a propuestas expresivas coherentes, y cuyo uso de un dibujo delimitado a partir de masas de colores planos, sin línea negra de cierre, sigue siendo la característica más destacable. En segundo lugar, un control absoluto del tempo de la animación, tan ajustado en los momentos contemplativos o en las escenas de trabajo cotidiano en el convoy —por ejemplo, en los cierres de la caravana, la recogida de las reses o los momentos de descanso— como en aquellos en que la película se adentra en el territorio de la acción física o bordea la comedia —como la visita y posterior incursión de Martha Jane en el campamento del Tercero de Caballería—. Aventura de crecimiento de final feliz, en la que no solo la joven protagonista extrae poderosas enseñanzas, sino que también lo hacen todos aquellos que la rodean, Calamity posee el hálito de las grandes historias del Oeste y consigue dar forma a un personaje perdurable mediante mecanismos narrativos de una pureza a prueba de distorsiones, afectaciones y tics. Todo en la película de Chayé está modelado con el material del que están hechas las leyendas, y así nos lo recuerda al final una triunfante Martha Jane —ya rebautizada Calamity Jane—, convertida en narradora de historias para una comunidad congregada alrededor del fuego. Al optar en el sugerente subtítulo de su película por “una infancia de Martha Jane Cannary” en lugar de “la infancia de Martha Jane Cannary”, el propio Chayé hace explícito que su relato es pura fábula, puro mito si se prefiere. Y la evocadora música wéstern de Florencia Di Concilio no hace sino reforzar esa naturaleza legendaria.

  • Montaje: Benjamin Massoubre
  • Música: Florencia Di Concilio
  • Premios: Mejor película en el Festival de Annecy 2020