CANNES D-7: BLACKKKLANSMAN

– CANNES D-7: BLACKKKLANSMAN –

Entonces, ¿el gran regreso a Cannes en competi de Spike Lee con Blackkklansman? Digamos que la película ha sembrado la discordia entre público, algo que nunca es mala señal…
 
Uno de los placeres más perversos del Festival de Cannes es este: ver esas pelis que son la manzana de la discordia. Al salir de la sala, percibimos un ambiente peculiar. La cosa comienza con unos murmullos, hasta que alguien plantea la pregunta fatal: «¿Te ha gustado?», activando así una brutal reacción en cadena: todo el mundo acaba manifestando su opinión «a favor» o «en contra», eso sí, de manera extremada. En medio, los indecisos, los que no esperan más que un argumento realmente sólido para inclinarse hacia una u otra postura, pues, con las películas, toda equidistancia es sospechosa. La mayoría de los agitadores ni siquiera habrían visto la película de no haber estado en Cannes, y este debate, que se asemeja a una verdadera contienda, sencillamente quizá no habría tenido lugar en un estreno convencional. 
 
Anoche disfrutamos de este momento de placer, esa adrenalina un poco superflua, incluso ridícula o enervante. Y fue después de Blackkklansman, el nuevo largometraje de Spike Lee. Algunos, eufóricos; otros, poniendo el grito en el cielo de puro abyecto que es… Lo que está bien es que, en el fondo, ambos bandos siempre tienen su tanto de razón. El largometraje relata la investigación que llevan a cabo Ron Stallworth, un policía negro, y su colega Flip, que resulta ser de origen judío. En el transcurso de dicha misión, ambos se infiltran en el renaciente Ku Klux Klan de los años sesenta. Pero lo principal es que esto brinda a Spike Lee la oportunidad de construir un filme con mensaje que comenta la situación actual sin grandes matices (incluso oímos a los cabecillas del Ku Klux Klan diciendo que es preciso «devolver a Estados Unidos su grandeza»). A medio camino entre el thriller político en plan Pakula y la comedia, la película parece inverosímil, incoherente y hasta aleatoria desde el punto de vista narrativo. Pero esta delirante historia hace que el filme-panfleto se vuelva en ocasiones muy denso, así como más complicado de lo que parece.

Puesto que el personaje principal es un poli negro, esto añade, sin que sirva de precedente, una pizca de dialéctica: nada más empezar la cinta, el poli se infiltra primero en los Blanck Panthers, para quienes la Policía es el enemigo, mientras que es su colega blanco quien se infiltra en el Klan. Bueno, en calidad de poli y de negro, forzará el relato a avanzar en dos sentidos. Es sobre todo la parte final donde nos surgen los reparos: primero, al alternar una ceremonia del Klan con una reunión de unos activistas negros en la que Harry Belafonte les cuenta cómo el largometraje El nacimiento de una nación contribuyó al renacimiento del Klan a principios de siglo. Y, luego, cuando en la reunión del Klan, están viendo y celebrando… El nacimiento de una nación. Ciertamente esto es una gilipollez, pero la cosa se vuelve cómica cuando nos damos cuenta de que Lee utiliza aquí precisamente el montaje alterno (con gritos de «White Power» y «Black Power»)… un procedimiento inventado por… David W. Griffith. Bueno, seguramente todo esto sea muy tonto, pero le confiere una extraña ironía a la cosa. Y en los últimos momentos de la película (y es ahí cuando el team de los haters enloquece), ante unas imágenes documentales de las revueltas recientes que muestran la brutalidad de las hostilidades de Charlottesvile, es cuando comprendemos que, al final, lo que ha hecho Spike Lee tal vez se acerque más al comentario sobre Intolerancia que a uno sobre El nacimiento de una nación, y que su película, a fin de cuentas, esconde una visión más sutil de esos tres momentos (principios del siglo xx, años sesenta y el presente) en los que la tensión racial ha estado a punto de destruir su naciónn.