CAROL

– Cuaderno Crítico. CAROL –

Seguramente, la gente hable de Carol, de Todd Haynes, como de una película «elegante». Pero, ¿y si precisamente el interés de volver al melodrama de los 50 resida en hacerlo de forma elegante? Una película que nos recuerda que ser revolucionario es hacer cosas muy antiguas pero que considerábamos olvidadas.


Tras visitar los años 30 en esa obra total, en cinco partes, llamada Mildred Pierce, Todd Haynes vuelve a la década de los 50 de Lejos del cielo para adaptar El precio de la sal, la novela más personal de Patricia Highsmith. Escrita en 1948, inmediatamente después de Extraños en un tren, Highsmith firmaba su segunda novela bajo el seudónimo de Claire Morgan, ante el miedo a ser encasillada con la etiqueta de «escritora lesbiana». La autora de El talento de Mr Ripley finalmente reconocería su autoría en 1989, recuperando además para la ocasión su título original: Carol. Sin embargo, Haynes admite que desconocía la novela hasta que le propusieron el proyecto. No se trata pues de filmar una excelente novela escondida, confiesa Haynes. Se trata de algo distinto, aunque también con nombre de mujer: filmar a Cate Blanchett. La mujer, para Haynes, ha de encarnar su idea de mujer admirable: Julianne Moore y Kate Winslet en su momento, ahora Cate Blanchett. E intentando añadir un interrogante cinematográfico: ¿cómo hacernos partícipes de la fascinación total que Carol (Cate Blanchett) despierta en Therese (Rooney Mara)?

En Carol una cierta idea de lo femenino se sublima sin ambages 
Haynes construye el relato como un largo flashback, en el que se nos narra el proceso de transformación que vive la joven fotógrafa Therese tras encontrase fortuitamente con Carol, «rica y suave como su abrigo, y que, de algún modo, parecía llena de secretos», según la describiera Highsmith. Tomando como inspiración la fotografía femenina de Vivian Maier, Helen Levitt y otras fotógrafas que retrataron el Nueva York de mitad del Siglo XX, Carol se sumerge en su principio narrativo: el recuerdo. El enamoramiento de Therese será tan pronto vívido y naturalista como, de repente, casi onírico, jugando con el grano de los Super 16mm, la paleta cromática, la luz y los cristales, figura omnipresente del universo Haynes. Universo en el que los conceptos (amor, memoria, personalidad) se expresan a través de pequeños gestos. En una escena temprana, un amigo guionista de Therese, que se encuentra viendo El crepúsculo de los dioses, toma notas de la correlación entre lo que dicen los personajes de la película y lo que realmente están sintiendo. En cierto modo, podríamos decir que Haynes repite ese ejercicio, usando como notas los pequeños gestos (las manos, los roces, las miradas) de dos actrices en estado de gracia.
Lo chic como resistencia
Bien es cierto que, si viéramos algunas de las escenas de Carol de manera aislada, probablemente pensaríamos que se trata de una película con estética de sofisticado anuncio navideño, uno de tantos que ha protagonizado la misma Cate Blanchett como epítome de lo chic. ¿Cuál es el truco? Realmente ninguno: en Carol,una cierta idea de «lo femenino» se sublima sin ambages. Haynes mira a la mujer desde una óptica que no es ni masculina ni femenina, sino una suerte de sensibilidad más cercana a lo queer: la mujer es símbolo de resistencia ante la constricción de un mundo que margina todo lo que rompa con el esquema milenario de roles de dominación. El deseo de Therese nace de un deslumbramiento, más que de una atracción puramente sexual. Therese necesita aprehender una figura ante la que siente fascinación. Desentrañarla para, de algún modo, formar parte de ella y su mundo. En una entrevista, Haynes define a Therese como una mujer que «comienza a cobrar forma», que está «practicando y estudiando el tipo de mujer en que se convertirá». En la noche apasionada que comparten, Carol destapa a Therese dejando al descubierto el bello e inmaculado cuerpo de la joven, ese cuerpo que empieza a cobrar forma y que yace en la cama entre sumisa y seductora. Carol, observándola, afirma no haber visto nunca algo tan bello. Puso Machado en boca de Juan de Mairena unos bellos versos de los que se desarrollaría toda su metafísica y que afirmaban que el ser humano toma consciencia de sí mismo cuando se ve reflejado en el ojo del otro. Therese «comienza a cobrar forma» esa noche en la que consolida su identidad, y no solo sexual, cuando percibe el deseo en la mujer deseada. Decía John Waters a raíz de Carol que, quizás, la única manera de ser transgresor hoy en día es ser tan elegante que, en comparación con la vulgaridad actual, sea hasta algo chocante. Carol es transgresoramente elegante. Alberto Lechuga