Por Manuel J. Lombardo

Aunque sólo fuera por canciones como A Pair of brown eyes, Fairytale of New York o Summer in Siam, Shane MacGowan, icono post-punk y líder carismático de The Pogues, merecería estar en el olimpo de los grandes songwriters contemporáneos. Y hacia ese reconocimiento (que suscribimos) se encamina precisamente este documental de Julian Temple que, a la manera de otros trabajos previos sobre el british rock como La mugre y la furia (Sex Pistols) o Joe Strummer: vida y muerte de un cantante, recorre su vida en modo rewind desde un presente casi apopléjico hasta una infancia libre y rural en Tipperary que explican buena parte del personaje y su incondicional compromiso con la irlandesidad como manera de ser y estar en el mundo.

Crock of gold no sólo nos reconcilia con nuestra juventud y sus himnos, lo hace también con esa capacidad del cine documental para ir al fondo de las almas y los tiempos perdidos

Dejando escapar su sibilante y socarrona sonrisa entre los huecos de una dentadura destrozada, MacGowan le cuenta a Gerry Adams, líder del Sinn Féin, a su viejo amigo Johnny Depp, responsable de que este documental exista, a Bobby Gillespie (Primal Scream) o a su propia esposa, algunos pasajes de su azarosa vida entre los prados y los pubs, su traumática juventud en la diáspora londinense, su liberador encuentro con el punk en los setenta y aquel viaje de vuelta a las raíces del folclore tradicional destinado a “salvar la música irlandesa”.

Punk tradicionalista, bebedor y adicto irreductible, rock-star de manual de destrozos hoteleros y giras extenuantes, poeta atrapado en un cuerpo para los ideales, el sarcasmo y la autodestrucción, el MacGowan de Temple nos habla de una triple historia personal, cultural y política, de un hombre en caída libre que atravesó y protagonizó algunas páginas memorables del final del siglo XX para aterrizar en el XXI como un despojo de reality al que aún le quedan algunos chispazos de lucidez entre los balbuceos y la silla de ruedas. 

Impulsada por el montaje de un impagable material de archivo, recreaciones líricas de la infancia rural, animaciones de aire underground y testimonios de ayer y de hoy de un tipo fascinante y siempre a cara descubierta, Crock of gold no sólo nos reconcilia con nuestra juventud y sus himnos, lo hace también con esa capacidad del cine documental para ir al fondo de las almas y los tiempos perdidos. Hasta le perdonamos ese colofón sentimental que, en realidad, no deja de ser el tributo oficial inevitable para mantenerlo con vida unos años más.