El callejón de las almas perdidas

(Nightmare Alley)

  • Dirección: Guillermo del Toro
  • Guion: Guillermo del Toro, Kim Morgan (Novela: William Lindsay Gresham)
  • Intérpretes: Bradley Cooper, Cate Blanchett, Rooney Mara, Toni Collette, Willem Dafoe, Ron Perlman, Richard Jenkins
  • Género: Drama, thriller
  • País: EEUU
  • 150 minutos
  • Ya en salas

Un buscavidas (Bradley Cooper) se compincha con una pitonisa (Cate Blanchett) para estafar a millonarios…

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Era quizá inevitable que Guillermo del Toro acabase por ofrecernos su propia versión de El callejón de las almas perdidas (1946), novela sobre outsiders y perdedores condenados a naufragar entre los arrecifes de su propio carácter y los cantos de sirena del éxito.

El autor de El callejón de las almas perdidas, William Lindsay Gresham (1909-1962), concibió uno de los artefactos literarios más perturbadores del siglo XX a partir de sus experiencias de primera mano con fenómenos de feria, charlatanes religiosos, artistas de la adivinación y mercachifles del psicoanálisis y el show business. El interés que puso de manifiesto Gresham en su novela más popular por las tendencias autodestructivas del ser humano y por los márgenes de la sociedad y la razón fue la muestra más depurada de la búsqueda a lo largo de su vida de la iluminación espiritual, acechada de cerca por sus muchos demonios íntimos.

Una pugna entre luz y oscuridad que se resolvió con el suicidio del novelista en el hotel que le había dado cobijo durante la escritura quince años atrás de El callejón de las almas perdidas… Para entonces, la primera adaptación al cine de su obra, dirigida en 1947 por Edmund Goulding, ya era un título de culto. Goulding y el protagonista del filme, Tyrone Power, habían aprovechado la popularidad de su colaboración previa, El filo de la navaja (1946), una reflexión sobre el sentido de la vida marcada por el altruismo y la renuncia a uno mismo, para abordar su opuesto: las vertientes morales más desapacibles de nuestra especie. El resultado fue una película magnífica pese a su exceso de diálogos y su desenlace redentor y moralista. El callejón de las almas perdidas de Power y Goulding forzó hasta el extremo el código de censura imperante; jugó con la mezcla de imaginarios —terror, melodrama, noir— hasta invocar con años de antelación la (pos)modernidad; y supo retratar los cambios traumáticos que acarreó la Segunda Guerra Mundial para la masculinidad vinculada a la clase creativa antes que El manantial (1949) o El trompetista (1950).

Lo más reseñable con todo de aquella versión fue su acercamiento a la novela abisal de Gresham desde la posición privilegiada que ocupaban Goulding, Power y el guionista Jules Furthman en el Hollywood de la época: lejos de forzar una complicidad simulada con el material de partida, la película ubica en su núcleo argumental las inquietudes del autor y las reviste de curiosidad y consideración, pero sin renunciar a las señas de identidad de sus artífices ni a un determinado aparato de producción. La película de 1946 fue amueblada por decirlo así de dentro a fuera, con una elegancia, un sentido del equilibrio y una organicidad que hoy pueden parecernos convencionales pero que nos permiten apreciar con toda claridad lo planteado por Gresham y, en particular, el anhelo de perdición que caracterizaba al protagonista de novela y película, Stanton Carlisle, bajo su aparente persecución sin escrúpulos del éxito.

Como decíamos, era difícil que Guillermo del Toro pudiese resistir la tentación de brindarnos antes o después su visión de El callejón de las almas perdidas, habida cuenta de la mistificación que ha rodeado con los años la obra y la figura de Gresham y la obsesión del director mexicano con los inadaptados sociales, sublimada a través del cine fantástico: Cronos (1993), El laberinto del fauno (2006), La forma del agua (2017)… Sin embargo, El callejón de las almas perdidas según Del Toro y su coguionista, Kim Morgan, es, como La forma del agua, víctima de una autoconciencia autoral traducida en un manierismo estético —que no estilístico— que linda con lo asfixiante, y del síndrome del falso amigo, que lleva a pensar erróneamente que para adaptar a un artista raro a otro medio es preciso otro artista raro. Dicha estrategia, aplicada también en las fases decadentes de sus trayectorias por David Cronenberg y Tim Burton, suele derivar en un intercambio acrítico de signos raros en pantalla que anula el potencial subversivo de los relatos.

Como consecuencia, El callejón de las almas perdidas de 2021 es una película amueblada de fuera hacia dentro, un problema reiterado en el cine de hoy, sobrado de retóricas formales y discursivas pero falto de pulsión expresiva. Del Toro hace gala de un gusto exquisito y hasta ampuloso en su labor de casting, fotografía, ambientación y vestuario, pero ninguno de esos elementos guarda concordancia entre sí ni con los demás, ni aporta valor trascendente alguno al conjunto de la película. El realizador subraya con complacencia desde el primer minuto su afinidad friki, de diseño, con el malditismo de Stanton Carlisle y los escenarios ominosos en que se fragua su derrota —su hogar, la feria, la consulta de la psiquiatra Lilith Ritter (Cate Blanchett)— y, con ello, frustra nuestra inmersión sin red en la historia. Los responsables de esta película se hallan más lejos a la hora de la verdad del universo sombrío retratado por William Lindsay Gresham que Edmund Goulding y Tyrone Power hace setenta años.

No es de extrañar que Bradley Cooper deambule como un zombie por la ficción, al carecer su interpretación de Stanton Carlisle de motivaciones discernibles para lo que hace y para sus relaciones con tres personajes femeninos complementarios y fascinantes en sus encarnaciones anteriores: la doctora Ritter, la tarotista Zeena (Toni Collette) y la inocente Molly (Rooney Mara). Tampoco hay ningún interés por explorar el talón de Aquiles esencial de Stanton —la bebida—, ni las equivalencias entre la lectura de tarot y los terapeutas, ni la dialéctica de clase entre los espectáculos de variedades dignos e indignos y sus respectivos consumidores…

El callejón de las almas perdidas de Del Toro es una cáscara vacía; un drama diseñado de cara a galardones varios y, por tanto, prudente y hasta cobarde en lo que trata y cómo lo trata, salvo por un aspecto: sus coqueteos puntuales con un fantastique siniestro que vincula la moraleja del relato, no a la psicología como en la adaptación previa, sino a las fuerzas ocultas del destino exploradas por Gresham, que hacen de nosotros «no alguien sino nadie, no personas sino marionetas guiadas por los hilos invisibles de un mundo más allá del alcance de nuestra comprensión». Pero la película no se atreve a seguir con decisión ese rumbo, porque daría al traste para empezar con el simulacro elevado de fantástico que Del Toro practica desde hace ya demasiado tiempo.

  • Fotografía: Dan Laustsen
  • Montaje: Cam McLauchlin
  • Música: Nathan Johnson
  • Distribuidora: Disney