El color del cielo

  • Dirección: Joan-Marc Zapata
  • Guion: Lluís Van Eeckhout, Joan-Marc Zapata
  • Intérpretes: Marta Etura, Francesc Garrido, Carlos Leal, Agustina Leoni, Daniel Rohr
  • Género: Drama
  • País: España
  • 89 minutos
  • Estreno el 21 de octubre

«Olivia Brontë, una estrella de cine que trabaja en Hollywood, y Tristán del Val, un reconocido filósofo español, se reencuentran fortuitamente en un hotel en Suiza después de diecisiete años sin contacto. Este reencuentro les llevará a revisitar el pasado y preguntarse a dónde les lleva el camino que escogieron.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Hay varios aspectos destacables en El color del cielo. Paradójicamente, son los que amenazan con perjudicar la visibilidad de la película entre la marejada de novedades que bate cada viernes contra la cartelera, como perjudicaron hasta cierto punto su visibilidad cuando fue programada en la última edición del Festival de San Sebastián.

El primero se corresponde con las edades de sus protagonistas. El color del cielo no gira en torno al descubrimiento por adolescentes del funcionamiento de la vida que tienen por delante, ni en torno a la comprensión por ancianos de que han malinterpretado dicho funcionamiento durante décadas. Olivia (Marta Etura) y Tristán (Francesc Garrido) se hallan, como los personajes de la reciente Fuego, de Claire Denis, en la edad fronteriza —y desagradecida— que media entre las ilusiones de la juventud y la fragilidad de la madurez; en ese momento crítico de la existencia humana en el que aún nos sentimos con fuerzas para dar un volantazo a nuestras vidas y, al mismo tiempo, somos muy conscientes de que el impacto de esa decisión tendrá consecuencias irreparables que nos acompañarán hasta el fin de nuestros días. «Me siento inseguro y perdido en esa velocidad de años que va de los cuarenta a los cincuenta, cuando ya nada tiene sentido pero todo tiene todavía atractivo» (Francisco Umbral).

Olivia es una estrella internacional de cine. Tristán, un filósofo de gran prestigio. Sus ocupaciones respectivas les hacen coincidir en un lujoso hotel suizo, años después de una relación amorosa de juventud que se percibe dejó huella profunda en ambos. Aislados durante unos días en una suerte de limbo espacio-temporal, Tristán y Olivia tendrán la oportunidad de calibrar hasta qué punto donde hubo fuego quedan brasas y, sobre todo, de analizar la deriva de quienes fueron antaño; cuando, enamorados, prometieron dar lo mejor de sí mismos al otro y al mundo.

El color del cielo se articula así en torno a paseos, conversaciones, contradanzas y silencios de sus protagonistas, sin estridencias de ningún tipo ni pretensiones de aleccionarnos sobre nada. Es una de esas películas, otra cualidad a valorar hoy por hoy, que no grita sino a la que debe prestarse atención, pues la verdad latente bajo la mascarada del éxito social que representan Olivia y Tristán solo se nos revela detalle a detalle: la actitud cohibida de la actriz en una sesión fotográfica, las réplicas indolentes del pensador mientras charla con un colega, el modo en que una y otro se ceden el asiento o sostienen una copa cuando están juntos.

La película trasciende por otra parte el retrato de individuos que han traicionado sus ideales. La burbuja de irrealidad que asfixia a Tristán y Olivia acierta a simbolizar el fracaso sistémico de todo un aparato intelectual y cultural que ha dejado hace tiempo de estar a la altura de los retos planteados por el presente. Un argumento que, de manera más o menos tangencial, también abordaron en la última edición del Festival de San Sebastián El suplente, Suro, El crítico, Sintiéndolo mucho, El triángulo de la tristeza y Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades.

Pero la minuciosidad en su aproximación a los personajes y la perspicacia en la recreación de un determinado ambiente no son las únicas virtudes de El color del cielo. En su voluntarioso debut como realizador de largometrajes tras una larga experiencia en el ámbito del corto, Joan-Marc Zapata alumbra una puesta en escena tan rigurosa que peca en ocasiones de envarada. Su sensibilidad es deudora a la vez del cine clásico estadounidense y los maestros coetáneos del cine europeo.

Que Olivia se apellide Bronte, la elección de Tristán como nombre propio, adquieren pleno sentido en el marco de un romanticismo visual marcado sutilmente por las elegantes escenografías en interiores y exteriores, los rostros ascéticos de Marta Etura y Francesc Garrido, y la atención, como indica el título del filme, al efecto anímico de la luz cambiante del día, que tiene su cénit en el último baile/abrazo al atardecer de Olivia y Tristán. Zapata traduce en clave cinematográfica aquella reflexión del compositor romántico por excelencia, Richard Wagner, acerca de que «la música instrumental más depurada es la que nos permite expresar con tonalidades lo que no podemos decir con palabras».

Como puede apreciarse, El color del cielo es una flor de otro mundo; una película producida y realizada de puntillas, que no va a imponernos su presencia y que merece por eso mismo que hagamos un alto en el camino para escucharla.

  • Fotografía: Alex Pizzigallo
  • Montaje: Lluís Van Eeckhout
  • Música: Nick Zwetzich
  • Distribuidora: Begin Again