Ellas dan el golpe

La mujer en el bandolerismo patrio 

Por Ania Ullén

En Libertad, lo último del realizador Enrique Urbizu, la actriz y cantante Bebe encarna (y de qué manera) el papel de Lucía, La Llanera, una de las bandoleras más temidas de la región. Siguiendo sus pasos, nos echamos al monte para rastrear las huellas de otras serranas que, como ella, también lucharon (a golpe de navaja) para poder ser libres. 

Rebeldes con causa

La ilustre Varona de Lope de Vega, las doncellas armadas de Cervantes, las Negras y las Manolas, que actuaban en tierras extremeñas, María Márquez, llamada La Marimacho… Ya sea que nos movamos en la ficción o en la historia real documentada, y contrariamente a lo que suele pensarse, los casos de mujeres de armas tomar salen a relucir apenas nos detengamos unos instantes a otear el escarpado paisaje que conforman las sierras y montes de la geografía nacional. Y es que, aunque el imaginario del bandolerismo haya sido siempre eminentemente masculino, no lo es en cambio el deseo de vivir en libertad, que impulsaba, tanto a hombres como a mujeres, a buscar en los márgenes de la ley aquello que, (in)justamente, esta parecía negarles. En este sentido, el personaje de Lucía, La Llanera, interpretado por Bebe en la mini-serie Libertad, refleja con todo lujo de detalles las vicisitudes a las que se enfrentaban las serranas, experiencias diarias que iban más allá de los riesgos, comunes a los hombres, de encabezar un asalto armado. Y es que ellas además se exponían a ser violadas, vejadas, obligadas por la fuerza a contraer matrimonio y a concebir hijos, a ejercer tareas de suministro de alimentos y cuidados de todo tipo atribuidos (casi por ley) a la mujer. Así, el carácter, la naturaleza rebelde de las serranas no respondía sólo a un anhelo de libertad abstracta, sino que apuntaba de manera directa a una liberación mucho más concreta: la del yugo de la (incontestable) autoridad masculina.  

El género como disfraz

«Dicen que va por ahí pelá como un hombre», comentará en Libertad un escandalizado miembro de la banda de El Lagartijo refiriéndose al corte de pelo de La Llanera. Un rasgo estético asociado a lo masculino que, en el caso de las bandoleras, no respondía tanto a gustos personales como a una cuestión de orden ‘estratégico’, como afirma el historiador inglés George Borrow en su narración de la vida de La Tuerta —en Los gitanos en España—, una serrana que actuaba en las inmediaciones del Alto del León y lo hacía siempre ‘disfrazada de hombre’. La Tuerta conocía bien el plan a seguir: ocultar su género para que se incrementasen al máximo sus posibilidades de supervivencia. Más aún cuando, si hacemos caso a lo que recoge Borrow, se dice que perpetraba los atracos sola, a caballo y usando una escopeta, y no había camino que no tuviera escudriñado hasta la última piedra. Capaz de restregarle una guindilla por los ojos a un anciano para que confesara dónde guardaba el dinero —aunque, finalmente, acabara perdonándole la vida porque los «tenía bien puestos y podría ser mi marío si no fuese tan viejo”», no se conoce su nombre real y, más allá de la obra del escritor británico, no hay constancia de la existencia de La Tuerta. Señal, quizá, de que su estrategia fue un completo éxito. 

Quién teme al lobo feroz

Caso contrario es el de Pepa, La Loba, que llegó a ser tan famosa que su nombre se lo apropiaban otras cuadrillas por toda Galicia para infundir miedo en los asaltos. Hasta la propia Concepción Arenal no pudo resistir la tentación de hablarle de ella (por carta) a un amigo tras haberla visitado en prisión. La Loba, pastora gallega que se echó al monte durante la regencia de Isabel II, era hija de madre soltera, conocida como La Falucha, y fue concebida como fruto de una violación —que vengará ya durante sus años como forajida—. Cuenta la leyenda que un día esta adolescente pontevedresa, pastoreando, se enfrentó junto a su perro al ataque de un lobo, al que dieron muerte. Su tía, Dorinda, que la había acogido tras la muerte de La Falucha, la obligó a pasearse por el pueblo cargando con el lobo muerto y los vecinos, en agradecimiento a su valentía, le obsequiaron con chorizos, panes, leche y queso. Más tarde, acusada injustamente del asesinato de su tío, prendida por la justicia y condenada a muerte, le conmutarán la pena por cadena perpetua. Pero La Loba no estaba hecha para estar entre rejas y, tras solicitar ver al cura, le atacará para quitarle la ropa, atuendo que acabará convirtiéndose en su salvoconducto para escapar. Convencida de que no existe la justicia en el mundo de los hombres, dará así inicio a su historia como bandolera, abrazando la vida salvaje y llegando a ser capitana de su propia cuadrilla.  

Amante bandida

En Libertad son varios los personajes femeninos que sufren por amor: la hermana de El Aceituno por su condición homosexual y Reina por su entrega excesiva y desenfadada a los placeres de la carne, lo que provocará que dé con sus huesos en un convento de clausura. Y es que no todo iba a ser sacarle los cuartos a los viandantes. Había otros muchos intereses, necesidades y motivaciones para apartarse del mundanal ruido.

Recuerda el nombre de una mujer que supo ver a tiempo que su historia sólo le pertenecía a ella escribirla. Y es que, como afirmaba Sartre, estamos condenados a ser libres. Bendita condena.  

La historia de Isabel, La Serrana de la Vera, bandolera activa en Garganta La Olla (Cáceres), es otro ejemplo de lo que decimos. Enamorada y dispuesta a casarse con un sobrino del obispo de Plasencia, el compromiso se anulará para evitar ‘poner en peligro’ la carrera (en ascenso) de la autoridad eclesiástica, condenando a Isabel y a su familia a una deshonra eterna. Será entonces cuando, sintiéndose ultrajada, la Serrana de la Vera abandone su hogar para ocultarse en la sierra, desde donde repudiará a todos los hombres. Cuentan los lugareños que, tras un asalto, si le apetecía, la Serrana podía arrastrar a la fuerza a su cueva a cualquier hombre. Allí, después de disfrutar de él el tiempo que se le antojase, ponía fin a su vida. La cruz que se alza en lo alto de la torre de Garganta La Olla conmemora a aquellos que cayeron en sus manos, al tiempo que recuerda el nombre de una mujer que supo ver a tiempo que su historia sólo le pertenecía a ella escribirla. Y es que, como afirmaba Sartre, estamos condenados a ser libres. Bendita condena.