Elvis

(Elvis)

  • Dirección: Baz Luhrmann
  • Guion: Jeremy Doner, Sam Bromell, Baz Luhrmann, Craig Pearce.
  • Intérpretes: Austin Butler, Tom Hanks, Olivia DeJonge, Richard Roxburgh, David Wenham, Kodi Smit-McPhee
  • Género: Musical, drama
  • País: Australia
  • 159 minutos
  • Ya en salas

«La película explora la vida y la música de Elvis Presley (Butler) a través del prisma de su complicada relación con el coronel Tom Parker (Hanks), su enigmático manager. La historia profundiza en la compleja dinámica que existía entre Presley y Parker que abarca más de 20 años, desde el ascenso de Presley a la fama hasta su estrellato sin precedentes, en el contexto de la revolución cultural y la pérdida de la inocencia en Estados Unidos. Y en el centro de ese periplo está Priscilla Presley (Olivia DeJonge), una de las personas más importantes e influyentes en la vida de Elvis.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Coincide el estreno de este biopic sobre Elvis Presley, una de las mayores estrellas musicales y mediáticas del siglo XX, con el lanzamiento del primer tráiler de Blonde, aproximación a otro icono incontestable de la misma época, Marilyn Monroe. No hemos podido ver aún Blonde, Netflix la ha programado para septiembre. Pero sí sabemos que la novela de Joyce Carol Oates en que se basa la película de Andrew Dominik arranca con citas de Stanislavski, Michael Goldman y Sartre en torno al escenario como último refugio para la genialidad artística sumida en circunstancias vitales desesperadas, y con la muerte como protagonista destacada: «Sí, he visto a la Muerte. Soñé con ella la noche pasada y muchas noches antes. No tenía miedo».

Elvis parte asimismo de ese estadio liminal, que todos acabaremos por habitar antes o después, entre la vida comprendida como anhelo y decepción y la muerte. La diferencia entre Blonde y Elvis radica en que la novela de Oates deconstruye a Marilyn Monroe como figura pública para reivindicar su ser íntimo y atormentado —Norma Jean Baker— a través de una fábula de tintes arquetípicos. En cambio, el director Baz Luhrmann renuncia a buscar ninguna verdad moral en la vida ordinaria de Elvis Presley. Luhrmann también fabula en Elvis, pero para potenciar hasta el infinito y más allá la condición de Presley como animal escénico, heredero del rhythm and blues por la vía del rock y musa trágica de una cultura de masas que forma parte del ADN del propio cineasta.

Elvis es por tanto, como sus anteriores películas —de El amor está en el aire (1992) a El gran Gatsby (2013) pasando por Moulin Rouge (2001)—, una representación bigger than life de las grandezas y miserias del mundo del espectáculo, que simbolizan para Luhrmann el espectáculo grandioso y miserable de nuestra existencia. No es casual que la narración fantasmática, alucinada, de la vida de Presley corra a cargo de quien fue su mánager, Tom Parker (Tom Hanks), mientras agoniza sedado por la morfina. La estrategia sirve al efecto de otorgar a Elvis un narrador, pero elegir a Parker constituye una declaración de intenciones por parte de Luhrmann: el mánager era un estafador pero, también, un gran conocedor del ilusionismo que se genera en los escenarios, capaz de suspender en el espectador y el propio artista la conciencia de su mortalidad.

Tres son los preceptos que sigue el Parker encarnado por Tom Hanks en Elvis para invocar el hechizo escénico y trasladarlo a la magia sigloveintesca de las ondas radiofónicas, la tinta impresa, los surcos de vinilo y los rayos catódicos: plantear un show tan chocante que el público no sepa qué sentir al verlo, arriesgarse a probarlo todo porque un solo acierto compensa diez errores, y hacer del sortilegio y el embuste las dos caras de una misma moneda: la representación. En sintonía coherente con ese punto de vista y los delirios del mánager, Luhrmann convierte los primeros compases de Elvis en un festín audiovisual, una ópera rock de espíritu glam y queer, desorbitada y grotesca si se tercia —atención a la belleza intoxicante del rostro de Austin Butler y la monstruosa caracterización de Hanks—, que resucita la iconicidad de Presley con una energía, un eclecticismo y un sentido del riesgo electrizantes.

Los minutos que desembocan en la primera actuación del músico a la que asiste Parker se cuentan entre lo mejor de 2022 por su entrelazado épico de tiempos, medios y formatos, su conjugación de lo espiritual con lo profano, su sincretismo musical y sus maravillosos efectos ópticos y de color, que remiten en su contundencia a lo mejor del celuloide y en su fluidez plástica a lo mejor del digital. Luhrmann nunca ha sabido poner en valor el plano a un nivel gramatical, pero sí ha acertado en muchas ocasiones a la hora de usarlo como constructo rítmico y melódico. Por ese motivo, Elvis es excepcional siempre que el realizador vuelve a situar una canción en el epicentro de las vivencias de Presley y pierde muchos enteros cuando se pliega a las convenciones narrativas —e ideológicas— del biopic hollywoodense actual acerca del auge y caída de estrellas del pop.

Algo que por desgracia ocurre a menudo durante la segunda mitad de la película, aunque incluso entonces la cualidad extática de la música y las imágenes le gane la partida al simulacro de hondura dramática, lleno además de blanqueos y omisiones, en torno al personaje de a pie. Resulta obvio que Elvis Presley nunca fue más humano para Baz Luhrmann que cuando sublimó sus cualidades e imperfecciones como superhéroe, como dios; cuando voló sobre el escenario hasta dejar una estela capaz de sobrevivir a su muerte en 1977 y hallar un eco en nosotros medio siglo después. En palabras de Tom Parker, «eres el mayor espectáculo del mundo, Elvis: un niño extraño y solitario destinado a la eternidad».

  • Fotografía: Mandy Walker
  • Montaje: Jonathan Redmond Matt Villa
  • Música: Elliott Wheeler
  • Distribuidora: Warner Bros