Karyn Kusama

– [Entrevista] Karyn Kusama –

Una chica latina mira desafiante a cámara. Así se presentó al mundo Karyn Kusama y Girlfight acabó conquistado Sundance y hasta el Festival de Cannes. Después tocó la lona con dos golpes bajos de Hollywood (Aeon Flux, Jennifer's Body) y se levantó sobre la campana con un potente derechazo y un plano final memorable (La invitación). Diecinueve años después de su llegada, Kusama apretó los dientes con Destroyer. Una mujer herida, que la confirmó como una de las voces más sugerentes del cine norteamericano y que hoy le ha valido ser la encargada de llevar la nueva versión de Drácula de Blumhouse a buen puerto. Boxeo, Kyuss, coyotes, sectas y violencia femenina: entrevista con los puños en alto.
Por Alberto Lechuga.

Nicole Kidman interpreta en su película a Erin, una antiheroína autodestructiva, un arquetipo habitualmente muy masculino…
Lo que me interesaba es que, en este tipo de historias, normalmente el policía que vive bajo su propia ley es juzgado… al mismo tiempo que se le mira con cierta admiración. Sin embargo, en Destroyer vemos que a Erin no se la respeta del mismo modo, no se la ve como esa figura casi mítica del rebelde que se atreve a cruzar la línea. Por otra parte, es un tema sobre el que me han insistido mucho: cómo sorprende ver a una mujer en un rol habitual de hombre. Y no puedo evitar preguntarme a qué os referís: ¿Al hecho de que es un personaje sin vanidad? ¿A su rabia? ¿A su violencia física? ¿O a que no le importa una mierda lo que los demás piensan de ella? Me llama la atención que se asignen esas características al hombre, mientras que asumimos que la mujer debe ser justo lo contrario.
 
Justamente la crítica de Variety sobre la película, y que figura en el póster, dice que esta «destruye los límites comunes de lo que una actriz puede hacer en pantalla». ¿A qué cree que se refiere exactamente?
Creo que, sobre todo, a su rabia, a su furia. En la fase de desarrollo del filme muchas de las preguntas venían por ahí. Chocaba encontrar a una mujer agresiva, violenta físicamente. Es algo sobre lo que me gusta trabajar: la naturaleza conflictiva de las mujeres violentas, de las mujeres capaces de ejercer violencia, mejor dicho. Vivimos en una época de mucha rabia, mucha frustración, e intento explorar qué podemos hacer con esa rabia, si existe algún modo en el que podamos canalizarla en algo positivo y transformador que nos ayude a ser vistas y oídas. Hoy en día, la mayoría de las mujeres vivimos en un estado constante de «cabreo de baja intensidad». Por eso me interesaba tanto el personaje de Erin, porque es incapaz de controlarse. Creo que es algo con lo que muchas mujeres podemos identificarnos. Somos golpeadas una y otra vez. Pensemos por ejemplo en el caso Kavanaugh (juez nominado por Donald Trump a la Corte Suprema de los EE.UU., pese a haber sido acusado de agresión sexual por tres mujeres, acusaciones que negó con el apoyo de la presidenciaen una audiencia mediática llena de irregularidades, N. de la R.). Todas las mujeres nos hemos sentido pisoteadas. Hay que tener cuidado con tomar la venganza como un mero entretenimiento, pero, por otro lado, en la violencia del cine hay algo inherentemente satisfactorio.

Es muy interesante cómo muestra el físico de sus actrices. La boxeadora de Girlfight, la asesina interpretada por Charlize Theron en Aeon Flux o, de manera paroxística, el cuerpo hipersexualizado de Megan Fox en Jennifer’s Body, que acaba despedazando a los chicos para devorarlos. 
Como mujer, aspiro a poder formular mis ideas con firmeza, explorar mi ambición y mi creatividad sin que me tiemble la voz. Y eso no es siempre fácil. Vivimos en una cultura en la que estos conceptos no son los que se espera que emanen de una mujer. Parte de mi trabajo consiste, precisamente, en luchar para tener un espacio en un entorno donde no se me espera. Y, cuando miro atrás, creo que, desde Girlfight hasta Destroyer, una de mis líneas de trabajo ha sido siempre explorar de diversas maneras la idea de encontrarse a uno mismo en su propio cuerpo. La experiencia misma de la toma de posesión de tu cuerpo, si es que esto tiene sentido. Como experimentar tu yo físico en el mundo. Es simplemente enfrentarse al hecho de estar vivo, algo que no siempre es tan sencillo como suena. Me gusta estudiar eso en mis personajes. Tienes que observar cómo se mueven; mirar su cara, pero mirarla bien. 
 
¿Cómo trabajó ese aspecto con Kidman, y el hecho de maquillar su rostro?
El maquillaje es importante, pero es solo una pequeña parte de lo que hace al personaje. Discutíamos sobre las manchas de su piel, fruto del castigo del sol y de su hígado, pequeños detalles que cuentan la historia de una persona que no se ha cuidado a sí misma. Pero también le mandé muchos vídeos de coyotes, listas de canciones de grupos como Kyuss, Godspeed You! Black Emperor, Throwing Muses… Se trataba de que su conocimiento del interior del personaje lo consiguiera expresar físicamente. Y lo hizo. Nicole interpreta a Erin como si fuera un cowboy herido. Hay algo en su forma de andar que es muy significativo. Hubo épocas de mi vida en la que la gente me preguntaba si fingía una cojera por algún motivo. Y es raro, porque entonces me daba cuenta de que cojeaba. Eran momentos en los que había tenido algún tipo de tensión, de dolor, de trauma, e inconscientemente se reflejaba en mi postura y en mi forma de andar. 
 
Precisamente, el personaje de Michelle Rodriguez en Girlfight es una olla a presión que acaba canalizando su rabia y encontrando su lugar en el mundo a través del combate. ¿Fue esa idea la que le llevó a escribir y dirigir su primera película? 
Es un proyecto que nació de mi experiencia practicando boxeo en el Gleason’s Gym de Brooklyn, un viejo gimnasio con mucha solera, mucha fuerza de barrio, muy interracial. Ese sitio donde la gente se reunía para golpear el cuerpo del otro resultó ser un espacio seguro, un refugio. Me sorprendió toparme una amabilidad difícil de encontrar en el mundo exterior. Miraba a mi alrededor y veía a todos esos chicos de los barrios pobres en busca de una figura paterna, que querían sentirse guiados y protegidos, y cómo lo conseguían a través de este deporte. Para las chicas era diferente. Había entrenadores que las formaban pero, por aquel entonces, no había competición femenina, no había un lugar al que pudieran ir a boxear de manera profesional. Y eso acababa provocando cierto desarraigo y frustración. Fue entonces cuando imaginé la historia de una chica latina boxeadora que lucha, literal y figuradamente, por hacerse un hueco en un mundo que no la contempla. También me interesaba retratar a una chica joven que se siente realmente enfadada con el mundo, porque yo fui una de ellas, y creo que casi nadie cuenta nuestras historias en pantalla. 

Su debut se lo financia el cineasta John Sayles, una de las figuras clave del cine independiente norteamericano de los noventa. ¿Cómo lo consiguió?
Tuve mucha suerte. De joven trabajaba de canguro para sacarme unos ahorros, y justo los padres de los niños que cuidaba formaban parte del equipo habitual de John, como script supervisors y, a veces, como montadores. Una noche, me presentaron a John y a su mujer y productora, Maggie Renzi. Hablando de todo un poco, John me comentó que buscaba un asistente, así que no me lo pensé y, durante tres años, ocupé este puesto. Fue una oportunidad extraordinaria para aprender: como director, John solo realizaba películas que pudiera financiar de manera independiente, pero, como guionista, trabajaba para grandes películas hollywoodienses, con directores como Ron Howard o James Cameron. Fue un curso acelerado de ambas caras de la industria cinematográfica norteamericana. Estuve tratando de levantar Girlfight sin éxito durante muchos años hasta que John y Maggie decidieron financiarla ellos mismos. Nunca le estaré lo suficientemente agradecida. 
 
Pero usted ya había estudiado cine en la Universidad de Nueva York, ¿fue cinéfila desde muy joven? 
Mi despertar cinéfilo tuvo lugar un fin de semana muy concreto en el que me tragué dos sesiones triples de películas de Warren Beatty. Creo que fueron Acosado, la película de Arthur Penn, Esplendor en la hierba y Bonnie & Clyde. Y, al día siguiente, Los vividores, El cielo puede esperar y Shampoo. En un solo fin de semana, descubrí a Elia Kazan, Hal Ashby, Alan J. Pakula y Robert Altman. Había algo en Beatty que me fascinaba. Un hombre guapo como un dios griego explorando personajes oscuros, con flaquezas, debilidades, personajes incluso algo antipáticos. Acabé viendo Rojos como veinte veces (risas). Una película sobre un comunista con el rostro de la estrella más grande de Hollywood, esa audacia rebelde era irresistible para una chica de instituto. Pero, antes que eso, había tenido una experiencia más traumática. Cuando tenía 10 años, mi madre nos llevó a mí y a mis dos hermanos a ver Cabeza borradora. ¡Recuerdo que ella no paraba de reír mientras la veía! ¡Y yo tuve salir de la sala y acabar mirando a través de la ventanilla de la puerta! En fin, eran los años setenta, las cosas eran más salvajes…
 
Ya que habla de su madre, la maternidad es algo importante en su cine, y es de hecho un tema central en Destroyer. Años antes, su corto de terror para la película colectiva XX sobre una madre y su hijo parecía casi una secuela de La semilla del diablo. ¿Es algo consciente? 
Soy madre y pienso mucho en lo que eso significa en el mundo actual, en los actuales Estados Unidos. Me pregunto si como madres podemos tener una influencia real en nuestros hijos. Y si esta puede ser más poderosa que la influencia que ejerce el sistema patriarcal que rige nuestra sociedad. Si estamos haciendo suficiente por ellos. Creo que es bastante obvio que ahora mismo estamos viviendo una pesadilla en Norteamérica. Desde que tengo hijos soy bastante más pesimista, incluso un poco apocalíptica. 

 En ese mismo cortometraje aparece el tema de las sectas, que es central en La invitación. En Destroyer hay algo similar con esa comuna de delincuentes. ¿Por qué le interesa tanto?

Cuando tenía 20 años viví en una casa comunal junto con un puñado de gente que quería ser artista. Actualmente, estoy trabajando en dos proyectos: el primero va sobre la industria de Hollywood, y el segundo, que es muy personal y el primero que escribo yo misma desde Girlfight, trata precisamente de ese periodo de mi vida. Por otra parte, creo que hay una red que sustenta el sistema en el que vivimos. Es un hilo que une la política, la religión, la economía… Una ideología sectaria vertebrada en una mentalidad corporativa, militar, dogmática. La violencia, en un sentido amplio, patriarcal que asola Estados Unidos. 
 
¿Cree que Jennifer’s Body fue malinterpretada? Ahora parece al fin estar siendo reivindicada y comprendida en su justa medida … 
Todo empezó con una campaña de promoción nefasta que cosificaba a Megan Fox sin remilgos, y que vendía la película como una comedia para chicos adolescentes protagonizada por una conejita de Playboy, cuando era un filme para chicas adolescentes sobre cómo el patriarcado acaba infectando también a las mujeres. Una historia de amistad tóxica entre dos chicas, sobre cómo su relación se ve corrompida por los efectos de esas estructuras de poder de las que no pueden escapar. Todavía me horroriza recordar la violencia con la que tanto Megan como Diablo Cody (guionista de la película, N. de la R.) fueron atacadas. Durante la promoción, además, Megan denunció en los medios el trato sexista que había recibido por parte de Michael Bay en las películas de Transformers y también arremetieron contra ella por esto. Por otro lado, muchas mujeres me recriminaron la inclusión de la escena en la que Megan y Amanda Seyfried se besan. Pero que hubiera una atracción soterrada entre ellas era algo que añadía una capa muy interesante a la historia. Y claro que la escena era erótica, ¿no es esa una de las razones por las que vamos al cine? Creo que en el cine no se le presta suficiente valor a la belleza, es algo que a veces se esquiva, con un pudor muy puritano. Todas las películas tienen la oportunidad de trabajar la belleza, y cada vez que no lo hacen es una oportunidad perdida. En cualquier caso, Jennifer’s Body sigue siendo la misma película que hace diez años. Me alegra que ahora se esté juzgando tal como es. 
 
¿Y cómo vivió el hecho de que Aeon Flux fuera remontada sin su consentimiento? Sin duda, una de las peores consecuencias que pueden desprenderse de trabajar con un gran estudio…  
Tras el éxito de Girlfight me ofrecieron la oportunidad de «hacer tu propio Blade Runner», así fue como me lo vendieron. Para mí, era una película personal como la anterior, una hermosa historia de amor, solo que a través del género de la ciencia ficción. Pero, durante la producción, hubo un seísmo en Paramount, y pasamos por tres administraciones diferentes en el estudio. Cuando un estudio cambia de jefes normalmente los nuevos tardan poco en señalar todos los proyectos en marcha como fracasos. Había una gran hostilidad hacia nosotros, y lo que realmente querían era dejar su impronta en una película de la anterior administración. Finalmente, me la quitaron de las manos y se remontó hasta hacerla esencialmente una película diferente a la que yo tenía en mente. Me planteé quitar mi nombre, pero en el último momento entendí que no iba a ser nada beneficioso para mí. Estoy orgullosa de la experiencia del rodaje, sin embargo, no es una película que sienta como mía. En ese entonces era bastante naive. Ahora ya sé que la visión artística no ocupa ni el segundo lugar en la escala de prioridades de los estudios… Fichan a un director por su «visión» y luego se asustan y quieren desactivarla. Es absurdo, ¿para qué lo contratas en primer lugar?

¿Siente que su carrera quedó marcada después de estos dos proyectos problemáticos? Desde Jennifer’s Body pasaron seis años hasta La invitación… 
Dar una segunda oportunidad a directoras es mucho menos habitual que a directores hombres. Lo que hice fue no quedarme quieta y lanzarme a trabajar para series de televisión, como Halt and Catch Fire. Mi percepción de qué se podía hacer en televisión cambió desde entonces: ya no es un trabajo secundario, sino una oportunidad altamente satisfactoria. Tras Aeon Flux y Jennifer’s Body me costó mucho trabajo encontrar financiación para La invitación. De hecho, se hizo gracias a Gamechanger Films, una compañía colectiva que trabajara para financiar películas independientes dirigidas por mujeres. Pero gracias a su éxito ahora me he establecido en un modelo de cine independiente bajo el que he hecho también Destroyer y en el que puedo trabajar con libertad. Ahora el final cut lo tengo yo.