Ferrari

  • V. O.: Ferrari
  • Dirección: Michael Mann
  • Guion: Troy Kennedy-Martin (Novela: Brock Yates)
  • Intérpretes: Adam Driver, Penélope Cruz, Shailene Woodley, Sarah Gadon, Gabriel Leone, Patrick Dempsey…
  • País: EEUU
  • Género: Drama
  • 130 minutos
  • Ya en cines

«Verano de 1957. El expiloto de carreras Enzo Ferrari está en crisis. La bancarrota acecha a la empresa que él y su esposa, Laura, construyeron de la nada diez años atrás. Su tormentoso matrimonio se encuentra en medio de una gran crisis, mientras lidian con la muerte de su hijo. En esta crucial etapa, Ferrari tomará decisiones arriesgadas apostándolo todo en una única carrera que atraviesa 1.000 millas a lo largo de toda Italia: la Mille Miglia.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Como la reciente Maestro (2023), de Bradley Cooper, el decimotercer largometraje de Michael Mann es la deconstrucción de un hombre situado más allá del bien y del mal en virtud de sus talentos, una vez la mirada depositada sobre él pasa a ser la de las mujeres que les rodean. Es un cambio interesante de perspectiva en sintonía con los tiempos que corren. En el caso de este biopic sobre el piloto y más tarde empresario automovilístico Enzo Ferrari (1898-1988) es difícil no pensar que hay además algo de autocrítica o, como mínimo, revisionismo por parte de Mann.

Títulos como Ladrón (1981), Hunter (1986), Heat (1995), Collateral (2004) y Enemigos públicos (2009) habían dejado clara la querencia del realizador estadounidense por personajes masculinos obsesionados con las líneas de fuga, con otros horizontes. Una obsesión que hacía de ellos prófugos, criaturas noctámbulas que se revolvían con uñas y dientes contra el simulacro civilizatorio de nuestro día a día, encarnado en la gran ciudad. Su pulso desigual contra el orden de lo solar terminaba por abocarles antes o después a lamerse las heridas o morir como los animales salvajes, en soledad.

Con El último mohicano (1992) Mann explicitó su afinidad espiritual con la América añeja de los exploradores de los paisajes y la mente, y con Blackhat: Amenaza en la red (2015) tuvo la lucidez de predecir que la nueva frontera digital, terra incognita durante un tiempo en la que hicieron fortuna los revolucionarios, los aventureros y los locos, acabaría por ser en el futuro, nuestro presente, la sempiterna distopía social regida por los semáforos en rojo, las líneas amarillas y las señales de STOP.

Para quien haya sabido leer sus imágenes, las películas de Mann han constituido magníficas reflexiones sobre las grandezas y miserias de la masculinidad antihegemónica. Sin embargo, su condición de cineasta romántico le ha impedido caer en la cuenta de hasta qué punto el rebelde de gesto ora lacónico, ora violento, suponía una forma de alienación que no exime ni a personajes ni espectadores de una responsabilidad en la configuración del mundo real. Lo que sublimamos en nuestro yo (anti)heroico de ficción —para quien resulta lírico y sencillo huir sin mirar atrás— lo aplicamos de facto a una cotidianidad de la que el 99% de nosotros no podemos ni, probablemente, queremos escapar, abundando en sus rasgos distorsionados y agresivos; en especial hacia las figuras en las cuales Mann siempre ha personificado la tentación y el peligro de la domesticidad, las mujeres.

En las fantasías de Mann las mujeres han cumplido la función de ataduras o meros apéndices sin agencia propia, sin la pulsión de la aventura hacia ninguna parte, la atracción existencial por el abismo, que caracteriza a sus protagonistas masculinos. Ferrari no es una excepción, incide en la visión prejuiciosa de Mann, aunque, como apuntábamos al comienzo, las presencias siempre en interiores, atrapadas entre lo prosaico y lo afectivo, de la esposa, Laura (Penélope Cruz), y la amante, Lina (Shailene Woodley), del magnate automovilístico sirven al menos para despojar a este (Adam Driver) de su aura de niño grande entregado a la velocidad, el diseño y la ingeniería para situarle en la realidad poco glamourosa de marido, padre y empresario irresponsable.

El prólogo en blanco y negro que abre la película, ¿un sueño?, plantea un retrato fantasmático de Enzo Ferrari como joven corredor abstraído con una sonrisa en los desafíos que plantean la vida y la muerte cuando los únicos aspectos a considerar son el freno y el acelerador. La escena representa por tanto una enmienda a la totalidad del cine de Mann, y un preludio: el Ferrari maduro que despierta en 1957 para afrontar la posible quiebra de su empresa y los preparativos de la vigésimo cuarta (y última) edición de la mítica carrera Mille Miglia, se halla en una edad de la vida y la creatividad en la que ya no tiene sentido pensar en términos de cielo o infierno sino en un estadio mucho más difícil de gestionar, el purgatorio.

Tiene mérito que Mann haya dado este paso con ochenta años aunque, sea casualidad o no, Ferrari está lejos de contarse entre sus mejores películas, como le ha sucedido a Martin Scorsese con su propio mea culpa, Los asesinos de la luna. Algunos defectos son achacables a la escritura de Troy Kennedy Martin, guionista de poco peso específico que resuelve momentos clave del relato en forma apresurada de telefilm y convierte algunos diálogos —véase la discusión entre Enzo y Laura sobre la muerte de su hijo años atrás— en partes informativos propios de la Wikipedia o una IA. Por otro lado, la casi siempre elegante puesta en escena de Mann, el entonado reparto y los evocadores trabajos de dirección artística y vestuario no bastan para camuflar ese carácter mundano, banal, de la ficción. Ferrari es una película realizada con eficacia pero sin garra ni excesivo talento, algo que, de manera premeditada o no, contrasta con la idea que tiene Ferrari de la conducción y el diseño de automóviles y arroja la sombra de la duda sobre tantos otros personajes de Mann, grandes profesionales que se sueñan algo más —¿como el público que les contempla, como el director?—, quizá sin razón de ser.

Lo más problemático en cualquier caso es el grado de excitación que nos transmiten escenas como la primera comida del equipo reunido por Ferrari de cara a la Mille Miglia, materializada con una cámara agitada y jump cuts, o el brío y detallismo puestos en la recreación de las carreras y los accidentes de los vehículos. Si los ojos de Ferrari se dirigen de inmediato cuando sucede una tragedia a los coches implicados en la misma, sus auténticos hijos, a Mann se le van los suyos detrás de la camaradería y los romances de los pilotos, sus enfrentamientos en la carretera, el brillo de los cromados y el rojo Ferrari. Y es natural:  la paradoja de esta película radica en que pretende cuestionar una figura que, de no haber sido más grande que la vida, jamás habría sido objeto de una revisión setenta años después de sus mayores logros. Del mismo modo que, si Mann no hubiese incluido la recreación épica y trágica de la Mille Miglia, Ferrari habría sido un tostón televisivo sobre gente mezquina discutiendo por ordinarieces.

  • Montaje: Pietro Scalia
  • Fotografía: Erik Messerschmidt
  • Música: Daniel Pemberton
  • Distribuidora: Diamond Films