Festival D’A: de Marc Ferrer a Levan Akin 

Reír, cantar, tal vez llorar, de Marc Ferrer, ganó el premio de Un impulso colectivo, el mismo día que se presentaba Crossing, otra película sobre la transexualidad. Por Philipp Engel

Lo queer es algo que nunca acaba de quedar claro de todo. Se intuye que no por el mero hecho de que aparezcan personajes LGTBIQ+ en una película, esta tenga que ser queer, aunque estén honestamente representados. Recordamos, por ejemplo, al bueno de Alain Guiraudie, director de la ya clásica El desconocido del lago, rechazar de plano la etiqueta queer, arguyendo que, en su película, simplemente aparecen personajes homosexuales. Del mismo modo, el georgiano Levan Akin, que aterrizó en Barcelona para presentar en el D’A su nueva película Crossing tampoco tenía muy claro si esta, como la anterior Solo nos queda bailar, que causó un enorme revuelo en su país por incluir temática gay en el ambiente de las danzas tradicionales, eran o no eran queer: «las veo más universales». Puede que, de la misma manera que hay que seguir hablando de “cine de mujeres” (aunque quede extremadamente rancio) mientras no se alcance la deseada paridad, las películas con personajes LGTBI+ también serán forzosamente políticas, porque se producen en un mundo hostil, alejado de la normalización, en el que continúan pululando la homofobia, la transfobia y otras fobias que son cada día que pasa cultural y moralmente un poco más inexplicables e inexcusables. 

En cualquier caso, nadie duda de que Marc Ferrer haga cine queer, como tampoco de que es hijo predilecto del festival donde, si la memoria no nos falla, ha ido presentando todas sus películas desde Nos parecía importante (2016), y van unas cuantas. Siempre queer, siempre en los márgenes, hechas con muy poco dinero, buen humor y cinéfila pasión. Reír, cantar, tal vez llorar, vuelve a ser un coqueto juguete, en clave de melodrama fassbinderiano en versión cañí y muy de andar por casa, que gira en torno a la Toñi (Vargas), una madura mujer trans que se enamora de Lahcen (Ouchad) un joven marroquí que podría haberse llamado Alí o figurar en un calendario de bomberos. La película, que ha sido la mejor de la sección Un impulso colectivo para un Jurado compuesto por Beatriz Navas, Claudio Zilleruelo y Mihai Chirilov, arranca, sin cortarse ni un pelo, poniendo las cartas sobre la mesa con una conversación entre tres mujeres trans sobre vaginoplastia, y alabando las bondades de la sodomía, al tiempo que glosa las dificultades para cambiar el género en el DNI. 

De esas dificultades con el DNI, inevitable tropo trans, habla también Crossing, película de título polisémico que también junta migración y transexualidad. En su caso, se trata de una mujer mayor y un adolescente georgianos, que cruzan la frontera con Turquía para buscar a la sobrina de la primera, que huyó de su país cuando decidió transicionar, al ser rechazada por su familia, igual que la Toñi se fue de su pueblo y se vino a Barcelona. En las dos películas está ese paralelismo entre el movimiento migratorio y las vicisitudes de las mujeres trans, ya que, en ambos casos, implica cortar con el pasado, dejar a la familia y cambiar radicalmente de vida, estando además en una situación legalmente irregular. Si Marc Ferrer nos pasea por el Poble Sec barcelonés, en las inmediaciones del festival D’A, Crossing nos lleva a los barrios trans de Estambul, siempre repleto de gatos, pero con mujeres trans abocadas a la prostitución asomadas a todas las ventanas. La mirada de Ferrer está más próxima al cómic y al cine de juguete, mientras que la del georgiano afincado en Suecia se quiere heredera del neorrealismo italiano y del cinema vérité. Si tanto la veterana Mzia Arabuli como el imberbe Lucas Kankava están muy bien, el auténtico descubrimiento de la película es Deniz Dumanlil, mujer trans de inusual belleza que, en la película, ejerce de abogada de los desamparados, y tiene un encanto que recuerda a la Magnani en sus años mozos. 

Como comentaba el director, es probable que la transfobia turca, que se da incluso en los ambientes más supuestamente abiertos y modernos de la sociedad, no le augure demasiado futuro profesional a esta luminosa actriz que podría interpretar a una mujer a secas. Desde la perspectiva turca, la sociedad que se ve a través de Reír, cantar, tal vez llorar, no parece mucho más avanzada. Sin abandonar un humor cabaretero y desenfadado, con números musicales al son de canciones de, o inspiradas por, Carmen de Mairena, Ferrer muestra una comunidad de vecinos –impagables las reiteradas intervenciones (ya no cameos) de Pere Vall–, dada a todas la bajezas, que puede fácilmente desembocar en la extrema derecha de rechazo a la otredad, por mucho que, al final, la bondad y la generosidad de Toñi sea capaz de redimirlos. Ninguna de las dos películas pueden evitar acabar envueltas en una cierta melancolía, ya que, al fin y al cabo, nos hablan de personajes que todavía no han sido del todo aceptados por una y otra sociedad.