Festival de Sevilla: THE WILD BOYS (& Twin Peaks)
– [FESTIVAL] Festival de Sevilla: THE WILD BOYS (& Twin Peaks) –
Twin Peaks visto por Bertrand Mandico
Presentada hoy, The Wild Boys es una fantasía mitológica que oscila entre el formalismo, el melodrama y la provocación surrealista. Era lógico que sintiéramos curiosidad por la opinión de su autor, Bertrand Mandico, respecto a la nueva temporada de Twin Peaks. Esta es su visión. Declaraciones recogidas en el Festival de Cine Europeo de Sevilla

The Wild Boys
Lo primero que me llamó la atención en la tercera temporada de Twin Peaks, fue la forma en que David Lynch convocaba a lo largo de los episodios la totalidad de su filmografía, incluyendo las películas de encargo, las pinturas, las fotos, la música y, en particular, sus proyectos abortados que no sobrepasaron la fase del guión o la sinópsis (como One Saliva Bubble, comedia absurda que tenía lugar en Las Vegas, o Ronnie Rocket, la historia de un enano que vive gracias a los circuitos eléctricos).
El gran kaleidoscopio lynchiano que es Twin Peaks 3 converge en un solo y único punto, un episodio final que me dejó sin voz, con la garganta seca por un último grito de terror que, sin embargo, transmitía tantas certitudes como interrogaciones.
Y es que TP3 es mucho más que un juego deslumbrante para iniciados: es la emergencia de una llave (sin cerradura), la percepción inédita de un discurso crítico, bastante frontal, sobre América y sus fundaciones. A lo largo de los dieciocho episodios, Lynch reúne los pedazos del espejo roto a través del que siempre contempló su propio país y nos describa una América despedazada, esquizofrénica. Una América Hyde, violenta, perversa, enferma, nefasta, que cohabita con una América Jekyll: amnésica, dulce, inocente, iluminada…
Estos dos polos están personificados en Kyle MacLachlan. Al final de la segunda temporada de Twin Peaks, MacLachlan (Dale Cooper) y su reflejo malvado rompían el espejo, golpeándose en un beso imposible. Y algo así sucede con la colaboración entre actor y cineasta, tras un sueño de veinticinco años. Hasta este regreso desdoblado, encarnando por un lado al personaje de Dougie – el cándido inconsciente, afortunado e invencible, directamente salido de una película de Capra, a medio camino entre Pee wee Herman y Mister Chance – y, por otro, a un Bad-Cooper tan afortunado e invencible como Dougie – un personaje que nos retransmite a Una historia de violencia, bajo sus rasgos de super héroe malhechor. Esta noción de dualidad americana había sido innaugurada en Terciopelo azul, en la que Kyle MacLachlan pasaba al otro lado del espejo por primera vez, como Peeping Tom (activo). Mirando el mal a los ojos, besándolo con la punta de los labios.
La amnesia, la inocencia, la pulsión, el mal, el desdoblamiento; todos esos ingredientes continúan irrigando TP3 a lo largo de los episiodios hasta que el octavo marca un punto de inflexión inédito en la obra de Lynch: por primera vez, el cineasta pone en escena una secuencia monumental ligada a un hecho histórico fechado y localizado: una explosión nuclear en un desierto norteamericano. Un fuego orgásmico que inunda cielo y tierra, el fuego robado que abre la caja de Pandora, liberando genios malvados, quebrando la imagen de una América virtuosa y educada por un Abraham Lincoln bondadoso. La bomba despierta los espectros de los pioneros asesinos de indios, aquellos que construyeron la nación masacrando a sus nativos. La bomba va a quemar el corazón de los niños (todos ellos tristísimos en esta nueva temporada). El fuego va a romper el espejo. La imagende América se deforma y se parte, el reflejo de Lincoln se desdobla.

Bad Lincoln
Dos dobles del ilustre presidente aparecen en TP3 (en general, y en este episodio en particular), ambos extremadamente evidentes y ambos bajo el signo del fuego: el “Fireman” gigante de mandíbula cuadrada (casi como una barba), que retoma la célebre pose de Lincoln monumentalizado en su sillón. Y el trapero de rostro ennegrecido enmarcado con una espesa barba y pidiendo constantemente fuego con una voz rocosa, para luego hundir sus dedos en cráneos inocentes. Ambos representan las fundaciones de una América esquizofrénica en la que Lynch convoca finalmente una nación nefasta que se soñaba pura… Esta presencia de los dos Lincolns da una dimensión mítica e histórica a la serie. Y el agente Dale Cooper puede parecernos ahora como un hijo de Lincoln cuya misión sería unir las dos mitades de esa falla abierta por la bomba.
El espacio que separa ambos polos y los fragmentos del espejo se va reduciendo a lo largo de los episodios hasta la oscura y sobria fusión del último. En su primera aparición en la galaxia lynchianna (Dune), Kyle MacLachlan encarnaba un mesías que se ignoraba, un soñador que debía despertarse, un hombre que domaba los gusanos atómicos de un planeta constituido de desiertos. En su opus final, Lynch despierta a su soñador, le deja caer en un universo seco, mortífero, vaciado, de un realismo helado en el que la esperanza ha desparecido y la pasión se ha transformado en un recuerdo lejano. Si en el episodio 8 el autor fecha la acción en el 16 de julio de 1945, al final del 18 el personaje principal interroga directamente a su creador: “¿En qué año estamos?” El espejo quebrado que nos tiende David Lynch nos permite mirar América tanto como a nosotros mismos enteros, de la cabeza a los pies. Nos vemos fragmentados en una multitud de posibles, sin poder identificarnos. La serie termina con la eclosión de una flor negra sin pétalos en un espejo roto y reparado. Ya podemos tejer hasta el infinito teorías sobre los episodios, interpretar, sobreinterpretar, concebir, consolarse, volver a ver, olvidar, llorar mientras esperamos la bomba.