Fotomatón. Isak Férriz

Aprovechamos el estreno de Libertad para sentar en nuestro fotomatón a Isak Férriz, el «Aceituno» del western de bandoleros filmado por Enrique Urbizu. Férriz es todo hombros, voz, andares; un tipo duro que no puede disimular la profundidad acuosa de sus ojos y que parece hoy tomar el testigo de José Coronado —su padre en Gigantes— como actor fetiche del cineasta de La vida mancha. Retrato desenfadado, con flash y sin posar. Por Alberto Lechuga / Fotografía (retrato): Kiku Piñol

¿Cómo llega uno a convertirse en musa de Urbizu?

¡Fue bastante fortuito! Acababa de rodar Las distancias (Elena Trapé, 2018) en Berlín y el mismo día que aterricé en Barcelona recibí una llamada de mi representante, que se había caído uno de los actores de Gigantes y me querían ver. Al día siguiente fui y entendí enseguida lo que querían: Enrique es muy bueno dándote la premisa, justa y concisa, de lo que necesita. La conexión fue rápida, creo que es fácil entrar en su universo si te gusta. Y yo soy muy «Urbizu» en mis gustos.

¿Cómo es un rodaje con Urbizu? ¿Todos con la mandíbula prieta? 

A Enrique no le gusta ensayar, con él transitas muy poco por los diálogos pero hablas mucho del proyecto. Además, si le gusta cómo queda la primera toma, ya está, no hace falta más. Hoy en los rodajes se cubre cualquier escena, de modo que al final has rodado tanto que con el mismo material puedes hacer desde un musical a una película de terror. Sin embargo, Enrique aprendió cine con el celuloide y monta en su cabeza mientras filma. Es muy escueto, rueda lo que necesita. Aprendes muchísimo viéndole trabajar. Por otra parte, el rodaje se contagia de su humor negro y su socarronería. 

Un método que puede traer mucha electricidad, pero también mucha presión para el actor… 

Tiene gracia que hables de electricidad, durante la primera escena que rodamos en Gigantes se nos acercó y nos dijo (imitando la voz de Urbizu, n. de la R.) «Eh, chiquis, está muy bien, pero estáis como una guitarra española, coño, ¡dadle guitarra eléctrica!» (risas) Fue muy claro y tenía toda la razón, enseguida nos afinamos: nada de florituras, seco, conciso, una mirada y rock and roll. A mí no me gusta llamarle presión, pero sí es cierto que te obliga a ser muy preciso, a estar muy vivo en un momento concreto. Y eso creo que es sano.

¿Libertad no podría haber sido financiada directamente como película?

De una manera totalmente subjetiva, te respondo con tu propia pregunta: la prueba está en que hace diez años del estreno de No habrá paz para los malvados. Si no ha rodado más cine me consta que no es porque no quisiera, sino porque, tristemente, no es tan fácil levantar proyectos tan personales para cine. Aunque luego resulten proyectos que todo el mundo alaba. La industria es así.

Algo está haciendo mal la industria cuando Urbizu se tira diez años sin poder levantar una película, ¿no?

Sí, es muy extraño y sintomático. Luego se estrenan muchísimos proyectos que no entiendes muy bien cómo se han financiado… También los gustos están cambiando mucho. Enrique es un clásico atemporal, y en Libertad más que nunca. Tiene un tempo de cine de otra época. Se sale de los tres segundos que te aguantan un plano normalmente en los modos de montaje que se estilan actualmente. Y eso es de agradecer.

Hoy en los rodajes se cubre cualquier escena de modo que al final has rodado tanto que con el mismo material puedes hacer desde un musical a una película de terror. Enrique no, solo rueda lo que necesita, monta mientras filma

¿Cómo te las apañas para llegar a casa después de pasarte horas en la piel de un personaje tan explosivo como el Daniel Guerrero de Gigantes?

Hay que tener mucho cuidado con los automatismos, actitudes que tienes que tener a flor de piel porque la necesitas para el rodaje. El rodaje de Gigantes fue en verano y cuando volvía a mi casa, a Barcelona, me encontraba con una ciudad tomada por los turistas, y no muy educados precisamente. Así que tuve algunos momentos bastante tensos en los que me salían cosas de Daniel Guerrero. Tuve que parar y pensar en qué me estaba pasando para pasar página (risas).

¿De qué claves hablasteis a la hora de darle vida al «Aceituno»?

Hablamos mucho de Tuco, el personaje de Eli Wallach en El bueno, el feo y el malo. De esos supervivientes pícaros que no sabes cómo acaban saliéndose siempre con la suya, sin ningún tipo de escrúpulos. Aceituno también tiene mucho humor. Y es muy teatral.

¿Por qué motivo te echarías tú al monte?

Que esos tipos se echaran al monte respondía a diferentes motivaciones. Para Aceituno es por una cuestión de clase, él es del estrato más bajo, labriego, y solo le ve una solución para subir un poco su calidad de vida: tirarse al monte. 

Y, de algún modo, allí encuentra la libertad. Aunque su cabeza tenga un precio.

Libertad es una oda a lo que fuimos, una oda a lo que pudimos ser y no nos dejamos, como sociedad, como país, en una época en la que llegaban aires de libertad de la República Francesa, justo antes de la invasión de Napoleón Bonaparte. A aquella oportunidad que tuvimos de «guillotinar» este sistema que perpetúa el vasallaje. 

Desde el primer minuto de la serie la venganza espolea al Aceituno: han ahorcado al hombre al que amaba, al Soñador. 

Es de lo más normal que tuvieran relaciones entre hombres en ese mundo, en el que compartían tanto. Y no tiene porqué responder a la imagen tópica y equívoca que tenemos de una relación homosexual. Sencillamente «el Aceituno» y «el Soñador» eran compañeros y se daban cariño el uno al otro.

En ningún momento en la serie se utiliza como arma arrojadiza contra él, a pesar de codearse con rufianes y analfabetos. 

Hay un momento en el que un miembro de la banda del Lagartijo se burla de la muerte del Soñador para joder al Aceituno: «se cagó cuando le ahorcaron». Pero en seguida sus propios compañeros se lo recriminan y le dicen «eh, que a este lo ahorcó el rey, un respeto». Están todos en el mismo barco: fuera de la ley.

¿Interpretarías a un personaje trans? 

Hay muchos actores y actrices trans, y merecen su lugar. Justamente estoy viendo Euphoria ahora mismo, la serie de HBO, y Hunter Schafer es espectacular. Sería un trabajo precioso de hacer, por un lado, pero creo que merecería que lo interpretara una actriz o un actor trans. 

Otra delicada: ¿este año había que manifestarse el 8 de marzo?

Sí, sí, este año y todos, sin falta. Justo hemos oído todos esa conversación que se cuela en las imágenes de la alfombra roja de la gala de los Goya. «Es que está amparado en una conversación privada». Pero es que ese es precisamente el problema. Todos seguramente hemos tenido conversaciones parecidas o hemos sido cómplices de conversaciones parecidas entre entre hombres. Hasta que no erradicamos esos automatismos, seguiremos necesitando un «8 de marzo». Queda muchísimo trabajo por hacer, más cuando hay muchísima gente cerrada que siente esta reivindicación como un ataque a su ser, que es lo más absurdo que existe. Ojalá nuestros hijos no necesiten el «8 de marzo» y les suene a algo del pasado: “¿pero en serio se tenía que reivindicar la igualdad?”. Ojalá, ojalá. 

¿El cine puede ser una herramienta de cambio?

Por supuesto. Es una de sus funciones básicas. Es una herramienta de empatía brutal, de conectar con otros puntos de vista que seguramente nunca te habías planteado. Estamos muy necesitados de empatía y de sentido crítico. Pero para eso es necesario cambiar el sistema, porque a este sistema no le interesa que te pongas en el lugar del otro. Le interesa polarizar.

¿Se puede cambiar el sistema o es «escupir a la lluvia» como dice un personaje en Libertad?

El sistema es un gran estratega. Es como un dinosaurio que sabe que el meteorito ya ha caído y que se va a extinguir, pero que sigue dando coletazos y matando a todo el que puede a su alrededor. Así estamos doscientos años después, con un Partido Socialista que veta una comisión de investigación en el Parlamento acerca de las tarjetas opacas de la Casa Real. Hasta que no se consiga cambiar el sistema, pues como dice el personaje que interpreta Ginés García Millán: «¿por qué estuve cinco años en galeras? Porque creía que se podían cambiar las cosas». Es un sistema cerrado que no permite que se cambie nada y al disidente se le encarcela y se le castiga para que nadie más intente hacer eso.

No tiene muy buena pinta, con el auge de la ultraderecha…

La derecha es heredera de ese control del pueblo que vemos en Libertad, del uso de la cultura, de la religión, de las tradiciones, para tener al pueblo controlado y dónde quieren, manteniendo sus privilegios. ¡Y quién eres tú para venir a plantear algún cambio! Por primera vez hay un gobierno de coalición en este país, que ya es algo positivo per se, porque tienen que pactar cosas, algo que nunca había pasado antes. De repente, este Gobierno tiene que hacer frente a una pandemia mundial y ves cómo ese monstruo de tres cabezas de la derecha intenta sacar provecho de la situación. ¡Les han llamado asesinos en el Parlamento! La ultraderecha ha entrado en el Parlamento y la derecha se ha quitado la máscara. El listón ha bajado hasta el punto de que ahora se puede llamar asesino a un dirigente en el Parlamento. Y no pasa absolutamente nada.

Así estamos doscientos años después, con un Partido Socialista que veta una comisión de investigación en el Parlamento acerca de las tarjetas opacas de la Casa Real

Hay algo hermoso en la conciencia de clase que palpita en el Aceituno.  

Hemos perdido la conciencia de clase, eso es lo más jodido. Puedo entender que con los medios sea fácil lavar el cerebro a la gente, pero no comprendo que no llegue un momento en el que la gente no se dé cuenta de que pertenece a una clase concreta y que todo lo que los de arriba votan en el Parlamento cada día va en contra de su beneficio, de su acceso a lo social, joder.

Has desaparecido de todas las redes sociales. ¿No hay wifi en el monte?

Llevaba tiempo queriendo hacerlo. Es una perdida de tiempo, es algo que nace como una herramienta de conexión pero que nos ha esclavizado de una manera brutal. Vi el documental de Netflix —El dilema de las redes— y entrevistaban al inventor del «like» de Facebook y contaba como lo hizo como algo positivo, «me gusta lo que haces y te lo celebro». Fíjate en lo que se ha convertido ahora, en la tiranía del «like». El escudo del anonimato hace que de golpe sea todo insulto. Hay mucho ruido, mucho ruido de fondo y mucha pérdida de tiempo.

Menos mal que naciste en Andorra antes de que se convirtiera en el paraíso youtuber.

Andorra en los ochenta era otra cosa. Era un lugar muy bueno, un país de setenta mil habitantes. Crecí muy feliz viviendo todo el día en la calle, rodeado de montañas. Ahora es un tema más complicado, Andorra ha crecido hacia un lugar que… Bueno, como diría aquel, «es el sistema, amigos». Subo muy poco. Pero eso sí, recomiendo a todo el mundo que quiera subir que se pierda en las montañas, eso es una maravilla.

Leí por ahí que fuiste adolescente de camiseta negra, metalero.  

Éramos como veinte o treinta chavales con greñas en toda nuestra generación. Éramos tan pocos que si uno se tiraba del escenario, el siguiente ya no tenía quién lo cogiera (risas). Crecí en la época de Nirvana, del grunge, de Rage Against the Machine… Luego entró Metallica en mi vida y lo cambió todo. Sigo siendo metalero. Durante el confinamiento Metallica soltaba online un concierto inédito cada semana y a mi hijo le dormía la siesta mirando el directo. No tiene ni dos años y ya le gusta Metallica. Y yo henchido de orgullo, claro.

Metallica cambió todo en mi vida

¿En qué gira viste por primera vez a Metallica en directo?

En 2003, justo venían del documental aquel, Some kind of monster, cuando casi se separan y entró un bajista nuevo y todo aquello. Era como que resurgían de sus cenizas, y estar rodeado de dos mil personas, todos coreando el Master of Puppets, llorando, gritando… Fue una experiencia mística para mí. 

¿Y si tuvieras que asociar un disco al Aceituno? 

¡Hostia! Pues mira, creo que quizás alguno de Triana. O de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, que tienen un temazo que se llama justamente El valle. Aunque Triana tienen mucha más mística y mucho más de vida perdida, El valle no le puede ir más al Aceituno.

Osea, rock andaluz y psicodelia.

Sí, sí, a tope. Justo el otro día pude volver a ver La vida mancha, que hacía mucho que no la veía y en un momento de transición se escucha de fondo En el lago de Triana. Me quedé flipao y se lo tengo que comentar a Enrique, ¡qué bueno eres escogiendo música, cabrón!