Isabel Coixet – Nieva en Benidorm
Me indigna que haya ingleses viviendo en Benidorm que no sepan una palabra de español
Hoy llega a salas Nieva en Benidorm, en la que Isabel Coixet retrata un Benidorm que vibra entre lo sórdido y lo onírico, una Costa Blanca invernal vista con ojos de Tony Soprano y gafas de plástico. Hablamos con ella para entender su particular meteorología. Por Santi Alverú.
¿Por qué Timothy Spall?
Es curioso, ¿no? A Timothy Spall le había visto en cosas muy diferentes. El último verdugo de Inglaterra, Harry Potter o Mr Turner, que me flipó. La primera vez que nos vimos fue en el rodaje de The Party, de Sally Potter. Había ido a buscar a Patricia Clarkson y Emily Mortimer, habíamos quedado para comer. Allí me lo presentaron y me sorprendió, no se parecía a lo que yo tenía en mente tras haber visto Mr Turner, hablamos de literatura, de España… Y cuando me tocó pensar en quién podría interpretar al protagonista de Nieve en Benidorm, a este tipo gris, pensé en él. Quería un actor que tuviese un carisma oculto.
¿Hasta qué punto los impulsos son, para ti, una fuerza creativa? Tengo la sensación de que incorporas constantemente elementos que te rodean y que no estaban previstos.
Todo el rato. Es más, si no siento esos impulsos o si los siento y no les hago caso, me arrepiento siempre. Hay algo en el instinto que, con los años, he aprendido a seguir. Antes no me fiaba, pensaba que debía tenerlo todo más controlado. Pero ahora soy de las que se lanzan a la piscina. Si está llena cojonudo, si está vacía, qué le vamos a hacer. Me lanzo. Cuando está todo medido, desconfío.
¿Cuál dirías que ha sido el mayor impulso de este rodaje?
¡Hacerlo! (risas). No, creo que fue cuando, un día, rodando en lo alto de la Torre Lúgano, en el piso sesenta y pico, aparece una niebla con la que no se veía nada. Parecía que estábamos en el plató de El show de Truman. Teníamos todo preparado para rodar en interior, llevábamos dos horas de preparación, pero dije: “vamos, rodamos la secuencia fuera”. Y en diez minutos movimos todo, rodamos bajo la niebla mientras se despejaba. No sé si hay otra película que haya retratado a Benidorm tan bonito.
España no escatima en lugares que combinen nocturnidad, británicos, sordidez y mafia. Tenemos Marbella, Salou, Ibiza… ¿qué tiene Benidorm de especial?
Me fascina su bonhomía, tan difícil de explicar. Su carpe diem, tanto desde el lado Imserso como desde el lado británico. Me choca muchísimo esas ganas de divertirse tan particulares, desde lugares tan diferentes.
¿Cómo de bien lo conocías? ¿Cómo de extenso fue el proceso de localización?
Hace unos diez años intenté hacer un documental sobre el estado de urbanismo en el Mediterráneo. Me fui a Benidorm con un equipo y nos dimos cuenta de que era una tarea demasiado amplia. Pero aprendimos mucho, muchas de las cosas que vimos, las empleamos en esta película. Entre ellas, incluí a una famosa stripper que practicaba algo llamado “contorsionismo vaginal”. La vi actuar para un público lleno de británicos, ancianos o hasta parejas con bebés. Vi también a Elvis, al mejor, que es Victor Andrews, un taxista de Yorkshire que un día, de vacaciones en Benidorm, descubrió su vocación.
¿Dirías que ese viaje fue el germen de esta película?
Sí, pero hay más. A mí siempre me ha fascinado una película de John Dahl en la que sale Linda Fiorentino, llamada La última seducción. Me gustaba ese personaje de mujer por encima del bien y del mal, que tiene una edad en la que tiene ganas de divertirse y que no va a pedir nunca perdón, por nada. Quería crear la dicotomía entre un personaje que no ha vivido y otro que ha vivido demasiado.
Carmen Machi y Pedro Casablanc tienen personajes con un inglés particular. Aún así, tú les escribes unos diálogos muy rápidos, inteligentes, incluso líricos. ¿Cómo te enfrentas a los diálogos de personajes que se ven limitados por su capacidad de expresión?
Para mí todo esto gira en torno a algo que me fascina. Y es que, si a los españoles nos cuesta hablar inglés, a los ingleses, lo de hablar español, es que ni lo intentan. Les da igual. No hacen ni el esfuerzo. Hay ingleses que han vivido en Benidorm toda su vida y no hablan una palabra. A mí eso me indigna. Pedro Casablanc habla muy bien inglés. Carmen no, pero se esfuerza, y su personaje quiere leer poesía en versión original. En el guion lo hacía con un diccionario al lado, pero al final no lo rodamos. Con su personaje quería mostrar a una policía que adora la poesía, trabaja en Benidorm y, pese a todos sus condicionantes, también tiene una vida.
¿Acabó Spall hablando español?
No. No hubo manera. Los actores británicos consiguen acentos maravillosos, pero no les hagas hablar otro idioma. Ni lo intentes.
Tienes una complicidad muy particular con tus actores. ¿Darle a Carmen Machi una escena mórbida con un hombre espectacular, es un regalo que le haces a ella?
(ríe) Yo creo que Edgar Vittorino, el intérprete con el que rueda esa escena, te diría que el regalo fue para él, que admira muchísimo a Carmen.
(ríe) ¡Sabía yo que en esta pregunta se me iba a dar la vuelta! Tienes toda la razón.
Pero es cierto que esa escena es especial, me gusta mucho una cosa que dijo Edgar, que se la inventó él y aparece en la película. Carmen le besa apasionadamente y le impide seguir recitando poesía. Y él la para y dice “me sé más ¿eh?” (ríe). Es una aportación suya que me hizo mucha gracia.
Para terminar, ¿cómo es Isabel Coixet cuando viaja?
Lo mío es perderme. La visita a museos es algo que practiqué durante años, pero se ha acabado. Y no por el coronavirus. El concepto de museo, o de monumento, es algo que empiezo a cuestionar. Prefiero ir a cementerios, sin que ni siquiera haya enterrado alguien famoso; a barrios periféricos, lugares fuera de lo habitual. Reivindico mucho salirse de las guías.
Intuyendo esto, ¿era esta película un reto personal, en el que coges la ciudad más turística y evidente, y la conviertes en un sitio lleno de lugares recónditos?
Totalmente. El Benidorm que mostramos es algo casi sacado de las novelas de Ballard. Es una ciudad contradictoria, paradójica. Es el Benidorm de invierno, que es maravilloso. Y gracias a mi forma de viajar y de ver ciudades, he encontrado lugares únicos.