La bestia en la jungla (cara B)

  • V. O.: La bête dans la jungle
  • Dirección: Patric Chiha
  • Guion: Patric Chiha, Axelle Ropert, Jihane Chouaib (Novela: Henry James)
  • Intérpretes: Anaïs Demoustier, Tom Mercier, Béatrice Dalle, Mara Taquin, Martin Vischer…
  • País: Francia
  • Género: Drama
  • 103 minutos
  • El 8 de marzo en cines

«La historia transcurre durante 25 años (de 1979 a 2004) en un enorme club nocturno, donde un hombre y una mujer observan y esperan un evento desconocido, mientras seguimos la evolución de la música disco a la tecno como banda sonora de la historia de una obsesión…»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Los adeptos al cine de autor(a) legitimado a lo largo de las dos últimas décadas por el ecosistema festivalero saben de sobra que resulta un pecado mortal para una película ambientada en la actualidad y protagonizada por jóvenes no incluir una escena de baile desaforado en una discoteca, un club nocturno, una rave en mitad de ninguna parte. La típica escena, dentro de la película típica, que pretende dar cuenta de las ansias de emancipación, liberación o despertar de los personajes respecto de un entorno alienante a través de la música y el baile —la “política” y la “poética” de los cuerpos—, y que constituye paradójicamente un ejemplo palmario de alienación discursiva y cinematográfica; un lugar común según el cual no cabe oponer a realidades sociales injustas otra cosa que sus derivadas programadas de ocio. El establecimiento de una dualidad, un antagonismo (falso) entre los tiempos al servicio del sistema y los tiempos del escapismo, que redunda a la postre en una mayor servidumbre hacia las hegemonías establecidas dentro y fuera de la pantalla.

En este sentido, La bestia en la jungla es un destilado extremo de ese tópico, una película que funciona a la vez como síntesis y como crítica. Su realizador, el austriaco Patric Chiha, ya había puesto de manifiesto en Domaine (2009), Boys Like Us (2014), Brüder der Nacht (2016) y Si c’était de l’amour (2020) su interés por la juventud del siglo XXI y sus expresiones hedonísticas de marca blanca. En esta ocasión, Chiba parte de uno de los relatos más inquietantes de Henry James y de propuestas afines como La sala de baile (Ettore Scola, 1983),Eden (Mia Hansen-Løve, 2014) y Climax (Gaspar Noé, 2018) para describir la relación entre dos jóvenes que cada sábado, durante la friolera de cuarto de siglo, se encuentran y desencuentran en un local de baile, aguardando en el caso de John (Tom Mercier) a que un suceso dramático cambie el rumbo apático de su vida, la aparición en el horizonte de una bestia peligrosa e impredecible, y, en el de May (Anaïs Demoustier), a que John acierte por un momento a mirar a su alrededor y descubrir que tiene la felicidad al alcance de la mano.

Mientras uno y otra esperan a que algo cambie a su alrededor —lo que les brinda la excusa perfecta para no alterar en nada sus rutinas— los años pasan, las modas en la estética y los estilos musicales se suceden, y el local al que acuden muda sus rasgos una y otra vez para permanecer igual en esencia: una burbuja, un significante vacío pero adictivo, un espacio mágico mientras no se traspasen sus muros, más allá de los cuales la vida sigue ocurriendo, hasta pasar finalmente por encima a John y May. La voz en off de la veterana actriz Béatrice Dalle y su presencia fantasmática, los fundidos en negro y, sobre todo, los elegantes encadenados logran transmitir una sensación de tiempo fuera del tiempo y de angustia existencial apenas velada con más efectividad que un trabajo de escenografía e iluminación algo pobretón. Por otro lado, la película es más convencional de lo que parece a primera vista, y su carga de sofisticación literaria y pose antirromántica acaba por ser arrojada a un lado como lastre en los últimos y sublimes minutos, obviando una agenda feminista soterrada en el personaje de May que Marguerite Duras explicitó para el teatro hace ya seis décadas.

En cualquier caso, seríamos injustos si limitásemos La bestia en la jungla a la condición de fantasía crepuscular en torno a una forma de divertirse —noches, alcohol, drogas, baile— bajo la que late una necesidad desesperada de contacto humano y sentidos. Lo que cuenta Patric Chiha es aplicable a cualquier afición, véase la cinefilia, cuando no contribuye al propósito de ahondar en nosotros y cuanto nos rodea sino de sumirnos en la autocomplacencia y la construcción de un personaje, el camino más seguro hacia la esterilidad como individuos. Al principio de la película se escucha la reflexión “me encanta la vida cuando es una novela”. No cabe una confusión más perniciosa entre lo que es la vida y lo que son la literatura, el baile o el cine.

  • Montaje: Julien Lacheray, Karina Ressler
  • Fotografía: Céline Bozon
  • Música: Florent Charissoux, Émilie Hanak, Dino Spiluttini
  • Distribuidora: Surtsey Films