La sirenita

  • V.O.: The Little Mermaid
  • Dirección: Rob Marshall
  • Guion: Jane Goldman, David Magee, Ron Clements, John Musker
  • Intérpretes: Halle Bailey, Javier Bardem, Melissa McCarthy, Jonah Hauer-King
  • País: EEUU
  • 135 minutos
  • Ya en salas

«Ariel, la más joven de las hijas del Rey Tritón y la más desafiante, desea saber más sobre el mundo más allá del mar y, mientras visita la superficie, se enamora del apuesto Príncipe Eric. Si bien las sirenas tienen prohibido interactuar con los humanos, Ariel debe seguir su corazón. Así, hace un trato con la malvada bruja del mar, Úrsula, que le da la oportunidad de experimentar la vida en la tierra, lo que pone en peligro su vida y la corona de su padre.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Hay minutos, escenas, que otorgan legitimidad a toda una película. En el caso de La sirenita, una de las mejores actualizaciones en clave fotorrealista que ha producido Disney en los últimos años a partir de sus clásicos animados, esas escenas se corresponden con la seducción mutua de Ariel (Halle Bailey) y el príncipe Eric (Jonah Hauer-King) en el gabinete de curiosidades del segundo, y los posteriores paseos románticos de la pareja en una carreta y una barca.

En esos momentos se percibe una química entre los actores, una comprensión del desarraigo que une a sus personajes y un cuidado en la creación de atmósferas y la invocación del musical nada habituales. Sin ser memorable, La sirenita despierta auténtica emoción, y no el eco de tal fruto de vampirizar los motivos y acordes del filme original, obra maestra y origen de una nueva edad de oro para Disney en la década de los noventa.

La lectura por Rob Marshall de la película que dirigieron en 1989 John Musker y Ron Clements también se muestra inspirada a la hora de revisar la animación tradicional con una dialéctica sugerente entre estratos del audiovisual: desde la composición marcadamente digital de la villana, Úrsula (Melissa McCarthy), y su guarida a la simulación naturalista que habitan los seres humanos, pasando por la mixtura en los dominios submarinos del rey Tritón (Javier Bardem) de los intérpretes y su guardarropía física con prótesis y escenarios virtuales.

No olvidemos que, como la mayor parte del cine comercial de hoy, el ciclo de live action remakes iniciado por Disney con Alicia en el País de las Maravillas (2010) tiene poco de acción en vivo. En virtud de la naturaleza infinitamente manipulable de la imagen digital, constituye la forma más sofisticada imaginable de dibujos animados, y ha traído aparejado un arsenal de paradigmas estéticos y estilísticos que, bien combinados, resultan idóneos para pensar la ontología y la moral fluctuantes de nuestro tiempo y sus representaciones.

En ese aspecto, La sirenita también es una agradable sorpresa. Frente a la torpeza que ha caracterizado relecturas previas por Disney de las formas y valores de sus clásicos a golpe de agendas, en esta ocasión se aprecia cierta organicidad, más aun, una confianza renovada en el deseo heterosexual —demonizado desde hace un tiempo en el mainstream— como agente transformador de cuanto nos rodea. Una aspiración discursiva de la que es cómplice la belleza de Jonah Hauer-King y, sobre todo, Halle Bailey, que sale bien parada con sus rasgos alienígenas de la comparación con la Ariel dibujada de 1989, uno de los iconos erótico-vergonzantes con más calado en la cultura popular posmoderna.

Aunque estos aciertos hacen de La sirenita una película más estimulante de lo que cabía esperar, han de luchar a brazo partido con varios problemas. No tiene ningún sentido inflar los 83 minutos que duraba la cinta original a 135 para no saber luego concretar con una mínima claridad los conflictos arquetípicos que prestan su sentido último al relato. Y, mientras que Javier Bardem sale triunfante de una interpretación sin miedo al ridículo, la pobre Melissa McCarthy a punto está de sucumbir a la invisibilidad debido a la excesiva oscuridad en que se ve envuelta siempre; el impacto de su personaje ha de fiarse a los registros vocales de la actriz.

Lo más discutible es la realización de Rob Marshall. Como en Memorias de una Geisha (2005) e Into the Woods (2014), Marshall demuestra en La sirenita su habilidad para fetichizar vestuarios y escenarios —véase el uso narrativo del vestido de Ariel—. Pero, más allá de ese factor y la precisión que ponen de manifiesto la presentación de Eric y el naufragio del barco en que viajaba, la cámara parece empeñada en menoscabar el atractivo de cuerpos y localizaciones con encuadres descuidados y cortes de montaje inconexos.

No deja de sorprender que Marshall presuma en los títulos de crédito finales de haber participado en la coreografía de los números de baile junto a dos colaboradores habituales, Joey Pizzi y Tara Nicole Hughes, cuando una de las escenas clave en ese aspecto, el baile que sirve a Ariel para descubrir que ha merecido la pena cambiar la cola de sirena por piernas, es una decepción absoluta. Con excepciones contadas, Hollywood continúa desaprovechando los infinitos potenciales técnicos y plásticos latentes hoy por hoy en la generación de imágenes con puestas en escena más pedestres que nunca.

  • Fotografía: Dion Beebe
  • Montaje: Wyatt Smith
  • Música: Alan Menken, Lin-Manuel Miranda
  • Distribuidora: Disney