La vida de los demás


(Sheytan vojud nadarad)

  • Dirección: Mohammad Rasoulof
  • Guion: Mohammad Rasoulof
  • Género: Drama
  • País: Irán
  • 150 minutos
  • Ya en salas

Cuatro historias sobre la fortaleza moral y la pena de muerte que cuestionan hasta qué punto la libertad individual puede expresarse en un régimen despótico.

Por Juliette Goffart

La última película de Mohammad Rasoulof es un verdadero acto de resistencia. A pesar de dos condenas de un año de prisión y la prohibición de filmar, el cineasta se niega a abandonar Irán, ya que prefiere luchar desde dentro y hacer sus películas en la clandestinidad… ¿El resultado? Un merecido Oso de Oro en el Festival de Berlín.

Para esquivar la censura durante el rodaje, La vida de los demás se compone de cuatro cortometrajes que tratan el mismo dilema: durante el servicio militar, el Estado puede obligar a los reclutas a ejecutar a los condenados a muerte. ¿Qué se puede hacer? ¿Matar u oponerse al Gobierno? En el país de los ayatolás, las consecuencias de la negativa son terribles: el soldado que se resiste es privado de sus papeles, lo que hace imposible el exilio, y su servicio puede prolongarse indefinidamente. Aquí, la opresión no se dice, pero se siente desde el encuadre del primer episodio de la película: como en El círculo, de Jafar Panahi, cineasta amigo de Rasoulof, la ciudad se convierte en una prisión hecha de aparcamientos y pasillos interminables, de pálidos supermercados y oscuros apartamentos donde se desarrolla la vida cotidiana de un hombre tranquilo, cuyas responsabilidades descubrimos con horror en un giro alucinante… Esta decisión en la dirección está en sintonía con lo que Rasoulof denuncia: la obediencia ciega a las leyes injustas del Estado, y, por tanto, como dice Hannah Arendt, la banalidad del mal. Utilizando la economía del cortometraje, estira cada historia como una cuerda, jugando con virtuosos efectos de expectación, intrigantes palabras no dichas y sorprendentes reveses. Lo mismo que en su anterior película, Un hombre íntegro, sigue el principio de la «olla a presión»: construir la tensión narrativa hasta un momento de deflagración en el que la fuerza moral de los personajes resistentes, una especie de trasuntos del cineasta, se revela a veces en una violenta epifanía. Así un recluta incapaz de matar se transforma de repente en un héroe de acción que toma las armas y escapa antes que conducir a un condenado hacia la muerte.

«Un verdadero acto de resistencia: a pesar de dos condenas de un año de prisión y la prohibición de filmar, el cineasta se niega a abandonar Irán, ya que prefiere luchar desde dentro y hacer sus películas en la clandestinidad. La vida de los demás denuncia la obediencia ciega a las leyes injustas del Estado, y, por tanto, como dice Hannah Arendt, la banalidad del mal»

Toda la película sigue este movimiento de huida y liberación: los personajes que rechazan el horror de las ejecuciones abandonan el escenario, el de su vida cotidiana, incluso el de sus amores. Asimismo, la historia abandona la ciudad para ir a un campo remoto donde quienes han dicho no a la violencia viven haciéndose pasar inadvertidos, lejos de las autoridades. Lo que llama la atención de inmediato son los planos de naturaleza pictórica filmados en scope, sus extensiones de agua lechosa en las profundidades de los bosques, sus carreteras sinuosas, como en la obra de Kiarostami, ofrecen un verdadero respiro. Pero en el corazón de esta naturaleza pacificada, como en casi todos los episodios, se dibuja una profunda brecha entre los que aceptan la ignominia para asegurar su tranquilidad, y los otros, dispuestos a sacrificarlo todo. La progresión de la película se convierte así en la de un despertar, donde los personajes más ciegos aprenden a enfrentarse al horror del que son cómplices. En el último plano de la película, una joven furiosa con su padre objetor de conciencia se encuentra cara a cara con el zorro que no quiso matar durante una cacería. Ese zorro de ojos dorados, que la desarma por completo, obligándola a reconocer la atrocidad de cualquier ejecución, refleja en el fondo la propia película, una espléndida invitación del cineasta a sus contemporáneos para que abran los ojos.

  • Fotografía: Ashkan Ashkani
  • Montaje: Mohammadreza Moueini, Meysam Muini
  • Música: Amir Molookpour
  • Distribuidora: BTeam