Materialistas
- V.O.: Materialists
- Dirección: Celine Song
- Guion: Celine Song
- Intérpretes: Dakota Johnson, Chris Evans, Pedro Pascal, Marin Ireland, Dasha Nekrasova, Sawyer Spielberg…
- País: EEUU
- Género: Drama
- 109 minutos
- Ya en cines
- «Lucy es una joven casamentera de Nueva York que se encarga de unir solteros para encontrar la pareja perfecta. Sin embargo, su mundo se desestabiliza al encontrarse atrapada en un triángulo amoroso con Harry, un apuesto financiero multimillonario, y su exnovio John, un actor de poco éxito.»
Por Diego Salgado & Elisa McCausland
Escribía Jordan Ruimy el pasado mes de junio que la deshonestidad de buena parte de la crítica de cine actual, su tendencia «al elogio prolijo y ambiguo que elude poner de manifiesto algo real sobre las películas (…) idóneo para las relaciones públicas, la cultura del contenido, la falta de criterio y el conformismo social», se halla vinculada estrechamente a la proliferación de «supuestas obras maestras de las que nos olvidaremos en unos días» y la desafección de muchos espectadores, «que ya no compran lo que venden [sic] los críticos».
La semana pasada tratábamos esta grave distorsión, que afecta a las dinámicas de producción e interpretación del cine a largo plazo, a propósito de Devuélvemela (2025) y Weapons (2025), firmadas por presuntos nuevos genios del terror como los hermanos Michael y Danny Philippou y Zach Cregger. No queda más remedio que volver a ello ante el estreno de Materialistas, segunda película de la realizadora canadiense de origen surcoreano Celine Song; uno de los descarrilamientos fílmicos más estrepitosos de 2025 pese a atesorar en Metacritic, IMDb, Rotten Tomatoes, Letterboxd y demás agregadores de opiniones y reseñas calificaciones que oscilan entre el 6 y el 8, probablemente porque, como añadía Jordan Ruimy —es un secreto a voces—, «hay miedo a ser acusado de atacar filmes realizados por mujeres o personas de color».
De hecho, así se explica el entusiasmo histriónico suscitado por la ópera prima de Song, Vidas pasadas (2023); un drama sentimental resuelto con oficio y puntual inspiración, que logró dos nominaciones al Oscar y fue elevado a los altares de Woody Allen y otros cineastas consagrados, cuando, si de algo adolecía en ocasiones, era precisamente de una concepción de la autoría tan imitativa y estudiada como a la postre superficial, que hacía añorar aquellas películas «revulsivas, perturbadoras y reveladoras de la naturaleza humana, frente a las cuales el cine provocador de estudios como NEON y A24 suena a falso» (Orrin Luc). Ya es causalidad que A24 esté detrás, tanto de Vidas pasadas, como de Materialistas.



La falta de perspectiva por parte de los críticos y la propia Song sobre la verdadera naturaleza de Vidas pasadas —buen cine comercial para adultos, ni menos ni más— se cobra un precio muy alto en su segunda película, intento ambicioso de adaptar los formatos de la tragicomedia romántica clásica y la comedia urbanita posterior a tiempos de aplicaciones para citas, especulación material y afectiva, feminismo (de cuarta ola) y estrellas hollywoodenses (de segunda división). En Materialistas solo se aprecian dos elementos planteados con rigor: el interés reiterado de Song por mujeres que descartan el amor romántico al percibirlo como un obstáculo para sobrevivir en entornos sociales y profesionales implacables, lo que deriva en una racionalización forzada de su conducta y una melancolía callada; y su aproximación crítica —como subrayan por contraste un prólogo y un epílogo románticos hasta el extremo de la ensoñación— sobre la cultura del algoritmo y su impacto en las relaciones sentimentales de hoy.
Song despliega con ingenio uno y otro tema a través de Lucy (Dakota Johnson), casamentera al servicio de una agencia matrimonial, cuyo éxito entre los solteros neoyorquinos de clase alta se basa en la gestión rigurosa de estadísticas sobre sus físicos, sus gustos y sus cuentas corrientes. Parece evidente que Lucy ha confiado —o simulado confiar— su lucrativo futuro profesional a este sistema cerebral, desapasionado, porque le permite justificar su ruptura con John (Chris Evans), un camarero y aspirante fracasado a actor de quien aún está enamorada, y manipular su relación incipiente con Harry (Pedro Pascal), un millonario. Song hace de Lucy una encarnación inmejorable de las teorías de la socióloga Eva Illouz, que revelaba en El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas (2020) cómo «el proceso moderno de empoderamiento individual desemboca irónicamente en una subjetividad económica y capitalista de las vivencias que fragmenta el mundo que aspiramos a dominar (…) El sujeto económico-sexual de hoy cifra la expresión de su individualidad en una serie de elecciones y no-elecciones en una esfera de consumo que ha interiorizado, y una esfera privada que ha mercantilizado (…) El individuo ya no se define tanto por sus necesidades y deseos como por los útiles económicos y tecnológicos mediante los que busca satisfacer esas necesidades y esos deseos».
Materialistas formaliza esta contemporaneidad con una puesta en escena que aliena a los actores de unos exteriores filmados como desiertos de lo real, prima las tomas frontales y a cierta distancia para dejar claro cómo abordan los protagonistas sus inseguridades y estrategias respectivas, y filma los diálogos en plano/contraplano y con los ojos de los personajes fijos en muchas ocasiones en la cámara a fin de acentuar su aislamiento y sus incongruencias cuando juzgan a los demás y se juzgan a ellos mismos: obsérvese el irónico encabalgamiento de planos de Lucy en modo debate consigo misma cuando, tras adquirir una conciencia frívola sobre lo perjudicial de su trabajo, alecciona a varias clientas y, de inmediato, reconoce a su jefa en otro escenario que «somos unos manipuladores, somos una estafa».




Song, sin embargo, termina por asemejarse a Lucy cuando su habilidad a la hora de renovar la comedia romántica desde un prisma sin duda personal y conjugado en presente, da paso a una toma de conciencia política burda, à la mode, con la irrupción en Materialistas de un tema tan delicado como el de la violencia sexual. Song maneja pésimamente la súbita indignación de Lucy ante su descubrimiento de que, en palabras del capitán Renault, «¡en este local se juega!». Como ha concluido Eva Illouz, desenvolverse en la sociedad como divisa sexual y económica trae aparejada una inseguridad generalizada, la competitividad, la desconfianza y una enorme agresividad latente. En esa línea, Song tampoco se muestra lúcida en su reflejo del papel que juegan las mujeres empresarias, las víctimas y el agresor, la descripción de John como caballero digno de novela rosa, y los nuevos sentidos que adquiere su planificación de las escenas.
Hace unos meses se ponía en cuestión Romper el círculo (2024) por mezclar irreflexivamente la denuncia de la violencia de género con el folletín a mayor gloria de Blake Lively y las pulsiones pélvicas del gran público. Por otra parte, la presencia en Materialistas de Dakota Johnson obliga a traer a colación la fantasía de BDSM de oficina 50 sombras de Grey (2015-2018). Frente a la inconsciencia, incluso el cinismo, característicos de Romper el círculo y 50 sombras de Grey, fenómenos que, volvemos a Illouz, «abren la puerta sin pretenderlo a todo tipo de lecturas estimulantes sobre la vivencia de los sentimientos y el feminismo en tiempos de deseo de poder y management de una misma», la torpeza, la confusión y las medias tintas de Materialistas resultan sangrantes. El pensamiento de Song en torno a los desempeños de la cámara y el montaje se cae por su propio peso, y su opción por las soluciones escapistas al problema creado en la ficción por ella misma en busca de un reconocimiento fácil es una muestra dolorosa de inconsistencia e irresponsabilidad, propias menos de una autora con personalidad que de una artesana con ínfulas. Allison Wilmore fue una de las pocas críticas que se atrevió a tachar Vidas pasadas de «demasiado calculada», y lo mismo cabe decir de Materialistas. Aunque esta vez el cálculo ha salido mal y, lo más embarazoso, se reconoce fácilmente como tal.




- Montaje: Keith Fraase
- Fotografía: Shabier Kirchner
- Música: Daniel Pemberton
- Distribuidora: Sony Pictures