Matthias Schoenaerts: «¡Le partiría la cara a Kanye West!»

– Matthias Schoenaerts: «¡Le partiría la cara a Kanye West!» –


«¡Le partiría la cara a Kanye West!»

Matthias Schoenaerts (Bullhead, De óxido y hueso) tiene físico de estrella del cine de acción, atractivos e inteligentes ojos azules y apellido impronunciable más propio de un defensa del Racing de Santander. Si en #SoFilm13 nos encontrábamos con el chico duro del cine europeo para que nos contara su historia justo antes de despegar hacia Hollywood, hoy nos reunímos con él cuando aterriza en pleno 62 Festival de San Sebastián, donde ya viene como estrella de un thriller serie A hollywoodiense, The Drop, que le une a nombres como Tom Hardy, James Gandolfini o Dennis Lehanne.

Conscientes del escaso margen de tiempo que impone la apretada agenda del festival, más que un encuentro,
un pequeño reencuentro, desenfadado y con pintxos:«¿En el iPod? Mucho rap, la última vez os comenté sobre el disco de Nas, ¿os acordáis? De todos modos, la cultura del hip-hop se ha instaurado y ahora es el nuevo pop. Hubo un tiempo muy seductor, el de las películas Wild Style, Style Wars o Beat Street. Hoy, recomendaría por ejemplo a Ab-Soul. Han hecho varios featuring con Kendrick Lamar. Lamar es muy conocido hoy, incluso su primer disco se ha vuelto súper popular, pero no es un disco pop. No es como Kanye West. Kanye es un músico interesante, pero como rapero es una basura. Es un obseso de su propio ego, es muy irritante. Es una puta mierda, por hablar honestamente. El otro día le leí en Internet diciendo que Tupac era uno de los raperos más sobrevalorados. Me entraron ganas de partirle la jeta. Tupac comunicaba con todo el mundo. Si vas a cualquier gueto americano, todo el mundo escucha su música. En el Brox nadie escucha a Kanye West. Habla de otras cosas, del show business, se glorifica… ¿Quién puede identificarse con eso? Es una puta mierda».



No logramos ponernos de acuerdo sobre West, y cuando le confesamos que Kanye es el "Godard de la música para nuestra generación", se descojona y agita el puño. Schoenaerts encaja a la perfección en ese universo de gánsteres con corazón, de tipos duros con cerebro, que viene encarnando junto a su compatriota Michaël R. Roskam o Jacques Audiard. El típico chico que se mete en líos, calza músculos y luego, encima, saca notaza en matemáticas. «¡Le partiría la cara! «¡Poned lo de Kanye, eh!» nos repite entre risas al tiempo que nos invita a seguir con la charla en el balcón. Desde allí, el Kursaal se impone como un hormiguero plagado de periodistas. A su lado, se extiende la cinematográfica playa de la Zurriola. «Acabo de llegar, pero creo que es una gran ciudad para hacer un grafiti. Para mí, los grafitis son una forma de meditación. Ya no lo hago tanto, pero de vez en cuando sí que me voy un par de días por la ciudad y pinto un muro. Me ayuda a huir del ambiente excesivo de los platós. Me gusta estar a solas con un muro, vivir la sencillez de la materia. Eso me tranquiliza. En España es algo que está muy vivo en Barcelona, Madrid o Granada. Aunque lo que me apasiona ahora mismo es el grafiti en África, donde es un arte totalmente joven, que me es desconocido». Entre cafés, risas y cigarros, se nos va el santo al cielo hablando de sus escapadas por España («le tengo mucho cariño a Almería, estuve varias veces de vacaciones con la que era entonces mi novia») o su primera experiencia en Hollywood («está todo mucho más controlado y planificado, pero, igualmente, al contar con Roskam a los mandos, tuvimos mucha libertad»). El pequeño gesto de protesta de Schoenaerts cuando llaman a la puerta para poner punto y final a nuestra conversación parece sincera y nos emplaza al próximo café. A ver en qué festival volvemos a encontranos. Eso está hecho. Pero antes de irnos, no podemos dejar de preguntarle por Gandolfini. «Gandolfini era un tipo totalmente entregado por lo que hacía, no lo digo porque haya desaparecido, realmente te emocionaba ver a alguien con tal dedicación cuando actúa, fue tremendo. Todo en él era muy emotivo».


Declaraciones recogidas por Fernando Ganzo y Alberto Lechuga en el 62 Festival de San Sebastián