Memorias de un caracol

  • Dirección: Adam Elliot
  • Guion: Adam Elliot
  • País: Australia
  • Género: Drama
  • 94 minutos
  • Ya en cines

  • «Australia, años 70. Grace Pudel es una solitaria e inadaptada niña aficionada a coleccionar figuras decorativas de caracoles y con un amor profundo por las novelas románticas. La muerte de su padre cuando tan solo es una niña, la lleva a separarse de su hermano mellizo Gilbert, hecho que la aboca a una espiral de ansiedad y angustia. Sin embargo, la esperanza vuelve a su vida cuando conoce a una excéntrica anciana llena de determinación y amor por la vida llamada Pinky, con la que entablará una larga amistad que le cambiará la vida para siempre.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Si todavía quedaba alguien capaz de relativizar la decadencia productiva y creativa del cine gestado actualmente en Hollywood, las nominaciones a los Oscar anunciadas hace unos días han servido para zanjar cualquier debate al respecto. Las películas realizadas en los márgenes de la industria estadounidense o con financiación internacional han tomado por asalto la mayor parte de las categorías, entre ellas las correspondientes al mejor corto y el mejor largometraje de animación.

En la segunda categoría no cabe sino celebrar la inclusión de títulos ajenos además, en mayor o menor medida, al uso rutinario de la animación digital: Flow, un mundo que salvar (2024), del letón Gints Zilbalodis; Wallace y Gromit: La venganza se sirve con plumas (2024), del estudio británico Aardman; y Robot salvaje (2024), realización de Chris Sanders cuyo éxito a partir de un presupuesto ajustado no ha evitado que su productora, DreamWorks, externalice a partir de ahora la mayor parte de su animación.

Pero, de todas ellas, nuestra nominada favorita es Memorias de un caracol, maravilla del cineasta australiano Adam Elliot idónea tanto para adultos como para niños bien educados. Elliot ha consagrado su talento desde mediados de los años noventa a una artesanía de la plastilina y el stop motion singularizada por la atención obsesiva al detalle escenográfico, el expresionismo kitchen sink y una combinación irresistible de (melo)drama y humor terminal, a la que puede dedicar periodos de tiempo considerables gracias al respaldo de Screen Australia y otras instituciones.

Por ese motivo Memorias de un caracol, regreso a escena de Elliot tras un paréntesis de casi una década, funciona a la perfección como corregido y aumentado de su obra previa, como mezcla muy bien afinada del registro esquinadamente autobiográfico de sus cortometrajes iniciales —Uncle (1996), Cousin (1998), Brother (1999)— y su deriva posterior hacia una ficción, eso sí, de sensibilidad intransferible que representan sus dos cortos posteriores —Harvey Krumpet (2003), ganador del Oscar, y Ernie Biscuit (2015)— y el largometraje Mary and Max (2009).

La protagonista de Memorias de un caracol es Grace, la primera mujer protagonista absoluta en el cine de Elliot y su primer personaje cuya voz en off —debida a la actriz Sarah Snook— determina de principio a fin el signo del relato, sin el intermedio en ningún momento de narradores omniscientes. Como Elliot, Grace sublimará como adulta sus traumas de infancia y juventud apelando a la animación, pero hasta llegar a ese momento experimentará una gran novela con ecos de Charles Dickens y Mike Leigh que marcan su labio leporino, el ostracismo social, una complicidad con su hermano gemelo Gilbert canalizada por la afición de ambos a la lectura, y, cuando la vida les separa, desengaños varios que amenazan su estabilidad emocional.


Grace solo tiene un consuelo a su disposición, criar caracoles y coleccionar memorabilia referida a dichos animales. Desde Human Behavioural Case Studies, Series One (1996) —proyecto estudiantil de Elliot concretado en animación dibujada a mano—, los caracoles han hecho acto de aparición una y otra vez en su filmografía, y en esta ocasión juegan un rol alegórico esencial. Su concha les procura resguardo, y Grace elude asimismo las inclemencias del mundo exterior refugiándose en entornos íntimos asfixiantes, hasta que comprende que un hogar no es un espacio donde ocultarse sino donde recuperar fuerzas a fin de continuar explorando la vida con ilusiones renovadas.

Como en él es habitual, Elliot hace de Grace y los restantes personajes que salen a su encuentro un conjunto de figuras profundamente disfuncionales a nivel físico y/o psicológico, estrafalarios y llenos de defectos y limitaciones, pero animados por el espíritu de supervivencia, la curiosidad y la manifestación desprejuiciada de sus maneras de ser. No hay en Memorias de un caracol ni paternalismo ni discursos vacuos, solo la plasmación de individuos muy parecidos a nosotros mismos aunque Elliot, con una comicidad teñida de profunda melancolía y un hálito trágico mediado por la caricatura, elimine los filtros hipócritas en cuanto a la percepción que tienen las criaturas de ficción de sí mismas y quienes les rodean, y a la hora de reflejar con una franqueza admirable sus fracasos sin paliativos, sus momentos depresivos, sus enfermedades, sus muertes.

Ello transforma Memorias de un caracol y, por extensión, el grueso de la obra de Elliot, en uno de los pocos proyectos artísticos de hoy comprometidos realmente con la aventura humana de vivir y morir, con la épica existencial y hasta metafísica, sustentadas en una expresividad de los rostros, los gestos y los objetos y un timing narrativo y de la voz en off excepcionales. Por poner un solo ejemplo, la escena de la proyección del primer cortometraje de Grace en el marco del Festival Internacional de Cine de Canberra es un prodigio de alternancia entre la crueldad y la ternura, la ficción y lo meta, el plano general incómodo y el plano detalle abrasivo. Sería una pena que Memoria de un caracol fuese despachada como rareza, como producción animada especial, cuando va a resultar difícil encontrar en 2025 otra película capaz de reunir tantas cualidades.

  • Montaje: Bill Murphy
  • Fotografía: Gerald Thompson
  • Música: Elena Kats-Chermin
  • Distribuidora: madfer films