Mulholland Drive


(Mulholland Drive)

  • Dirección: David Lynch
  • Guion: David Lynch
  • Intérpretes: Naomi Watts, Laura Elena Harring, Justin Theroux, Ann Miller, Robert Forster
  • Género: David Lynch
  • País: EEUU
  • 147 minutos
  • Reestreno en salas desde el 11 de junio

Betty Elms (Naomi Watts), una joven aspirante a actriz, llega a Los Ángeles para convertirse en estrella de cine y se aloja en el apartamento de su tía. Allí conoce a la enigmática Rita (Laura Harring), una mujer que padece amnesia a causa de un accidente sufrido en Mulholland Drive. Las dos juntas deciden investigar quién es Rita y cómo llegó hasta allí.

Textos publicados originalmente en Sofilm nº 74, número especial 20 aniversario de Mulholland Drive

«Un gran desorden perfectamente ordenado»

Por Alain Guiraudie, director de El desconocido del lago

En 2001, estuve en Cannes con Ce vieux rêve qui bouge. Tenía una entrada para Mulholland Drive, pero una entrada un poco cutre, así que tuve que hacer cola dos horas antes. Llegué un cuarto de hora después del comienzo de la sesión con la cándida convicción de que entraría, pero me echaron, así que la vi más adelante en el cine y luego en DVD.

La primera vez, no entiendo nada, pero me encanta, y eso que no esperaba menos, ya que desde Terciopelo azul era fan de Lynch. Desde el principio me enfrasco en la película; la experiencia es muy hipnótica, onírica. De vez en cuando, me aferro lo mejor que puedo a la cruda realidad. Una cruda realidad muy curiosa, además; pienso, por ejemplo, en la escena del ensayo con Naomi Watts y este atractivo señor mayor, ese guaperas (Chad Everett, N. de la R.). Sucede algo sorprendente entre la actuación y la realidad. Es una auténtica confusión, no sabes lo que es verdadero o falso. ¿Realmente ella siente deseo? ¿Juega a actuar o ya no actúa más? Después me digo: «Joder, hay un tipo que ha pensado en todo». Y luego la escena es lenta, se toma su tiempo. Es una locura.

Como director, me resulta muy familiar porque también está la cuestión de dirigir a los actores, de intentar representar la realidad a sabiendas de que la mejor manera de hacerlo es también guardar cierta distancia con ella… Esta secuencia sería una buena base para un taller de dirección de actores. Lo tiene todo en unos pocos minutos. Incluso me atrevería a decir que ahí hallamos la base del cine. El juego del deseo, la seducción, la impostura. Refleja todas las preguntas que me hago en dos situaciones: cuando dirijo a los actores y cuando ligo. ¡Pero no cuando ligo con mis actores! (Risas.)

Mulholland Drive sigue siendo el filme que más se acerca a lo que me gustaría hacer. Es un gran desorden perfectamente ordenado. Y eso es difícil de lograr… Películas que consiguen captar tan bien la complejidad del ser humano y del mundo no hay muchas. Después, mi enfoque no es el de diseccionar, el de analizar exhaustivamente. Tampoco me fijo especialmente en el guion técnico… Además, si lo explicas todo, rompes lo que te permite conectar lo real con lo imaginario. Máxime porque, en mi opinión, trabajamos de maneras muy diferentes. Ni siquiera sé si tenemos las mismas preocupaciones, no estoy seguro.

Por lo demás, me cuesta situar una escena de una de mis películas, donde me diga: «Eso es de Lynch». Aunque, cuando pienso en ello… ¿Acaso sin Lynch habría imaginado hacer pasar a un personaje de la meseta de Méjean a Brest sin tener un largo viaje en coche? ¿Me habría atrevido? Sin Lynch, sin Godard… no lo sé. Me he construido a mí mismo a partir de eso, no he hecho este camino yo solo. Hay un trasfondo cultural que me construyó, desde Tintín hasta Lynch y Dostoievski. La cosa está en digerir las influencias, apoderarse de ellas. En cuanto a la inspiración directa, no estoy seguro de que brinde nada muy interesante… Además, es divertido: para la escena del ligoteo de Rester vertical, inmediatamente pensé en la de la audición de Mulholland Drive, perdón por insistir. Pensé: «No te metas ahí, es demasiado obvio, voy a hacer el ridículo, dirán que estoy imitando a Lynch…». Y tal vez por eso al final mi escena se fuera al traste. Hay muchas cosas de esta secuencia que lamento: me parece que hay un juego de deseo que no funciona, y creo que lo dirigí muy a la ligera mientras me decía todo el rato: «¡Ojo, Lynch!». Solo pensaba en él, y de pronto, con esta mierda, ¡se me fue el santo al cielo! Me construí a mí mismo en la oposición. Al final me las ingenié, pero aquello distaba mucho de lo que tenía en mente al escribir la secuencia. Fue una locura, nunca pensé que me fuera a pasar. Además, al escribirla, no estaba pensando en Lynch en absoluto. Fue en la preparación cuando pensé en él… ¡De momento, podemos decir que es una referencia castradora!

«Una especie de sesión de hipnosis, un rito de iniciación…»

Por Mati Diop, directora de Atlantique

Cuando descubrí Mulholland Drive, creo que acababa de terminar el instituto. La vi una y otra vez con una amiga que quería ser actriz, y yo, cineasta. Teníamos una relación bastante tensa, típica de la adolescencia. Estábamos en el proceso de construcción de nuestras identidades, y la película nos era familiar en muchos planos. Hizo que la cabeza nos diera vueltas, hablamos de ella todo el rato, estábamos atrapadas en un bucle enigmático y obsesivo. Intentábamos resolver el enigma, pero en el fondo, a mí eso no me importaba. Es precisamente el misterio y la opacidad del filme lo que sentí que entendía íntimamente. Incluso diría que Mulholland Drive me envió la señal de que el cine podría convertirse en el lenguaje a través del cual podría expresarme de veras, acercarme a la complejidad de las cosas. Esta primera visión, de cuando tenía unos 20 años, fue una especie de sesión de hipnosis, un rito de iniciación al cine. Hace diez años, desde mis primeros cortometrajes, que me preguntan sobre mis influencias, y nunca he pronunciado el nombre de David Lynch, mientras que es quizá el cineasta al que debía haber citado primero… Pero precisamente, creo que Mulholland Drive me marcó de una manera tan profunda que fue necesario que la olvidara para asimilarla mejor. Eso es precisamente lo que pasa con las grandes obras: necesitan un tiempo de asimilación.

He visto Mulholland Drive dos veces últimamente y siento que he contemplado dos películas diferentes. Y si la viera por tercera vez, estoy segura de que sería otra experiencia. De hecho, es una serie cuyos episodios serían los mismos cada vez. Lo que cambia es la visión del espectador. Con Lynch, uno es un espectador-genio, tiene un espacio y una libertad enormes, sin límites. Hay tantas escenas descabelladas… El vagabundo detrás de la pared me traumatizó; Betty y Rita que se contemplan en el espejo, con la peluca rubia, es un plano casi mitológico que contiene todo el cine en él; también me marcó mucho, de adolescente, la escena del club Silencio, porque era una ida de olla que los personajes pasaran por nuestro lado y se convirtieran en espectadores. Pero, hoy en día, me parece que todas las escenas de mise en abyme, de teatro dentro del teatro no funcionan tan bien, como sucede con la del tipo en silla de ruedas y las cortinas rojas. Tampoco me gusta el último plano, con la mujer de azul. Me habría gustado terminar con Betty y Rita, superpuestas a la ciudad, un magnífico collage

Eso me recuerda algo: lo que también me gusta de Mulholland Drive es la dimensión mental de la ciudad. Te enamoras de ella, estás inmerso en ella. La sientes de una manera extremadamente física. Y yo en Atlantique realmente quería filmar Dakar así, como una ciudad nocturna, sudorosa, oceánica y fantasmagórica. Una ciudad que produce su propio cine, su propia mitología, una tierra de sueños. Creo que he incorporado todas mis fantasías del cine norteamericano en esta película. Cuando rodé la escena de la cama en llamas, estaba frente a este agujero enorme y pensé: «En realidad estás haciendo tu propio Twin Peaks».

Lo raro es que, cuando volví a ver Mulholland Drive, pensé en Touki Bouki, de mi tío, Djibril Diop Mambéty. Creo que tienen algo fundamental en común y podría decir esto de muy pocos cineastas: utilizan este arte en su más profundo y pleno potencial. Sus películas actúan en un plano subconsciente. En términos más generales, pasa algo muy fascinante con Lynch: está muy imbuido del cine norteamericano de los años cuarenta y cincuenta, un cine clásico, y al mismo tiempo su cine es muy vudú. Creo que el gran cine norteamericano, los cuentos africanos y el realismo mágico latinoamericano comparten esta fe ciega en la ficción.

Y para rizar el rizo, lo que es una locura es que el final de la aventura de Atlantique tuvo lugar en Los Ángeles, para iniciar la campaña de los Óscar. Así que estuve allí durante tres o cuatro meses. Y cuando volví a ver la película el otro día, me di cuenta de que me había alojado en Havenhurst Drive, paralela a Sunset Boulevard, es decir… la dirección que Betty da cuando llega al aeropuerto al principio del filme. La sensación de convertirte en un personaje es una locura… Hasta te preguntas si Lynch no está haciendo un documental sobre una ciudad que es solo un sueño. De todos modos, da un poco de vértigo.

  • Fotografía: Peter Deming
  • Montaje: Mary Sweeney
  • Música: Angelo Badalamenti
  • Distribuidora: Avalon