Not a pretty picture

  • V. O.: Not a pretty picture
  • Dirección: Martha Coolidge
  • Guion: Martha Coolidge
  • Intérpretes: Reed Birney, Jim Carrington, Amy Wright, Diana Gold, John Fedinatz…
  • País: EEUU
  • Año: 1975
  • Género: Drama
  • 83 minutos
  • 1 de marzo en cines

«En 1962, a los 16 años, la directora Martha Coolidge fue violada durante una fiesta por parte de un compañero de clase mayor que ella. Doce años más tarde, la cineasta examina esta agresión sexual vivida en carne propia y recrea las circunstancias que la rodearon con un grupo de actores en un destartalado loft de Nueva York. Dispuesta a hablar de su agresión sin tapujos, Coolidge también sabe escuchar, permitiendo a su reparto mantener conversaciones sinceras sobre la psicología y la desequilibrada dinámica de poder inherente al abuso sexual. Una película pionera sobre la cultura del abuso y sus consecuencias, que sigue hoy tan vigente como entonces.»

Por Noah Benalal

Atalante reestrena la restauración de Not a Pretty Picture (1976) de Martha Coolidge, un psicodrama filmado que se propone articular, a través del cine, el trauma de una violación que sufrió la cineasta en su juventud. La realizadora recrea junto a Michele Manenti —la joven actriz principal, que también fue víctima de un abuso semejante— esta parte de su biografía mezclando conversaciones, confesiones, ensayos y recreaciones que tienen en el centro la repetición extenuante del violento suceso. La película es un ejercicio vital y personal por parte de actriz y directora, una toma de control allí donde este les fue negado. Un experimento, al fin y al cabo; una conversación sobre lo que parece indecible, que sigue tan vigente como el día en que se hizo.

Not a Pretty Picture llega a la gran pantalla cuarenta y ocho años después de su estreno. Su visionado resulta de una actualidad dolorosa, susceptible de inducir cierto grado de desesperación: ¿cómo es posible que la cultura de la violación no haya reculado todavía, que la película parezca recién salida de nuestra psique colectiva para dialogar con las noticias de ayer? No obstante, de ahí su milagro y el milagro de su exhibición en salas, de una vuelta casi mesiánica —si bien nada más lejos de su intención: es mucho más íntima que programática, consciente de la banalidad y las nefastas consecuencias cotidianas de la violencia que retrata— para clavarse, como una astilla, en la piel de una audiencia cómplice. 

Como su propio título indica, Not a Pretty Picture se construye a la contra de la industria del cine, responsable de esconder, en las costuras de sus filmes, muchos elementos propios de esta cultura de la violación. Primero sienta las bases de una cinta adolescente (una joven protagonista, su mejor amiga y un chico apuesto, algo cretino, con el que se dirige en coche a algún sitio) e inmediatamente las subvierte intercalando el metraje con su making off. Vemos a Martha Coolidge dando órdenes para escenificar la violación que ella misma sufrió a continuación en un edificio destartalado y con sus amigos en la habitación contigua; preparando a los actores para interpretar esta escena. Michele Manenti, que interpreta a una Martha de 16 años, cuenta que también fue víctima de violación y desea trabajar sobre sus recuerdos de lo sucedido, volver a experimentar lo que sintió después de tanto tiempo reprimiéndolo. Jim Carrington, amigo de Michele, interpreta a Curly, que se convertirá en el agresor de Martha, y aporta su propio punto de vista sobre la sexualidad adolescente.

Psicodrama con todas las letras —recuerda en cierta medida a Función de noche (Josefina Molina, 1986)—, lo más interesante es constatar cómo actúa sobre cada uno el proceso de filmación: mientras el espectador, como Coolidge, contempla unos forcejeos difíciles de soportar sin apartar la mirada, Manenti dice no sentirse en peligro, pues tiene la certeza de que Carrington no le hará daño. Este, mientras tanto, contempla con miedo la transformación que sufre en escena: siente crecer, al interpretarla, la pulsión violenta; entra en la mente del agresor. En los descansos de esta extenuante recreación, el ejercicio sirve para que los tres participantes conversen honestamente sobre el tema en juego, con el propio Carrington contribuyendo la noción de que en la dinámica de violación no existe tal cosa como un «monstruo perpetrador», sino que todos los hombres —sus propios amigos, él mismo— son susceptibles de hacerlo en algún momento. La película recorre el antes, el durante y el después, volviendo cíclicamente al estudio de los sentimientos que suscita en Coolidge haberse visto envuelta en esa situación. Atendemos, mediante recreaciones, al estigma que sufrió después de ser violada: pintadas con la palabra «puta», la expulsión de su escuela, el enfriamiento de su amistad. Dice que tardó años en sentir que no fue culpa suya, que nunca ha tenido una relación normal: «Sientes que es una proyección de tus sentimientos, que tú lo has causado», explica en el filme, donde el testimonio cobra muchísima importancia.

En una industria del cine ahora dotada de autoconciencia, que constantemente se promete revisarse, cambiar y expulsar de su seno la cultura de la violación —siempre que algunas mujeres valientes carguen sobre sus hombros con la responsabilidad de hablar ante una audiencia impasible—, es fascinante cómo irrumpe una película que habla, sí, pero sin quedar atrapada en el juego de la denuncia-como-performance que tan bien sirve al sistema para seguir adelante a base de microcatarsis que se suceden de vez en cuando, liberando tensión pero sin cambiar nada en el funcionamiento del juego. Not a Pretty Picture carece de catarsis: es tan anticlimática como la vida misma, como esta violencia estructural y cotidiana que es incapaz de producir sentido. No trata de buscarlo, no hay excesos dramáticos ni poéticos, no hay —pese a lo teatral del mecanismo que la integra— mayor teatralidad que el compromiso con la recreación de una escena. 

La obra de Martha Coolidge parece servir únicamente a los deseos de la propia cineasta y de su actriz protagonista, a la pulsión de lidiar, a través del cine, con el recuerdo reprimido de la violación: verla desde fuera, entablar una conversación, con suerte entenderla un poco mejor y seguir adelante. Su compromiso es, en cierto modo, con lo banal, con esa cotidianidad que se encuentra atravesada por el suceso traumático y la carga emocional que este cuelga en las mujeres que lo sufren. Ahí reside parte de su radicalidad: en la naturalidad con la que Coolidge y Manenti hablan de lo que les sucedió, con la que Carrington da su opinión, con la que la vida sigue después, impasible, tras el acto de violencia. 

  • Montaje: Martha Coolidge Suzanne Pettit
  • Fotografía: Don Lenzer, Fred Murphy
  • Música: Tom Griffith
  • Distribuidora: Atalante Cinema