Operación Napoleón
- Dirección: Óskar Thór Axelsson
- Guion: Marteinn Thorisson. Novela: Arnaldur Indriðason
- Intérpretes: Ólafur Darri Ólafsson, Iain Glen, Jack Fox, Vivian Ólafsdóttir
- Género: Thriller
- País: Islandia
- 112 minutos
- 22 de septiembre en cines
«Una abogada se involucró en una conspiración internacional después de ser acusada de un asesinato que no cometió. La única posibilidad de supervivencia radica en descubrir el secreto de un viejo avión alemán de la Segunda Guerra Mundial, descubierto en el glaciar más grande de Islandia.»
Por Elisa McCausland y Diego Salgado
Aunque en España funcionen como mainstream invisible, es decir, que rinden en taquilla pero no tienen demasiada repercusión crítica, las producciones de género nórdicas han proliferado tanto en los últimos años como para hacer de Noruega, Finlandia, Suecia, Islandia y Dinamarca “el nuevo Hollywood de Europa”. Basadas habitualmente en best-sellers literarios y con un tratamiento de la acción y el espectáculo muy diferente al que nos ha habituado la industria estadounidense, estas películas demuestran que los blockbusters pueden servir, no tanto para liberar tensiones colectivas al dar alas en la pantalla a nuestras pulsiones más inconfesables como, por el contrario, para afianzar los valores que han propiciado su realización.
La producción islandesa Operación Napoleón se atiene punto por punto a ese paradigma. Su origen es una novela del autor superventas Arnaldur Indriðason; su director es Óskar Thór Axelsson, un artesano al frente desde principios de siglo de productos aseados para el cine y la televisión; y su protagonista, Vivian Ólafsdóttir, ha alternado asimismo sin despeinarse los títulos para la pequeña y la gran pantalla. En cuanto al argumento del filme, la pugna por un objeto misterioso que viajaba en un avión derribado durante la Segunda Guerra Mundial y sepultado durante décadas por la nieve, toca todos los palos que cabría esperar: nazis, una crítica a los poderes establecidos tanto a nivel local como internacional, la apología de los indefensos y los raritos, y —algo que indica la confianza de sus responsables en los potenciales del producto— un desenlace abierto a secuelas.
Lo más interesante en cualquier caso es cómo, pese a estar marcada la aventura de Kristín (Ólafsdóttir) en pos del objeto citado por el secuestro y la tortura de su hermano, una acusación injusta de asesinato, y una persecución implacable por parte de los villanos, el desarrollo de Operación Napoleón se caracteriza por una falta de énfasis audiovisual chocante, por una apoteosis del plano medio y la monotonía fotográfica. Ni en los momentos más desesperados podemos llegar a pensar que Kristín va a ver puestos en peligro o cuestionados su empleo aséptico, su gato y su copa de vino al atardecer, esos amigos y amantes que entran y salen de su vida con trabajos de vestuario y peluquería clónicos. El viaje iniciático de Kristín la lleva de ejercer como mando intermedio de oficina a convertirse en una Lara Croft de casa rural.
Podríamos pensar que esa atonía es un defecto —o cualidad, como prefiera cada cual— única e intransferible de Operación Napoleón. Pero quien haya sentido curiosidad por el cine noruego de catástrofes de los últimos años o por las recientes aproximaciones suecas al thriller y el fantástico habrá percibido esa misma flacidez, diríase que programática, según la cual, pase lo que pase, el espectador tiene la completa seguridad de que nunca va a suceder realmente nada, ni dentro ni fuera del cine. La estrategia tiene mucho que ver, por supuesto, con agradar a un público de clase media que posiblemente está menos interesado en abismarse en la ficción que en programar sus vacaciones en los fiordos y paisajes nevados que ve en pantalla; pero no deja de resultar curiosa esa tensión entre el abordaje de temas escabrosos vinculados al pasado y los poderes fácticos de una sociedad, y la política de normalidad socialdemócrata que acorazan las imágenes, equiparable en nuestro país al cine de Gerardo Herrero. En Operación Napoleón parece imposible destacar nada, y eso acaba por ser lo destacable.
- Montaje: Kristján Loðmfjörð, Gunnar B. Guðbjörnsson
- Fotografía: Árni Filippusson
- Música: Frank Hall
- Distribuidora: Twelve Oaks Pictures