Petite maman

  • Dirección: Céline Sciamma
  • Guion: Céline Sciamma
  • Intérpretes: Nina Meurisse, Stephane Varupenne, Margot Abascal, Joséphine Sanz,
  • Género: Drama
  • País: Francia
  • 72 minutos
  • Ya en salas

Nelly tiene 8 años y acaba de perder a su abuela. Mientras ayuda a sus padres a vaciar la casa en la que su madre creció, explora con intriga el bosque que la rodea, donde su mamá solía jugar de pequeña. Allí Nelly conoce a otra niña de su edad y la inmediata conexión entre ambas da paso a una preciosa amistad. Juntas construyen una cabaña en el bosque y, entre juegos y confidencias, desvelarán un fascinante secreto. A pesar de las circunstancias familiares, el viaje se convierte en una emocionante aventura para Nelly, quien descubrirá maravillada el universo de su mamá cuando era pequeña, y podrá conectarse con ella de una forma mágica e inusual.

Por Luis Martínez

Reconocer al otro, según el buen humanismo (o buenismo), quizá pase por algo tan sencillo como la aceptación primero de cada una de nuestras pérdidas más íntimas. Aceptarse a uno mismo, según cualquier manual de ayuda mutua (o autoayuda), tal vez consista sólo en el reconocimiento de todo lo ajeno que nos delimita y nos da sentido. Petite maman, de Céline Sciamma, se coloca exactamente allí donde Borges, por ejemplo, se imaginó frente a sí mismo a la vez en en un banco de Boston, en la costa Este de Estados Unidos, y en otro de Ginebra, a la orilla del lago Lemán: idéntico a sí mismo y, sin embargo, tan distinto. Tan humanista. Un hombre se encuentra consigo mismo, relata el escritor de cuentos no tan fantásticos, y apenas reconoce la huella de un simple sueño en el que identificarse: «Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar».

El juego de la directora francesa, muy cerca de la simple maestría, es más delicado, menos cerebral y, si se quiere, igual de deslumbrante que el del escritor argentino. La película arranca con una pérdida (la muerte de la abuela materna) y termina con una reconciliación (la de la hija con la nieta, que es también la de la madre con la hija). Una niña (Joséphine Sanz) consuela a su madre (Nina Meurisse). En el duelo, la cría aprende a reconocer cada espacio casi sagrado que configuró una infancia (la de la madre) perfectamente extraña y, sin embargo, propia. Cada uno de los secretos del pasado de la madre ocultos en el corazón del bosque lo serán también del inmediato presente de la niña.

La claridad de cada plano ofrecido íntegro y sin truco es desde donde levanta un mundo; un universo de reencuentro donde las generaciones de mujeres se funden en la certeza de un único enigma

Sciamma vuelve al terreno de Tomboy (2011) en el que el misterio de la identidad se confundía con el del mismo tiempo. Si aquella era una investigación a media voz sobre la adolescencia, ésta lo es de la infancia. Pero en los dos casos, la materia del cine acaba por confundirse con el misterio sagrado de lo que tras un instante de luz desaparece. La escritura de la directora de Retrato de una mujer en llamas es clara, sin aspavientos ni juegos de prestidigitación; naturalista a fuerza de verdadera. Y es desde ahí, desde la claridad de cada plano ofrecido íntegro y sin truco desde donde levanta un mundo; un universo de reencuentro donde las generaciones de mujeres se funden en la certeza de un único enigma.

Cuando la niña se reencuentre con su madre de su misma edad (la hermana gemela de Joséphine, Gabrielle Sanz) que es también ella y también la abuela y también todos los secretos de todas las generaciones pasadas y por venir, la película abrazará por fin la certeza de ese buen humanismo o ese manual de ayuda mutua donde aceptarse a uno mismo pasa por el reconocimiento del otro y la aceptación de lo distinto obliga a reconocer cada herida propia. Y siempre conscientes de que «nuestra evidente obligación», que diría el poeta, «es aceptar el sueño».

Lo que nos deja el breve y magistral trazo de Petite maman es un laberinto que es sueño, viaje y milagro. Y todo ello sin renunciar a ofrecerse como el más lúcido y libre ejercicio de cine libre en mucho tiempo. El que sea una película producida en pleno confinamiento no es tanto un accidente como el sentido más radical de su necesidad. Rodada con una delicadeza que asusta por su claridad y hondura, Sciamma acierta a retratar ese instante único en el que las cosas más elementales cobran sentido: una cabaña en el bosque, la sombra de una pantera sobre la pared, el olor que desprenden los objetos olvidados de los muertos, una carrera bajo la lluvia… Y al fondo, o no tanto, la muerte como una presencia más plena que triste, más dura que trágica. En definitiva, la idea no es otra, de nuevo con Borges, que «mirar con los ojos y respirar».

  • Fotografía: Claire Mathon
  • Montaje: Julien Lacheray
  • Música: Jean-Baptiste de Laubier
  • Distribuidora: Avalon