Posesión infernal: El despertar
- V.O.: Evil Dead Rise
- Dirección: Lee Cronin
- Guion: Lee Cronin
- Intérpretes: Alyssa Sutherland, Lily Sullivan, Morgan Davies, Neil Fisher
- País: EEUU
- 97 minutos
- El 21 de abril en cines
«Historia de dos hermanas separadas cuyo reencuentro se ve interrumpido por el surgimiento de demonios poseedores de carne, empujándolos a una batalla por la supervivencia mientras se enfrentan a la versión de familia más aterradora que se pueda imaginar.»
Por Elisa McCausland y Diego Salgado
El mejor cine puede analizarse pero no se puede explicar. Como cinéfilos y como críticos nos debemos el placer y la responsabilidad de adentrarnos en películas tan extraordinarias como Posesión infernal (1981); pero concluir que la ópera prima de Sam Raimi debe su trabajo de cámara a los Looney Tunes, su concepción inclemente del terror a La noche de los muertos vivientes (1968) y su sentido del humor (no tan) soterrado al Grand Guignol, apenas sirve para trasladar al lector y espectador la experiencia visceral que supone contemplar sus fotogramas, ora turbios, ora deslumbrantes; la embriagadora sensación de peligro que nos transmite un director que no ha cedido ante nada ni ante nadie a la hora de proyectar en la pantalla su imaginación febril.
Como consecuencia de esa enmienda a la totalidad del sueño y la pesadilla cinematográficos, Posesión infernal es una película de intensidad extrema y de armonía desconcertante, capaz de devolver a la visión de Raimi una mirada feroz, demoníaca, coherente con su torpe invocación, su rodaje de guerrilla en 16mm. Muestra de ello es que ni las dos secuelas debidas al propio Raimi —Terroríficamente muertos (1987) y El ejército de las tinieblas (1992)—, ni el reboot sombrío que produjo hace unos años, Posesión infernal (Fede Álvarez, 2013), supieron o pudieron emular el equilibrio del filme original entre la extravagancia y el terror, o, para ser más exactos, nuestra suspensión anímica en ese estado de la imagen donde el miedo deriva en sonrisa y la sonrisa muda en rictus.
Tampoco Evil Dead Rise, quinta entrega de la saga, logra ese objetivo, aunque lo cierto es que en principio no parece aspirar a ello: su plano inicial, desmitificación humorística y meta del icónico arranque del filme de Raimi, apunta a un distanciamiento respecto del imaginario Posesión infernal que confirman los minutos posteriores. Los protagonistas ya no son jóvenes sin atributos sino una familia sacudida por traumas varios, la acción se traslada de la cabaña en el bosque a un edificio ruinoso de apartamentos, y el mítico Libro de los Muertos que desencadena las posesiones diabólicas hace acto de aparición de forma algo ridícula, merced a un terremoto que deja al descubierto bajo el garaje del inmueble una estancia misteriosa.
El uso irresponsable del Libro de los Muertos da lugar al juego de gato y ratón sangriento, provocador, que todos estábamos esperando, entre payasos tontos y payasos listos; entre víctimas decididas a sobrevivir a cualquier precio a la transformación de sus seres queridos en demonios, y el sadomasoquismo de estos como representantes del averno en la tierra. Sin embargo el espectáculo de la violencia y los malabarismos de la puesta en escena —asesinatos presenciados a través de la mirilla de una puerta, subida del nivel de sangre en un ascensor hasta la placa de peso máximo— carecen a la hora de la verdad de convicción y crueldad. Evil Dead Rise respira impostación por los cuatro costados, más allá de la simpatía que despierta esa madre que, con la excusa de haber dejado de ser ella misma, ajusta cuentas con los niñatos y niñatas que tenía a su cargo a golpe de miembros dislocados y ojos inyectados en perversidad.
Que uno de los platos fuertes de la película sea el uso como arma de un rallador de queso hará enarcar las cejas a los connoisseurs del splatter, mientras que los fans de la saga se preguntarán qué busca realmente su guionista y director, Lee Cronin, una vez ha puesto las cartas sobre la mesa. ¿Es Evil Dead Rise, como sugerían sus compases iniciales, una deconstrucción irónica de Posesión infernal? ¿Supone una reinvención de la franquicia a tiempos de precariedad socioeconómica y emocional? ¿Acierta Cronin a dar una nueva dimensión a los efectos prostéticos y de maquillaje, las heridas digitales y las cascadas de vómito y sangre?
El desarrollo de la ficción nos hace caer poco a poco en la cuenta de que sigue la estela de las recientes Smile (2022) y Barbarian (2022). Es decir, el diálogo ambiguo con los referentes, la estilización aseada de las imágenes y los retruécanos narrativos tienen que ver menos con poner en práctica la libertad de la que gozó Sam Raimi en su momento para exprimir sin límites su talento y su imaginación, que con disimular el haber sido producida en una época que, por unas y otras razones, ha sometido la libertad, el talento y la imaginación a demasiados condicionantes. Como Barbarian y Smile, Evil Dead Rise se define sobre todo por lo que no se atreve a mostrar, por lo que no se atreve a ser. Lo visible es un pálido remedo de lo que ya fue y de lo que podría llegar a ser en otras circunstancias. En el panorama industrial e ideológico contemporáneo la ausencia de una voluntad de estilo y, por supuesto, de una visión personal, resulta casi obligada, e incide en «la incapacidad artística actual para generar lo inesperado bajo el frenesí superficial de lo nuevo» que denunciaba hace ya diez años Mark Fisher.
Si no se piensa en todo esto, Evil Dead Rise es hasta cierto punto disfrutable. Qué demonios, pensar en todo esto garantiza un disfrute mucho mayor de la película. Nos hallamos, de hecho, ante un producto analizable hasta el más mínimo detalle. Pero, también, y esto resume sus carencias, perfectamente explicable, prosaico de principio a fin. No hay en Evil Dead Rise nada parecido a un rapto creativo, a una posesión infernal.
- Fotografía: Dave Garbett
- Montaje: Bryan Shaw
- Música: Stephen McKeon
- Distribuidora: Warner Bros