San Sebastián 21 #6: Blablacar

Vous ne désirez que moi forma parte de la Sección Oficial del 69 Festival de San Sebastián.

La ruleta de la fortuna y la fantasía forma parte de la Sección Perlas del 69 Festival de San Sebastián.

Drive my car forma parte de la Sección Perlas del 69 Festival de San Sebastián.

Vous ne désirez que moi es el título original de la nueva película de Claire Simon, la cuarta francesa a competición en la Sección Oficial de este #69SSIFF. La cineasta que se limó los dientes abonada al «cine directo» (Les patients, Récréations) se plantea aquí erigir una ficción basada en la reproducción fidedigna de la conversación que mantuvieron en 1982 Yann Andréa, amante de Marguerite Duras, y la periodista y vecina de la autora de El arrebato de Lol V. Stein, Michèle Manceaux, que por entonces escribía para Marie Claire. A lo largo de varios días, Yann Andréa expondrá a la periodista las singularidades de la enfermiza relación que mantenía con Duras, desde aquella sesión de India Song en la que se encontraron por primera vez —«Ante todo, en el comienzo de la historia que aquí se cuenta tuvo lugar la proyección de India Song», escribirá Duras, dejando claro ya que para ella todo era obra— hasta el preciso instante de la conversación, dos años después de empezar a convivir bajo el mismo techo, pasando brevemente por aquellos primeros encuentros en el caserón de Roches Noires, que de literarios terminaron por crear el personaje de Yann Andréa Steiner, nombre con el que Duras rebautizó a su joven amante homosexual, aquel «bretón alto y delgado, discretamente elegante». Siempre interesada en los vericuetos de la escritura cinematográfica de lo real, Simon se propone dar forma a la película mediante la traslación directa de las palabras que suenan en aquellas cintas de entrevista que quedaron escondidas hasta que en 2016 la hermana de Andréa decidió recopilarlas y publicarlas en un libro, fallecidos ya ambos protagonistas del amour fou.

El resultado se salda en un esfuerzo encomiable por dejar que la palabra dote de cuerpo al relato, también con una doble traición cometida por Simon. Si bien la conversación ocupa el centro del relato, la cineasta no se atreve a llevar la apuesta hasta el final y dejar que las palabras doten a la película de imágenes más allá de las imágenes, por lo que pronto empiezan las fugas, bien sea a partir de material de archivo —siempre es gozoso volver a India Song en pantalla grande— o a través de filmaciones que ilustran de manera pedestre lo conversado. Una pena, pues es justamente entre las paredes de esa casa, entre las palabras, los cuerpos y la voz de esos actores que hablan y escuchan (Swann Arlaud y Emmanuelle Devos) donde habitan los mejores momentos de cine de la película. La segunda traición viene por el destilado que Simon hace de la entrevista: lejos de atender a los matices de una relación compleja y abismal, la cineasta editorializa para simplificar la relación entre Duras y Andréa y acabar representando un retrato del artista monstruoso directo desde 2021, con decisiones de muy dudoso gusto: si bien Simon mantiene a Duras fuera de plano, casi como un ser mitológico al que se cita pero no se nombra, sí la pondrá en imágenes de archivo elegidas con alevosía para reafirmar su retrato de la escritora y cineasta como una suerte de Medusa que convierte en monigote a todo aquel que ose mirarla a los ojos (Duras furibunda en un rodaje, etc). Una vulgarización ante la que resulta conveniente volver a la fuente, los libros libres que escribieron Duras (Yann Andréa Steiner) y el propio Andréa (M. D. , Cet amour la…). 

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Por suerte, no tardaríamos en encontrarnos con un cineasta con verdadera fe en el cine de lo hablado. Con la dupla que forman La ruleta de la fortuna y la fantasía y Drive my car, Oso de Plata en Berlín y Mejor Guion en Cannes respectivamente, Ryûsuke Hamaguchi, se hacía “un Sangsoo”, esto es, presentar dos películas en una misma edición y que ambas sean lo mejor del certamen.

La primera, La ruleta…, se trata de una película dividida en tres segmentos, a su vez tres historias protagonizadas por mujeres que forman parte de un triángulo con otros dos personajes. Tomemos como punto de partida la primera escena del primer segmento de la primera película de Hamaguchi que apareció por San Sebastián: dos amigas conversan en la parte trasera de un taxi, y junto a ellas haremos todo el trayecto, filmadas en un hermoso plano medio punteado de algunos primeros planos de sus rostros, que quedarán enmarcados por las luces desenfocadas de los faros de los coches que conducen tras ellas en una noche de lluvia. Se trata de una escena de una intimidad sosegada que paulatinamente deviene en otra cosa conforme una tensión soterrada se instala en el plano aún cuando por el momento no podemos entender con exactitud a qué responde. Una de las chicas ha comenzado a salir con un chico, y ambas amigas comparten sus impresiones sobre el amor, el sexo, la fidelidad… Hasta que en un determinado instante intuimos que las palabras de la amiga que cuenta su incipiente relación afectan a la confidente de manera diferente a la intención con que son enunciadas. Y lo hacemos gracias a un prodigio de montaje interno mínimo, en el que las palabras, las voces, un leve reenfoque, un gesto apenas perceptible, transforman la escena en otra cosa. Una propuesta formal hoy radical que Hamaguchi se divierte ejercitando en estos tres cuentos y que sublimará después en Drive my car. Conviene aquí rescatar el título original de La ruleta…, Guzen to sozo, “coincidencia e imaginación”, porque Hamaguchi se vale de ambos conceptos para tejer tres historias llenas de giros sorprendentes sobre el amor y el desamor, las oportunidades perdidas y las segundas oportunidades, sobre el azar y la extraña ruleta de la fortuna que es esta vida poblada de humanos. Cuentos llenos de giros hablados, pues será en largas secuencias de diálogo donde se producirá siempre el cambio, ya sea mediante eso tan japonés de darle tanto valor a lo que se dice como a lo que se deja sin decir (el primer capítulo, Magic [or something less assuring]), sobre el milagro de la conexión humana con la simple verbalización de nuestros sentimientos (Door wide open), o, en definitiva, sobre el poder terapéutico, transfigurador, “mágico” de la palabra (especialmente en el último segmento, Once Again,un juego de identidades y representación Sangsooniano ya desde el título).

En Drive my car el juego de la ruleta deja paso a la emoción profunda de una película que no para de encontrar hallazgos invisibles, desvíos esenciales, formas de volver a decir lo dicho como si fuera la primera vez. Aquí se trata de la historia de Yusuke, un prestigioso actor y director de teatro que trata de levantar una producción de Tío Vania en Hiroshima dos años después del fallecimiento de su mujer. La obra de Chéjov será interpretada por actores de diferentes nacionalidades y lenguas, del japonés al chino, el inglés y hasta el lenguaje de signos. Hamaguchi sabe que para filmar la palabra no basta con que los actores reciten los hermosos diálogos, también hay que atender a cómo se dicen, cómo se escuchan, cómo habitan el plano y lo transforman conforme los actores los dotan de cuerpo. Da la sensación de que hacía tiempo que no veíamos a personajes escuchar a su interlocutor en el plano hasta que llegó Hamaguchi. Como en la escena de apertura de La ruleta… que describíamos antes, aquí también se obra el milagro en el asiento trasero de un coche, en una escena antológica entre Yusuke y el joven protagonista de su obra, condensando en diez minutos de conversación sin cortes una densidad dramática infinita: del reproche a la confesión, del perdón a la liberación y, finalmente, la comunión, todo velado mediante un diálogo en el que se dicen cosas que quieren decir otras además de las dichas. A lo largo de los generosos 169 minutos que dura Drive my car, el cineasta japonés hace un derroche de sensibilidad, de hondura dramática, de confianza radical en la gramática elemental y olvidada del cine, de contención de un relato-río que amenaza con desbordarse pero que consigue devolver una y otra vez a la naturalidad de su cauce. Una obra maestra a la que merece la pena volver más adelante con más calma. A. L.