San Sebastián 19 #1: Antonio Banderas

– San Sebastián 19 #1: Antonio Banderas –

 «Las grandes producciones de acción no me interesan»
 
Hace un par de meses, explicaba en estas páginas su relación con Pedro Almodóvar, cómo ha ido viendo la evolución del cine del manchego y la de sus propias vidas, así como las de su país. De cara a este númeo especial sobre intérpretes españoles, hemos querido volver a hablar con él, para conocer, justamente, su vida al otro lado del Océano. Porque, cuando costaba imaginar algo más difícil de lograr para un actor español, Antonio Banderas logró hacerse un nombre de estrella en Hollywood multiplicando empleos: novio de Tom Hanks para Jonathan Demme, mariachi pistolero para Robert Rodriguez; paparazzi voyeur para Brian De Palma, y hombre de acción el mercado de la carne de Los mercenarios. Vivencias que implican otras muchas más, y que no duda en desvelar, como su amistad con la comunidad latina en plena edad de oro en Estados Unidos, el sentido de la camaradería según Brad Pitt e incluso Salma Hayek convertida en piñata. 
Por Alberto Lechuga 
(publicada originalmente en el número 61 de Sofilm)
 
 
Vienes de filmar de seguido una película con Almodóvar y otra con Steven Soderbergh. ¿La metodología en Hollywood y España es tan diferente incluso en el cine de autor?

Es curioso, porque cuando conocí a Soderbergh él estaba obsesionado con el cine de Almodóvar. Nos encontramos por primera vez en los estudios Warner en el rodaje de Los reyes del mambo tocan canciones de amor, porque creo que tenía amistad con nuestro director de fotografía, Michael Ballhaus. Él venía de Cannes, de presentar Sexo, mentiras y cintas de vídeo, y recuerdo que lo primero que hizo fue felicitarme por mi trabajo con Almodóvar, y preguntarme por él y su cine. Pero no fue hasta muchísimos años más tarde cuando trabajamos juntos, primero en Haywire, y ahora en The Laundromat. Un rodaje con Soderbergh siempre es una experiencia interesante. Lo primero es que la película que hemos filmado va sobre “los papeles de Panamá”, pero no es una película realista, no es Margin Call. Es una sátira y un ejercicio cinematográfico arriesgado. Gary Oldman y yo nos convertimos en los grandes empresarios defraudadores, con unas doscientas cincuenta mil empresas fraudulentas. Y Meryl Streep interpreta a diferentes personajes que van a entrando y saliendo de la vida de estos villanos. Con Soderbergh se rueda con tomas muy largas, no es alguien que cubre. No hace planos cortos y planos de recurso para cubrirse las espaldas, sino que todo va muy teatralmente, en ese sentido, con tomas de larga duración y de mucho texto. Empiezas una toma y la terminas diez minutos más tarde. Una vez ha tomado la decisión de cómo va a rodar una escena se ciñe a eso y todo va así sin interrupciones. Una metodología absolutamente contraria a la de Almodóvar. Pero Soderbergh podría filmar así en Europa, no hay diferencia a nivel autoral, las diferencias están en las grandes superproducciones. O en las series. En este caso los dos tienen una personalidad muy acentuada, son muy reconocibles, en seguida sabes que estás viendo una película de Soderbergh o de Pedro, cosa muy rara en esta época donde todo se mezcla en una especie de maraña gris. Son dos animales muy reconocibles. 
 
Efectivamente, fue tu trabajo de actor en las películas de Almodóvar lo que te abrió las puertas de Hollywood cuando en los ochenta la cinefilia norteamericana descubrió a Pedro. Se cuenta que vuestra presentación en sociedad causó furor. ¿Cómo recuerdas aquella época?

Sin duda, fue todo gracias a la auténtica devoción que sienten allí por el cine de Almodóvar. En Estados Unidos, Almodóvar «it’s a God», directamente. La primera vez que tuve una nominación a los Óscar con Pedro, en 1989 (por Mujeres al borde de un ataque de nervios, N. de la R.), de repente, nos encontramos en una velada organizada para nosotros. En esa fiesta vinieron a saludarnos Jack Nicholson y Angelica Huston, pero también a Madonna, que ya era una gran admiradora de Almodóvar. E incluso antes, recuerdo haber presentado La ley del deseo en el MoMa en 1986 y haber visto entrar en la sala a Martin Scorsese y a Paul Schrader. Entonces, Almodóvar sube al escenario para presentar la proyección y dice: «Estoy supernervioso. Pero no por la película, no, que os va a encantar, ¿eh? Lo que me pone de los nervios es la chaqueta que llevo puesta. Acabo de comprármela y no estoy seguro del todo de que me quede bien…». Se los metió en el bolsillo. Para mí fue más difícil. Yo estaba allí, pero prácticamente sin saber hablar inglés, siempre con un intérprete para que me tradujera… Sinceramente, a veces me despierto y pienso: «Pero ¿por qué confiaron en mí?»


 «Coppola llegaba con su cacerola y nos servía espaguetis» 

La primera vez que Hollywood confió en ti fue para la película Los reyes del mambo tocan canciones de amor. ¿Tuviste algún reparo por interpretar cierto arquetipo de “latino”?

Arne Glimcher, el director del filme, era ante todo un marchante de arte. No lo digo por decir. Para él un actor unido a Almodóvar o al cine europeo debía desprender algo más artístico y un poco raro en Hollywood. ¿Podemos decir que yo era como el ingrediente exótico que le faltaba? Sí, desde luego que un poco sí… Ahora, si vuelvo a pensar en aquella época, te diré que no me había imaginado que rodaría en Hollywood. Para mí aquel largometraje debía ser un one shot. Al final, Los reyes del mambo… fue como una puerta de entrada a un universo increíble de vivir en aquel entonces: el de los latinos que residían en Estados Unidos, la salsa, todos aquellos músicos, Celia Cruz, Rubén Blades, Tito Puente… Los conocí a todos en aquellos días. Celia Cruz me acogió con mucho cariño, me decía «Yo soy tu mamá negra» (risas). La quería mucho. Cuando falleció yo estaba haciendo Nine en Broadway, y Melanie hacía Chicago en la misma calle, y salimos corriendo, junto a Rubén Blades, para su funeral, un hermoso tributo en la Iglesia de Saint Patrick. Recuerdo que cuando me introduje en este mundo latino me decían algo como: «¿Eres español y vienes a abrirte camino en Hollywood? Pues bien, prepárate para interpretar papeles de malo…». Llegué a Estados Unidos hace veinticinco años, en un momento de transición para los latinos. Al cabo de unos años, me vi interpretando al protagonista en Desperado o La máscara del Zorro. En ambos casos, fueron mis compañeros, tan blancos, tan rubios y con los ojos tan azules ellos, quienes hicieron de malos.
 

 «Celia Cruz me decía "yo soy tu mamá negra"»
 
¿En algún momento tuviste la impresión de estar interpretando un papel de embajador o de abanderado de la cultura española?

Hubo un momento en que sí, pero en Hollywood me sentía más un latino que un español. Era consciente de tener cierta responsabilidad a la hora de hablar en público, de sentir que podía ayudar a que la gente fuese mejor aceptada. Y no lo niego: me sentía orgulloso, por ejemplo, interpretando a un héroe popular mexicano, como Zorro, aceptado por el público estadounidense igual que aceptaban a Indiana Jones. Porque, si podía tener este tipo de papeles, era gracias a un trabajo que, desde hacía varias generaciones, venían haciendo los inmigrantes latinoamericanos, que habían trabajado muy duro para integrarse. Un trabajo que también contribuyó a construir lo que en la actualidad es los Estados Unidos. Por eso también me parece tan aberrante la política de Donald Trump.
 
Y antes de dar el salto, ¿qué imagen tenías de Hollywood? 
¿Sinceramente? Para mí Hollywood era lo que veía en los ojos de la que después sería mi mujer (Melanie Griffith, N. de la R.). Era entrar en un cine de la Gran Vía de Madrid y ver Armas de mujer. Ya estaba enamorado de ella antes de conocerla. Al verla en la pantalla pensaba: «Esta mujer es capaz de hacer que perdone todos los defectos de su país». Y era un poco ese el cine que me atraía: Mike Nichols, Woody Allen. También Martin Scorsese. Pero de ahí a llegar allí y enseguida encontrarte trabajando con la gente a la que admiras… ¡o incluso a casarte con ellos! (risas) ¡Imáginate!
 
 «Para mí Hollywood era lo que veía en los ojos de Melanie Griffith» 

Melanie Griffith había rodado con Jonathan Demme y Brian De Palma; su madre, Tippi Hedren, con Hitchcock… ¿Qué sensación da entrar en esa historia? 

Brian De Palma adoraba a Melanie. Cuando me propuso Femme fatale, enseguida vi que mi personaje pertenecía a esa categoría de personajes que encuentras en varias películas de De Palma: el voyeur que se mezcla en una historia y que, a medida que observa la acción, se va convirtiendo en una cámara humana. Dicho con otras palabras, se convierte en el propio De Palma. Gracias a la relación entre él y Melanie pude decirle abiertamente: «Tengo la impresión de haber visto muchas veces a este personaje en tu cine. Si quieres, lo hago, con una condición: me tienes que enseñar a dirigir películas. Me dejarás estar en todas partes contigo durante el rodaje, en cada escena, en cada conversación». Y me respondió: «¡Claro que sí! Vente y te contaré todo, por qué he elegido tal valor de plano, por qué he optado por un objetivo u otro. ¡Prometido!». En resumen: no solo conseguí pagarme mi master class privada, sino que, además, nunca tuve la impresión de ser un actor en ese rodaje. 

 
¿Es cierto que estuviste a punto de haber rodado con Francis Ford Coppola?
Me había llamado durante las audiciones para Drácula. Fue en 1991, así que era la época de mi primer rodaje en Hollywood. Estoy en el hotel, suena el teléfono, descuelgo y oigo: «Hola, soy Francis Ford Coppola». Me propuso ir a su casa en Beverly Hills. Llego, llamo, se abre la puerta y veo a Coppola en toalla: estaba saliendo de la ducha. Era por la mañana, pero me abrió una botella de vino: «Tienes que probar mi vino. Te voy a regalar una botella, ya verás». Y empezó a hablarme de Drácula y, como veía que me las estaba viendo y deseando para entenderlo porque mi inglés en aquella época era malísimo, se puso a hablarme en italiano. En una palabra: más o menos nos las apañamos, y va y me dice: «Coge este texto, memorízalo y te vienes a verme en dos días en esta iglesia. Si no es mucha molestia, me llevaré la cámara para hacerte unas pruebas». Una vez en la iglesia, sentado en un banco, la única indicación que me da es recitar el texto como si guardara un secreto inconfesable. Al día siguiente, me llama. Ha visto la prueba y le ha gustado. «¿Podrías venir a Napa Valley dentro de dos días? Allí tengo mis viñedos. Hay habitaciones e invitaré a unos amigos.» Llego y me encuentro a Winona Ryder, pero también a un montón de jóvenes europeos, como yo, ¡que eran potenciales actores de la película! Comíamos, rodábamos los ensayos… Coppola nos ponía a todos a comer en su jardín, en una mesa inmensa, y llegaba con una cacerola para servirnos unos espaguetis. Un día, estaba paseando con él por sus viñas y veo un barco en ruinas invadido por las plantas. Se acerca a mí y me pregunta: «¿No te suena nada? Es el barco de Apocalypse Now».

  «¡Brad Pitt me estaba haciendo la maleta!» 
 
Lo curioso es que acabaras actuando de vampiro en otra película, en Entrevista con el vampiro.

Me gustó mucho esa peli. Para empezar, porque ese tipo de personaje con una peluca, uñas falsas, dentadura postiza y lentillas me permitió salir mucho de mí como actor. Por una vez no interpretaba al típico galán, sino a una especie de monstruo atractivo. Además, guardo el recuerdo de haberlo pasado en grande con Brad Pitt. Salíamos muchísimo por Londres… El último día de rodaje, me cogí una gripe terrible. Mi vuelo de regreso estaba previsto muy temprano al día siguiente. Me levanto a las cuatro, totalmente hecho polvo, para preparar la maleta y cogerme un taxi, cuando oigo que llaman a mi puerta. Voy a abrir y es Brad Pitt. El tipo entra en mi habitación, sin decirme nada, y se pone a hacerme la maleta. Como estoy grogui, no me pispo de nada: ¡simplemente venía a ayudarme porque sabía que estaba enfermo! Una vez terminado, me abraza y me dice: «Goodbye, my brother!». Te lo juro, es algo que no olvidas nunca.

 
En Hollywood tuviste reconocimiento pronto, también eres muy querido en Broadway.
Nosotros en España nos castigamos mucho, nos damos con el látigo muy fuerte. Esa es una de las grandes diferencias entre España y los Estados Unidos. En Norteamérica, por ejemplo, el éxito es más constante en el tiempo. La gente te lo agradece muchos años después, te los siguen recordando, lo siguen celebrando. Hay algo muy inocente en el público norteamericano que a mí me gusta mucho. Por ejemplo, el mejor lugar del mundo para hacer teatro es Nueva York. Tiene fama de ser un sitio muy exigente, pero lo cierto es que la gente acude al teatro con predisposición de disfrutar, de reflexionar, de absorber la obra que le planteas. Es un público muy abierto, muy bueno para los artistas. 
 
Has hablado del tipo de personajes que has interpretado y lo sorprendente es ver que, en un momento dado, también te conviertes en un icono del cine de acción, incluso en un expendable

En cualquier caso, he de decir que me habían aconsejado tomar muchas precauciones acerca de ese cine. Recuerdo que cuando iba a hacer Asesinos, con Sylvester Stallone y Julianne Moore, todo el mundo me decía: «Ten cuidado…». Sin embargo, enseguida me encontré a gusto frente a Stallone, un tipo formidable. Hace unos años, en pleno período de Mercenarios, me topo con él en un aparcamiento de Los Ángeles y me dice: «Kid —porque siempre me llama así, aunque tengo ya casi 60 tacos—, me gustaría tenerte en una de mis pelis». Le digo: «De acuerdo, pero no me des el papel del pobre malo al que se cargan. Si lo hago es para formar parte de la banda». Al cabo de unos días, me llama y me dice que ha escrito un personaje para mí. Entonces le propuse convertirlo en un personaje cómico: «Mira, el tipo está traumatizado a causa de su pasado como soldado, ¿no?Entonces hagamos una cosa: su patología es que no puede cerrar la boca». Me dice: «All right, do whatever the fuck you want». En el rodaje estuve totalmente desatado…
 

 
 «Stallone me dijo: “do whatever the fuck you want, kid!”» 

¿Es así como abordas tu lado de actor de cine de acción, a través de lo burlesco?

Te voy a confesar una cosa: las grandes producciones del cine de acción no me interesan. Sinceramente, me aburro soberanamente en esos rodajes. Lo de disparar a la gente y llevarme sopapos en la cara me cuesta tomármelo en serio. Por eso, por ejemplo, en La máscara del Zorro, creo que le doy un toque un poco alocado y cómico al personaje, cierta distancia irónica. Si no, ¿cómo puedes tomarte en serio una escena en la que treinta tíos se te tiran encima y les das una paliza a todos? Me acuerdo de una toma en la que un tipo enorme venía a darme una tunda, me levantaba del suelo agarrándome de la camisa y yo le hería en el careto con dos bolas de cañón. Fui a ver al director para decirle: «¿No sería mejor si a continuación escupiera todos sus dientes?». Y ese momento divertía especialmente a los espectadores en el cine. Si te ríes un poco de ti mismo interpretando a tus personajes de acción, la cosa va mejor. Por este motivo, no me extraña que hayan venido a buscarme para pelis como Shrek o Bob Esponja. En Bob Esponja estaba en escena frente a unas pelotas de tenis que, literalmente, tenían que representar a Bob Esponja y compañía. Detrás de la cámara, alguien me daba las réplicas de todos los personajes de la escena. Mi trabajo consistía en saber cada vez qué «pelota de tenis» era la que estaba hablando. ¡Un caos absoluto!
 
Quizás por eso desarrollaste una complicidad muy particular con Robert Rodriguez, primero interpretando al Mariachi, luego al padre de Spy Kids, ¿verdad?

Sí, sí, después de haber empezado a trabajar juntos en una cinta como Desperado. Fue en 1994, así que era la época de los efectos especiales y las peleas a la antigua. ¡Te partían la cara de verdad, joder! Habíamos rodado con tres millones de dólares. Recuerdo haber liquidado al mismo doble de acción ocho o nueve veces distintas. Lo maté con barba, con peluca rubia… Creo que fue el mejor pagado de todo el equipo, porque cada vez que lo matábamos cobraba dos mil dólares. Pero creo que estábamos inventando algo un tanto novedoso en ese filme con el personaje del mariachi. En una época en que el héroe de acción era el perfil de Stallone, tipos enormes, muy musculosos, llegabas con ese personaje que casi parecía un torero. Un personaje que no se servía tanto de la fuerza bruta como de sus movimientos y su agilidad. Robert (Rodriguez) y yo nos decíamos: «Imaginemos lo que sería poner a Gene Kelly en una película de acción». Fue una alianza perfecta porque Rodriguez es un cineasta muy visual, y yo podía aportarle justamente mi faceta de bailarín. En ese rodaje también tuve la oportunidad de conocer a Steve Buscemi, que me hacía reír y malograr un montón de tomas; a Danny Trejo, que acababa de salir de la cárcel, ¡y, sobre todo, a Salmita (Hayek)! Nos vimos también para la segunda parte, unos años más tarde. Me acuerdo de una escena para nada reconfortante en la que Salma y yo estábamos colgados de un cable. Nos balanceaban a izquierda y derecha. Sinceramente, en un momento dado, me dije: «Bueno, ya está, aquí la palmamos». Y Salma Hayek se puso a chillar: «¡Roberto! ¡Que no soy una piñata!». Francamente, ¿cómo no te puede gustar vivir cosas así?